Médée en Madrid
Septiembre 22, 2023. Bajo el cielo de Madrid, que se filtra a través de la cúpula del Teatro Real, obra del artista Jaume Plensa, juegan en proscenio dos preadolescentes de entre diez y doce años. Detrás de los tules vemos el escenario vertical. Al pie de unas escaleras, una mujer observa desde las sombras. El público se instala en sus butacas casi indiferente a los pequeños cuyo destino ya es trágicamente conocido. El bullicio comienza a disminuir hasta un susurro cuando observamos a la mujer acercarse con puñal en mano. La orquesta afina, ensaya. Los segundos para el inicio se desgranan ya con una tensión palpable. Médée, la mujer que acecha, vestida de luto y daga en mano se muestra decidida. Los niños no pueden librarse y al primer encuentro de la daga con la piel, la orquesta da el primer acorde que acompaña el derramamiento de sangre. El mito se ha consumado.
Tiempo ha pasado desde que Luigi Cherubini estrenó su Médée en el París de 1797, durante la época del “Terror Blanco”. Francia no estaba preparada para observar en el teatro la crudeza del mito griego. La opéra-comique es lo que el público deseaba con fervor, así como evadir la realidad dentro de los espacios del teatro Feydeau en París. Medée (Medea en italiano) es una opéra comique, sí, pero solo en sentido estructural. Eso fueron también otras óperas que se estrenarían en el futuro, como Carmen de Georges Bizet, en 1875.
Sin embargo, el sentido trágico ameritaba un acercamiento musical diferente, especialmente en lo que respecta a los diálogos. La obra se convirtió en un objeto de admiración por parte de figuras como Johannes Brahms, Ludwig van Beethoven y el mismo Richard Wagner. Fue la influencia de este último que llegó hasta Franz Lachner, quien en 1855 realizó la musicalización de los diálogos, integrándolos más al conjunto de la obra que merecía un tratamiento más aglutinante.
Sin embargo, la versión del Teatro Real cuenta con la composición de los recitativos del músico contemporáneo Alan Curtis quien, más apegado al estilo de Cherubini y su tiempo, integró el drama griego en un todo sólido y coherente sin egos de por medio. La música por la música.
La dirección de escena por parte de Paco Azorín es notable. Con más de doscientos cincuenta trabajos como respaldo, su visión no es anquilosada sino llena de propuestas que encajan en una visión actual. Y es que, en el aspecto artístico, si el arte no nos dice algo hoy, es mero entretenimiento. Al menos eso es lo que parece en principio. Y aunque esta visión no es nueva en otras expresiones artísticas, ya Thomas Mann se quejaba de la actitud del turismo cultural, cuando el teatro es una escuela más para los alemanes, se agradece que los directores de escena sean hoy en día conscientes de su importancia en mantener viva la ópera y no la dejen convertirse en pieza de museo. El arte, y en este caso la ópera, debe dialogar con el público, decirnos algo, confrontarnos, hacernos repensar nuestro mundo.
En retrospectiva, ¿no es esto lo que el mismo Cherubini buscaba al presentar esta ópera que sacaba de su zona de confort al público de la época? ¿No es esto mismo lo que pasa con cualquier obra de arte que marca un hito en su tiempo? Todo genio en su tiempo fue un vanguardista. Es por esto que la puesta en escena de Azorín me resultó estimulante y conmovedora a la vez, pues nos mostró en principio el mito, pero de inmediato nos trajo al tiempo presente en escena y en datos que nos parten el corazón. Según datos de la ONU, más de 40,000 niños mueren cada año a causa de la violencia. Violencia que se vive en casa, con los que, según la lógica, nos cuidan y protegen del infierno de afuera. Y Azorín nos lo hace ver directamente citando los datos de la ONU.
Es entonces esta violencia vivida por dos preadolescentes que ya son conscientes de lo que pasa a su alrededor y lo observan y lo aprenden, lo que vemos a lo largo de la ópera. Dos personajes que no tienen voz y que habían pasado desapercibidos desde hace tanto tiempo, pero que resultan ser los personajes principales de todo este drama. Médée y Jason ya no son dos extraños para nosotros, sino una pareja que bien pueden ser nuestros vecinos o nosotros mismos, disputándose no ser los villanos de la historia, no importando llevarse de por medio la integridad de los hijos.
La música es trágica, desgarradora y potente a la vez. Ivor Bolton, director artístico del Teatro Real es preciso y enérgico, revelando las sutilezas que la partitura de Cherubini tiene por decirnos. Musicalmente impecable, la orquesta reveló un sonido tan dramático que nos acercó más a lo que en escena sucede. Y es que no es trabajo fácil. En ocasiones las características musicales de la época, si bien de espléndida belleza, refinado gusto y delicadeza, no nos acercan al drama como lo harán épocas posteriores. Su belleza radica en el refinamiento, pero Médée no es refinada: es devastadora, y tanto la orquesta como el director no dejan duda de que una buena dirección es capaz de lograr maravillas.
Tanto Jason, interpretado por Enea Scala, como Dircé, interpretada por Sara Blanch, tienen en común la flaqueza de carácter. Dos personajes que son controlados. Uno, por sus deseos y propios intereses y la otra, sometida por un padre autoritario que nos muestra el heteropatriarcado como forma de sometimiento, no solo de la mujer, sino de todo lo que se oponga a los propios intereses. Sin duda, Jongmin Park tiene una voz capaz de encarnar un personaje como Creonte en toda su complejidad dramática.
Pero tanto Médée como Néris, por hablar de los roles musicales y dejando claro que los pequeños hijos de Médée y Jason son piedra angular de este drama, se llevan la noche. Nos queda claro que desde Maria Callas, este papel ha sido todo un reto a todos los niveles. La dificultad histriónica que demanda el personaje es tan compleja que podríamos perdernos en la sensiblería de una mujer despechada y nada más. Sin embargo, esta puesta en escena pone en evidencia que en un conflicto de engaños, violencia y rupturas no hay blancos y negros, sino un sinfín de complejos cromatismos emocionales.
El carácter de Médée, interpretado por Maria Agresta, es sin duda la de una mujer engañada y dispuesta a todo por vengarse. Pero también es el de una mujer, humana, terrenal, debatiéndose entre lo humano y tanto sus debilidades como sus fortalezas; éstas dos características propias del amor, como entre lo divino y su pétreo carácter. Y es esta dicotomía de la heroína lo que nos mantiene en vilo a lo largo de la representación, pues, como corifeo la acompaña la Médée muda y mítica tanto como Néris, su fiel acompañante.
Nancy Fabiola Herrera, como Néris, fue excepcional en su papel. Sin duda ostenta unas capacidades vocales y dramáticas como ninguna. De esto nos deja muestra en ‘Solo un pianto con te versare’, aria donde la fidelidad de Néris hasta la muerte nos deja con un nudo en la garganta, pues ella, sabia, conoce el destino de Médée.
Al final, la disociación de Médée es inevitable. Le es necesaria para desprenderse de su parte humana y realizar la venganza. La obsesión que la acecha en sueños al fin la rompe. Esta representación escénica tan bien llevada nos envolverá en un remolino hasta ser tragados junto con el pueblo en medio de las llamas. La música acompaña al fuego, mientras Médée asciende y Jason queda postrado en el escenario. Médée, la del Teatro Real, nos habla hoy.