
Norma en Milán

Marina Rebeka protagonizó Norma de Vincenzo Bellini en el Teatro alla Scala © Brescia e Amisano
Julio 8, 2025. Las fechas y los elencos cuando inició el legendario binomio Maria Callas-Norma en el Teatro alla Scala de Milán fueron: nueve funciones en 1952 con Gino Penno, Ebe Stignani y Nicola Rossi Lemeni, bajo la concertación de Franco Ghione y la dirección escénica de Mario Frigerio; y nueve funciones más entre diciembre de 1955 y enero de 1956 con Mario Del Monaco, Giulietta Simionato y Nicola Zaccaria, bajo la batuta de Antonino Votto y la dirección escénica de Martherita Wallmann.
Desde entonces, solo se había presentado en el temible papel Leyla Gencer en 1965 con Bruno Prevedi, Giulietta Simionato y Nicola Zaccaria, bajo la conducción de Gianandrea Gavazzeni, también en la producción de Wallmann, y sobre todo Montserrat Caballé en más reposiciones entre 1972 y 1977, con colegas del calibre de Gianni Raimondi, Fiorenza Cossotto, Tatiana Troyanos e Ivo Vinco, bajo la dirección musical compartida de Gianandrea Gavazzeni y Francesco Molinari Pradelli, en un espectáculo curado por Mauro Bolognini.
¡Desde aquellas funciones ha transcurrido casi medio siglo antes de que la Scala volviera a programar Norma! He incluido un poco de historia para dar a entender el motivo que ha mantenido alejado a este título fundamental del melodrama italiano en el teatro milanés durante todos estos años, y que son los fantasmas de una época de la lírica que evidentemente hasta hoy eran poderosos. Además, el Teatro alla Scala tiene un vínculo muy estrecho con la obra maestra de Vincenzo Bellini (1801-1835), porque justo en este escenario milanés se montó por primera vez en 1831, con un elenco estelar compuesto por Giuditta Pasta, Domenico Donzelli, Giulia Grisi, Vincenzo Negrini, bajo la concertación de Alessandro Rolla.
En definitiva, Norma ha representado desde hace años para la Scala, un título que debe ser afrontado con cautela. Es innegable que las legendarias interpretaciones de la Callas en los años 50, como también las de Caballé en los años 70 influyeron, se quiera o no, en las elecciones de los directores artísticos del teatro a lo largo de los años. Además, hasta hace poco tiempo, en el célebre loggione scaligero era posible encontrar entre el público a espectadores que personalmente habían asistido a aquellas representaciones memorables: los llamados “vedovi Callas” (viudos de Callas). ¿Habrían aceptado con agrado una nueva Norma? ¿Simplemente la habrían tolerado o la habrían desaprobado de antemano con silbidos y abucheos?
Bueno, todo esto sirve para afirmar que esta Norma era muy esperada, y era probablemente el título más anhelado de la entera temporada.¿Cómo le fue el espectáculo? Diría a doble velocidad: convincente en la parte musical, pero un poco más problemática en la parte escénica. Olivier Py sitúo el espectáculo en el período previo al Risorgimento italiano, que también es el periodo de composición de la ópera, y buscó relaciones e interconexiones con el personaje ancestral y afín de Medea, que no por casualidad es otro papel-ícono ligado al nombre de Maria Callas; pero a diferencia de Medea, que asesina a sus propios hijos, Norma los perdona, entrando ella misma, junto a Pollione, en la hoguera.
En la transposición temporal prevista por el director de escena francés, los galos del libreto fueron los propios italianos (los milaneses para precisar), mientras que los opresores romanos se convirtieron en los austriacos. “Se puede imaginar —explica Py en las notas del programa de mano— que la situación de esta Medea (italiana), enamorada de un oficial romano (o austriaco, dependiendo de si se revela o no el juego de las transposiciones), que retrasa la revolución nacional para salvar a su amante, haya conmovido a un libretista y a un músico, ambos, en el centro de la revolución nacional italiana. Norma debe elegir entre su corazón de mujer y su corazón político, y sus dudas dan lugar a un conflicto muy musical. No puede matar al padre de sus hijos, ni puede perdonarle la infidelidad y el cinismo con el que la ha inducido a traicionar su causa revolucionaria, y no puede quitar la vida a sus hijos, porque es profundamente moral, y no le queda otra opción que sacrificarse por la revolución.”
En esta producción, Norma, artista de mediados del siglo XIX, se prepara para interpretar el papel de Medea, pero, sacrificándose en nombre de la revolución, trastocando el final de la tragedia de Eurípides y la ópera homónima de Luigi Cherubini, viviendo en primera persona la catástrofe final, pasándole el testimonio a aquella especie de su alter ego que es Adalgisa.
