Oedipe en París
Octubre 2, 2021. Voy a empezar autocitándome a partir de una crítica anterior sobre esta ópera de George Enescu, la primera y única vez que la vi en vivo hasta ahora: “Oedipe no tiene ‘renombre’ ni forma parte del repertorio habitual. Tiene, en cambio, una música de primer orden, un libreto (de Edmond Fleg) que tiene su fuerte en las obras de Sófocles en que se inspira (Edipo Rey y Edipo en Colono) y su tendón de Aquiles en un lenguaje demasiado elaborado y filosófico, muy del gusto de su época y en Francia, pero que va en contra de la acción dramática y la caracterización de los personajes. Es importante, pues, darle una oportunidad.” Esta vez la oportunidad se la ha dado la ciudad que la vio nacer (en el Palais Garnier, en 1936. Y la ha cumplido con gran éxito y a gran nivel.
Se puede pensar que el agregado mitológico-poético del director y autor teatral Wajdi Mouawad antes del comienzo de la ópera es algo excesivo por información y por divagación, pero en la ópera todo esto se confirma y sustenta en una producción original, rica de ideas y de colores en vestuarios y luces, en movimientos a veces “estetizantes”, pero que no sólo dan plasticidad y sugestión a la obra sino que le comunican un movimiento y teatralidad casi litúrgica que solo así permiten a la música manifestarse.
Por supuesto que sin ésta nada habría que hacer ni decir, pero Ingo Metzmacher al frente de la orquesta, coro y coro de niños (con sus preparadores Ching-Lien Wu y Gaël Darchen) es un maestro que conecta con la música teatral del siglo pasado y éste y obtiene una lectura poderosa y matizada sin dañar a las voces, que (casi todas) bordean lo excepcional.
El protagonista, Christopher Maltman, estuvo inspirado. Impactante, la Esfinge de Clementine Margaine. Ekaterina Gubanova fue casi demasiado para el rol de Yocasta, la madre-esposa, como Anne Sofie von Otter —pese al paso del tiempo— para el de Mérope, la madre ‘adoptiva’. Algo tocados por el paso del tiempo estuvieron el Tiresias de Clive Bailey y el Gran Sacerdote de Laurent Naouri (que sin embargo hacen toda una creación de sus roles); muy bien Nicolas Cavallier en el doble cometido de Phorbas y el Guardián; notable, Adrian Timpau en el corto pero importante papel de Teseo; bien Anna-Sophie Neher como Antígona; y Vincent Ordonneau como el Pastor que revela la tragedia.
Si el Creonte de Brian Mulligan no fue más que correcto, el Layo de Yann Beuron, pese a la extraña evolución de su voz —que ya hemos notado anteriormente—, constituye un aporte significativo al éxito de un espectáculo ante una sala enorme y rebosante que recibió con justificado entusiasmo la representación.