Madama Butterfly en Turín

Barno Ismatullaeva (Cio-Cio-San) y Matteo Lippi (Pinkerton) en la producción de Madama Butterfly de Damiano Michieletto © Andrea Macchia

Junio 25, 2023. La Madama Butterfly de Giacomo Puccini, escenificada por Damiano Michieletto, se vio por primera vez en el Teatro Regio de Turín en el 2010, con un éxito controversial. Hoy la reposición fue de Elisabetta Acella y el éxito fue indiscutible. Como sucede frecuentemente con puestas en escena fuertes y perturbadoras, el público requiere de un tiempo para metabolizarlas. 

Es justo lo que ha sucedido con esta Butterfly contemporánea, dura, afilada e inquietante. Michieletto ambientó la historia del libreto de Illica y Giacosa en la zona roja de los suburbios de una metrópoli del extremo oriente. Sobre el escenario, además de las señales luminosas, de luces de neón y de enormes carteles publicitarios con mujeres guiñando el ojo, apareció un enorme paralelepípedo con paredes transparentes y corredizas, que, según los eventos, se convertían en vitrinas para las mujeres objeto, refugio, morada, como también jaula y prisión. Estamos en los últimos diez años del siglo XX, y el director de escena veneciano, con evidencia muestra inmediatamente sus cartas mostrando la posible contemporaneidad de la obra maestra pucciniana, ambientándola en lugares de depravación, vicio y superficialidad que enmarca el triste fenómeno del turismo sexual. 

De hecho, Pinkerton llega en un automóvil con una cartera llena de dólares para pagar los favores de la chica en turno. Así, el espectáculo parece funcionar de maravilla, irrita y conmueve, indigna y toca justo en lo profundo porque todo es creíble y realista en su actualización. Esta es la contemporaneidad que hace bien a la ópera, y por ello es que el espectáculo no corre el riesgo de convertirse solo en una pieza de museo; que quizás sea bellísima, pero no deja de ser siempre de museo. 

Escena de Madama Butterfly en el Teatro Regio di Torino © Andrea Macchia

Dmitri Jurowski dirigió a la Orquesta del Teatro Regio con atención, preciso y claro en el gesto y meticuloso en la realización de la partitura. Una lectura más del siglo XX de lo normal, seca, poco sentimental, que se adapta bien al tipo de marco escénico. Quizá le faltó solo un poco de fantasía. 

El elenco, por su parte, pareció ser verdaderamente más convincente comenzando con la protagonista Barno Ismatullaeva, una Butterfly cantada con voz sólida, segura, técnicamente a sus anchas para afrontar un papel tan fatigoso. La soprano uzbeka, catapultada a Turín en los últimos días en sustitución de una colega lastimada, exhibió una voz sana, mostrando credibilidad en el timbre y una cierta madurez en la definición de un personaje que en el curso de la ópera evoluciona y se transforma. Una Butterfly frágil, como también de carácter fuerte, pero de una interpretación intensa y conmovedora. 

El Pinkerton de Matteo Lippi pareció menos rico en tonalidades, pero estuvo vocalmente fascinante. El tenor genovés desplegó una voz de bello esmalte con aguda y segura arrogancia. Su Pinkerton parecía justamente superficial, genérico en las relaciones interpersonales y cobarde, como siempre lo son tales personajes envueltos en historias como esta.

Damiano Salerno interpretó un Sharpless con voz clara y comunicativa. Su cónsul gustó por una cierta cordialidad, pero sobre todo por su profusa humanidad. A pesar de algunos sonidos un poco ásperos, Ksenia Chubunova esbozó una Suzuki de buena presencia y voz de color bruñido e incisivo. 

Parecieron ser también adecuados todos los demás intérpretes. Menciono al intrigante y especialmente pérfido Goro de Massimiliano Chiarolla, al fanático tío Bonzo de Daniel Giulianini, al elegante Yamadori de Michele Patti y a la implacable Kate de Irina Bogdanova. Un aplauso también para el Coro del Teatro Regio dirigido por última vez por Andrea Secchi, que está por iniciar una nueva aventura como director del Coro de la Accademia di Santa Cecilia de Roma.

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