?? Luisa Fernanda en Madrid
Enero 28, 2021. La esperadísima nueva Luisa Fernanda del Teatro de la Zarzuela ha tenido un estreno rayano en la desilusión. Es necesario señalar que esta producción, firmada por el director escénico Davide Livermore, tenía previsto su estreno el mes de abril del año pasado y que la pandemia declarada en mitad de marzo detuvo en seco todos los preparativos para su presentación. En parte de ahí viene lo de “esperadísima” y, por otra parte, debido a que esta zarzuela es una de las más queridas por el público. Si a esto sumamos el enorme esfuerzo de las instituciones, de los artistas y del público para continuar con la actividad teatral en medio de la tercera ola de esta pandemia que tanto nos está costando superar, el adjetivo se queda corto.
El día del estreno, el maestro Karel Mark Chichon hizo una lectura serena, un tanto distante pero sin perder nunca el control de todo el engranaje que hace funcionar con precisión la mezcla de drama, lirismo y esa pizca de comicidad que salta por aquí y por allá en esta partitura. El director inglés se enfrentó por primera vez a una zarzuela completa y salió airoso del reto. No es ajeno al repertorio ni al Teatro de la Zarzuela; hace un par de años presentó, con Elīna Garanča, su esposa, y el tenor Andeka Gorrotxategi un precioso programa de zarzuela en este mismo escenario.
Con las condiciones sanitarias actuales, la reducción en la plantilla de la orquesta no fue un impedimento para mostrar las diversas coloraciones de la orquestación que el maestro Moreno Torroba consiguió para su zarzuela más popular. No puedo decir lo mismo del coro, que se resintió en sonoridad y ensamblaje. Fueron pocos miembros, y la colocación en el escenario poco ayudó para solventar el problema.
La soprano Yolanda Auyanet hizo una Luisa Fernanda expansiva, brillante y sin fisuras, sin duda la mejor de la noche. La coqueta Duquesa Carolina que presentó la soprano Rocío Ignacio fue solvente y resuelta, con oficio. El tenor Jorge de León fue un Javier en exceso duro, estentóreo, que emborronó el lirismo de piezas tan conocidas como ‘De este apacible rincón de Madrid’. Pero el tenor lo dio todo al cien por ciento, con un vozarrón y unos agudos que despeinan.
Nada que ver con el padecimiento que nos hizo pasar el barítono Juan Jesús Rodríguez, encargado del personaje de Vidal Hernando. La voz del director artístico, por megafonía, anunció que el cantante sufría una laringitis y que, haciendo un esfuerzo, cantaría. Son catorce funciones y seis de ellas las canta otro barítono. Nunca entenderé que se eche a andar una función de estreno con un cantante que no está en condiciones, teniendo ahí mismo a otro, fresco, que conoce la producción perfectamente. Rodríguez, excelente cantante, solo mostró una voz opaca, muy limitada y rota al final de la función.
El resto del reparto se movió con seguridad, destacando la graciosa Rosita de Nuria García-Arres, soprano de timbre grato y el bien decir de Antonio Torres como Don Luis Nogales. De Mariana se hizo cargo la veterana María José Suárez y dio en la diana cuando echa en falta a Rosita y suelta la frase (que muchas veces es cortada): “¿Que te parece, Rosita? / ¡Rosita! Si ya no están, ¿las espantó el saboyano o se fueron a almorzar?”. La respuesta fue un sí rotundo a la primera suposición, pues el encargado de cantarlo lo hizo mal la noche del estreno y muy mal una semana más tarde, cuando regresé para asistir a una función con el elenco y director musical alternativos.
Esa segunda noche bajó al foso el sevillano David Gómez-Ramírez y notamos unos tiempos más pausados, un mayor mimo a los solistas que con comodidad dieron rienda suelta al lirismo, pero manteniendo el control para no perder el pulso en la continuidad dramática de una obra que es buena mezcla de ambas aguas. Esa fue la noche de Maite Alberola, una Luisa Fernanda redonda, con un timbre esmaltado en toda su extensión y agudos bien construidos. La Duquesa Carolina tuvo una buena defensora en la soprano Leonor Bonilla, ligera con cierto metal, que ha ganado cuerpo con rapidez. Canta con buen gusto y tiene una notable presencia escénica. De esto último también tiene mucho el barítono Javier Franco, un Vidal Hernando de carácter un tanto hosco, que suma a un canto elegante un buen uso de los reguladores. El tenor Alejandro del Cerro fue un acierto como Javier, con un timbre claro y voz ligera que le permitió regodearse, siempre con mesura, en bellas frases, con emisión correcta y sonido redondo.
La desilusión del público asomó en la puesta en escena. El respetable traga y aplaude nuevas lecturas, con enfoques diferentes, siempre y cuando tengan un recorrido más o menos claro que vaya de principio a fin. La propuesta de Livermore traslada el argumento de las algaradas de finales del reinado de Isabel II (segunda mitad del siglo XIX) a los años 30 del siglo XX y sus convulsiones sociales. Para ello recurre al cine como vehículo visual, implantando una sala de cine en mitad del escenario, bellamente materializada en una escenografía (Gio Forma) que a los diez minutos se convierte en un problema para la concreción de ideas teatrales. La narración de los hechos se enreda, pierde el norte y finalmente descarrila. Unos bailarines por aquí o por allá, con coreografías simplonas (Nuria Castejón) que más que ayudar estorban, unas imágenes (Pedro Chamizo) de filmaciones de la época mezcladas con otras «oníricas», por intentar describirlas con un adjetivo.
En fin, una oportunidad perdida para darle una lectura nueva, pero profunda, a la Luisa Fernanda de toda la vida. El abucheo que recibió Davide Livermore el día del estreno no se lo esperaba él ni nadie de su equipo. Tampoco este cronista. Ese día una gran cantidad de butacas fueron ocupadas por invitados de protocolo y las producciones suelen ser muy aplaudidas o, si no gustan, saludadas con tibieza. En días posteriores, cuando la sala se llena de aficionados “de toda la vida” es cuando se arman grescas, como sucedió con Doña Francisquita en la puesta en escena de 2019.