?? Parsifal en Estrasburgo
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Febrero 4, 2020. El director de escena japonés Amon Miyamoto sorprendió con esta puesta en escena. Situó la acción en un lugar muy restringido, una pinacoteca, con su taller de reparaciones y su puesto de vigilancia con cámaras de video por todas partes. En la sala de exposición de los cuadros situó el bosque por donde deambularon Gurnemanz, Parsifal y Kundry, el taller de reparaciones se convirtió en Montsalvat, el monasterio de los hombres del Grial. En el puesto de vigilancia instaló el director de escena el castillo del mago Klingsor y, no contento con transformar los espacios del drama, quiso ensanchar el tiempo. Y así, pensó que la historia del niño abandonado por su madre, recogido luego por los hombres del Grial tras un viaje iniciático digno de una buena road movie, se asemejaba a la historia entera de la humanidad; vale decir, desde la hora del simio (puso uno —falso— en escena) hasta la de La guerra de las galaxias: el célebre film de George Lucas no andaba lejos.
Además, el director añadió a la distribución oficial dos personajes salidos de su fecunda imaginación: una madre y su hijo que visitan el museo durante la interpretación de la ópera e incluso interfieren por momentos con los verdaderos personajes del drama. Curiosamente, en medio de tanto cambio y transformación, Miyamomto mantuvo las formas de los dos objetos fundamentales en la historia: la lanza (que quedó en lanza) y el Grial (en cáliz).
La escenografía de Boris Kudlica agradó por su claridad y su simplicidad. El vestuario diseñado por Kaspar Glarner quiso situar a cada personaje importante en una época determinada, se supone que para subrayar con mayor énfasis el mensaje contenido en cada uno de ellos. Vistió a Gurnemanz y a sus caballeros como los pintores de la Baja Edad Media pintaron a Jesucristo y a sus apóstoles. Disfrazó a Klingsor de personaje de comic book del tipo de Flash Gordon. También se esmeró para vestir a los caballeros del Grial confeccionando un vestido distinto para cada uno. Al extra que representaba el simio lo vistió… de simio.
Marko Letonja dirigió la orquesta de la casa con sobriedad y precisión. Dio al coro el soporte necesario para su buena emisión, apoyándole sin sobrepasar la línea melódica vocal colectiva. Lo mismo hizo para con los cantantes, adaptando el volumen del foso al artista y a la sala, delicadeza esta última que muchos directores olvidan a menudo. El coro de la casa, reforzado en esta ocasión por el de la ópera de la ciudad de Dijon, fue preparado por Alessandro Zuppardo y consiguió efectos vocales de mucha cuantía.
Se aplaudió sin escatimar fuerzas al tenor Thomas Blondelle en el papel central de Parsifal por su interpretación justa, potente y sonora. Supo además adaptar la tensión vocal a la situación del personaje: habló con violencia durante la juventud ignorante del mundo que le envolvía, en el momento de su adolescencia; cuando se interesó por conocer a quienes le rodeaban, habló con mayor tranquilidad y prudencia; y en la tercera fase de su estancia en el escenario, en la plenitud de su personaje, se dirigió a sus inesperados súbditos con la autoridad que le atribuía su cargo.
También quiso el público premiar el trabajo de Ante Jerkunica, un Gurnemanz de voz profunda, sin mácula, sobre todo en el tercer acto, capaz de visitar todo el rango vocal del personaje y de modular la intensidad de sus decires al justo nivel de cada mensaje, comentario o explicación a dar. Markus Markandt introdujo, por su manera de decir, un poco de Italia en la soirée a orillas del Rin, dando así un matiz de suavidad en aquel mundo inhospitalario y peligroso por el que atravesaban sus hombres, los caballeros del Grial. Ello favoreció al tiempo el paso del poder de sus manos a las del recién llegado Parsifal.
Poco se dirá del trabajo de Konstantin Gorny, dado que su única prestación, en el primer acto, aunque se adivinó de buena calidad, se vio disminuida por la situación en el escenario que le obligó a adoptar el director de escena. Finalmente, no se olvide a Christianne Stotijn como Kundry, que demostró poseer un bello timbre, así como expresividad y riqueza de colores vocales, en el registro grave y medio y en intensidades que no excedieron la mezza voce. Pero en los agudos, que cantó en forte, apareció sin remedio un vibrato que afeó su trabajo.
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