Cabe destacar la elegante y esencial escenografía, situada sobre una plataforma giratoria, curada por Pierre-André Weitz (responsable también de los apropiados vestuarios), y que evocaba precisamente a la sala del Piermarini. Nos encontramos claramente en los territorios del metateatro, con una propuesta indudablemente inteligente e interesante, pero no siempre de fácil lectura. La Scala se convierte, así, en el templo de Irminsul, y las dos sacerdotisas del templo no son otra cosa que sacerdotesse dell’arte (sacerdotisas del arte). Py ha exigido quizás demasiado cuando el espectador se ve obligado a concentrarse para comprender a fondo los eventos escénicos, ocasionando que la música corriera el riesgo de pasar a un segundo plano. Pero los diferentes niveles de lectura, que se entrelazan y se superponen, con las protagonistas-artistas que, mientras viven la historia de Norma, interpretan la de Medea con los movimientos revolucionarios italianos de mediados del siglo XIX de fondo, la volvieron una propuesta indudablemente estimulante.
Sin embargo, los estímulos a veces parecieron excesivos, como la constante y un poco perturbadora presencia de mimos en escena, la teatralización un poco predecible de la sinfonía de la ópera y ciertos bailes convencionales (creo, deliberadamente) coreografiados por Ivo Bauchiero.
La dirección de la orquesta le fue confiada a Fabio Luisi, quien eligió la edición crítica preparada por Roger Parker para Casa Ricordi. Luisi propuso una lectura de estilo neoclásico, caracterizada por atención y sensibilidad en el acompañamiento de los cantantes (que filológicamente realizaron las variaciones en los da capo). También fue notable el trabajo sobre la dinámica, dosificada con precisión de orfebre, y sobre la elección de los tiempos. Particularmente efectivo, por ejemplo, fue la ralentización del tiempo en la sección del dúo entre Pollione y Adalgisa del primer acto, ‘Ciel! Così parlar l’ascolto’, un verdadero oasis lírico de íntima poesía. Una tensión narrativa constante caracterizó su lectura, que nunca resultó efectista o demasiado ruidosa.
Norma fue interpretada por Marina Rebeka, la soprano letona que es una de las intérpretes de referencia de este papel en la actualidad. La cantante demostró dominio de la parte, facilidad para resolver las dificultades técnicas más complejas y los ascensos en la zona aguda, aunque por momentos la realidad es que fueron demasiados sonoras. Todo fue cantado con precisión, escrúpulo y seguridad. Una buena proyección vocal (aunque la dicción no pareció ser impecable) y total dedicación le permitieron imponer su visión de una Norma efectivamente cuidada, refinada, íntima (como ejemplo, inicio a flor de piel con ‘Casta Diva’), pero a la cual le faltó un poco ese acento dramático que ha hecho de Norma un personaje que trasciende el mero papel operístico.
Muy aplaudida estuvo Vasilisa Berzhanskaya, cuya Adalgisa pareció estar centrada en lo vocal y teatral. Berzhanskaya mostró un timbre seductor, conciencia escénica y sobre todo un estilo dramático inusual para este papel. La mezzosoprano rusa puso en evidencia un instrumento vocal expresivo, con el que fue capaz de matizar y conmover. En los memorables dúos con Norma, le hizo frente a su colega, superándola por momentos en intensidad.
Antonio Poli, quien sustituyó de último momento al indispuesto Freddie De Tommaso, interpretó a Pollione con una voz fresca de tenor lírico, generosa y expansiva, por momentos palpitante, si bien, en otros pasajes,tuvo alguno que otro sonido ligeramente aperto. Su expresiva y bastante refinada ejecución se mantuvo justamente alejada de transformar al personaje en el macho verista alla Turiddu, que se suele escuchar con frecuencia. Por lo demás, Poli omitió el Do agudo escrito en la partitura de Bellini en la cavatina ‘Meco all’altar di Venere’.
Michele Pertusi ofreció una sólida personificación de Oroveso, a pesar de que su timbre vocal resultó ser un poco delgado. Óptimo fue el desempeño de Paolo Antognetti (Flavio), un tenor técnicamente preparado, con dicción clara y agradable timbre. Correcta y apropiada estuvo la Clotilde de Laura Lolita Perešivana, alumna de la Accademia della Scala. Finalmente, un elogio especial va para el Coro del Teatro alla Scala, que dirige magistralmente Alberto Malazzi.