Macbeth en Toronto
Mayo 12 y 14, 2023. Rotundo éxito se apuntó la Canadian Opera Company con una reposición de Macbeth de Verdi de estratosférica excelencia, que envidiarían muchas de las principales casas de ópera del mundo. Unidos por la ambición y el amor, el matrimonio protagonista compuesto por Quinn Kelsey y Alexandrina Pendatchanska fueron dos pilares fundamentales en el éxito de esta propuesta.
En su primera incursión en uno de los más exigentes roles de su cuerda y del repertorio verdiano, el barítono americano hizo un imponente despliegue vocal presumiendo de una arrolladora belleza tímbrica, un torrencial volumen y una inmaculada técnica. La frecuentación del rol seguramente le permitirá alcanzar una mayor eficacia dramática, cualidad de su canto que por el momento supo a poco. Material posee y de sobra. El zénit vocal de su prestación, su aria ‘Pietà, rispetto, onore’, cantada con soberana autoridad musical y estilística, fue merecidamente celebrada por el público.
Como su malvada esposa, la soprano búlgara Alexandrina Pendatchanska resolvió con mucha habilidad y oficio las extremas dificultades de su parte. Su voz no será homogénea de color, su vibrato quizás resultase demasiado pronunciado y su registro medio poco convincente, pero resultó difícil no sucumbir frente a tanto despliegue de canto vigoroso, de una fuerza dramática que nunca flaqueó y de un magnetismo escénico descomunal. Su Lady Macbeth fue la maldad personificada. Inolvidable, la autoridad con la que evocó a los ministros infernales en su aria de entrada o los toques diabólicos con los que cinceló el aria ‘La luce langue’ provocaron saltos del público en la butaca. Su brindis y su escena del sonambulismo, plena de detalles belcantistas, de canto perfectamente conducido y concebida con un sinfín de matices, serán difíciles de olvidar.
Alternando en la parte de Lady Macbeth, una muy grata sorpresa resultó la prometedora soprano canadiense Tracy Cantin quien, aunque menos infernal que su predecesora, hizo gala de una voz de importante calidad, un canto noble y entregada interpretación.
De voz cavernosa, canto de impecable línea y gran poder de comunicación, el bajo turco Önay Köse abordó con imponencia y elegancia la parte de Banquo, el amigo traicionado y general del ejército, convirtiendo en oro cuanta nota cantó tanto en el dueto del primer acto como en su aria ‘Studia il passo’. Perfectamente adecuado a sus medios esencialmente líricos, el prometedor tenor Matthew Cairns, proveniente del programa para jóvenes talentos de la casa y ganador de las audiciones del Met el año pasado, se impuso como un aguerrido noble escocés Macduff, cuya interpretación del aria ‘Ah, la paterna mano’, plena de delicado lirismo y conmovedora emoción, fue otro de los platos fuertes de la representación.
El tenor canadiense Adam Luther lució sólidos medios vocales en su caracterización del hijo de Duncan, Malcolm. Tracy Cantin fue un lujo desmedido como la dama de compañía de Lady Macbeth. Completaron el elenco, sacando lustre a sus breves líneas, el bien plantado médico de Vartan Gabrielian y solvente Dama de honor de Charlotte Siegel, reemplazando a Cantin cuando ésta asumió la parte de Lady Macbeth. Considerado el tercer protagonista de la ópera —tal como escribió Verdi a su editor francés Escudier—, el coro de la casa —liderado por la nunca suficientemente ponderada Sandra Horst— no sólo estuvo en estado de gracia, sino que además supo brillar respondiendo perfectamente a las complejas coreografías planteadas por el director de escena.
En lo estrictamente musical, la directora italiana Speranza Scappucci hizo una óptima lectura de la partitura verdiana a la que dotó de gran profundidad, sensibilidad y refinamiento, pero a la que también, en varios momentos, le sobraron decibeles que complicaron la labor de los intérpretes vocales.
Con un exacerbado ambiente de decadencia social, un sobrenatural mundo habitado por las brujas y espeluznantes visiones acechando a los protagonistas, el montaje del escocés David McVicar, en coproducción con la Lyric Opera de Chicago, dio un marco excepcional al desarrollo de la trama. La oscuridad de la puesta en escena coincidió con la caracterización sombría de los personajes inmersos en una sociedad consumida por la codicia, la ambición y el poder. Temporalmente, la acción no tiene lugar en el siglo XI, y habida cuenta de los decorados de John Macfarlane —que sitúan la acción en una remota iglesia en ruinas— solo la falda de Macduff hace suponer que los sucesos tienen lugar en Escocia.
El vestuario cuidado y de elegante diseño de Moritz Junge vistió la escena con reminiscencias actuales. Tanto el estudiado tratamiento lumínico de David Finn como las complejas coreografías de Andre George aportaron calidad a un espectáculo visual que se disfrutó desde el minuto cero.