Parsifal en San Francisco

Escena de Parsifal de Richard Wagner en la Ópera de San Francisco © Cory Weaver
Octubre 25, 2025. Parsifal, la enigmática última ópera compuesta por Richard Wagner, a la que el mismo llamó Bühnenweihfestspiel (Fiesta de inauguración del teatro) fue vista por primera ocasión en Bayreuth, Alemania, el 26 de julio de 1882.
A los Estados Unidos llegó por primera vez al Metropolitan Opera de Nueva York el 24 de diciembre de 1903, y en el escenario de la Ópera de San Francisco llegó hasta 1950. Existen registros históricos que, sin embargo, señalan que en la ciudad de la bahía se había escuchado el 1 en abril de 1885, en versión de concierto, tan solo unos años después de su estreno absoluto. Posteriormente, la obra volvió de nuevo aquí en abril de 1905 y, en marzo de 1914, como parte de las giras que realizaron a esta ciudad el Metropolitan y la Ópera de Chicago, respectivamente.
A lo largo de la historia de esta compañía, solo ha sido programada en seis ocasiones, siendo la última en el año 2000, lo que significa que no es un título que forme parte de su repertorio habitual. Sin embargo, esta nueva producción forma parte del proyecto, que comenzó hace varias temporadas, propuesto por la directora musical, la maestra Eun Sun Kim, quien busca explorar y conducir una obra de Verdi y una de Wagner cada temporada. De hecho, en los días previos a la reposición de Parsifal, se anunció la realización del ciclo del Anillo del nibelungo, que ella misma dirigirá, con puesta y dirección escénica de Francesca Zambello, a razón de una ópera por año, a partir del 2026.
A Parsifal se le ha considerado como una obra extraña, seria, una profunda declaración de cristianismo, e incluso un hiperbólico pseudo espectáculo con pretensiones ocultas o budistas. Lo cierto es que su música y su orquestación la hacen una obra de musicalmente seductora. La trama fue tomada de medios medievales, principalmente del poema épico Parzival de Wolfram von Eschenbach, y muestra la continua fascinación de Wagner con las leyendas del grial, el vaso místico que según cuenta la tradición fue utilizado por Jesucristo en la última cena.
En lo que respecta al trabajo del director escénico Matthew Ozawa —en colaboración con los vistosos diseños escenográficos de Robert Innes Hopkins, los vestuarios de Jessica Jahn, algunos tradicionales y otros con influencias tomadas de diversos ritos y religiones orientales, la iluminación de Yuki Nakase Link y las llamativas coreografías de danza contemporánea de Rena Butler—, se quiso realizar lo que el propio Ozawa describió como “un ritual teatral” en el que a través de la obra y su música, buscan transmitir un mensaje de sanación, empatía y compasión, que van de acuerdo con la época actual, en la que se está viviendo una crisis de desconexión y carencia de valores.
Pero más allá de querer darle una estructura hilada a cada acto y apegarse estrictamente al libreto, Ozawa buscó ofrecer escenas de impacto visual para el espectador. La primera escena es un bosque tupido de árboles, donde al tenue amanecer aparece una orden de caballeros que custodian al santo grial, y que son levantados en el aire donde quedan suspendidos, hasta desaparecer hacia lo alto del escenario. Entonces comienza la historia. En cada acto se representan distintos rituales con sus vestuarios, en donde Ozawa sorteó hábilmente la parte escénica de la historia, alejándose de cierta dramaturgia estática y que por momentos puede ser un indescifrable marco religioso, que toca temas como el pecado, la redención y la pureza, con una puesta que buscó apelar a los sentidos del espectador, tanto visual como auditivo.
La historia se basa en el joven inocente Parsifal, que vaga por el dominio de los caballeros y que, a través de la compasión, busca sanar a Amfortas, líder de los caballeros, que cometió un pecado y sufre de una herida que permanece abierta. Un sólido elenco se pudo compaginar para esta producción, dando buenos resultados en la función de estreno.

Brandon Jovanovich (Parsifal) y Tanja Ariane Baumgartner (Kundry) © Cory Weaver
El bajo coreano Kwangchul Youn como Gurnemanz prestó su voz grave y profunda, por momentos de manera fastuosa, al papel del sabio caballero. Por su parte, Brandon Jovanovich, personificó a un cándido Parsifal, que supo involucrase en su trabajo actoral hasta convertirse en un personaje compasivo y bondadoso. Su voz es amplia, cantó con tenacidad, buenos medios vocales, expresividad y un color diamantino. Al escuchar a Jovanovich, se demuestra que vocalmente ha encontrado un nicho que se adapta a sus actuales condiciones vocales, a pesar de un récord poco de envidiable de cancelaciones de último minuto en tiempos recientes, especialmente en papeles exigentes, y alguno que otro percance en esta función, que lo hicieron abordar el resto de la función con cierta cautela.
En su debut local, la soprano alemana Tanja Ariane Baumgartner le dio una cualidad misteriosa al papel de Kundry, recreando escénicamente un personaje orgulloso, pero a la vez impactante desde la parte vocal, por el color y brillo que le imprime a su homogénea y vigorosa voz, demostrando que son terrenos que conoce bien. El barítono local Brian Mulligan interpretó el papel de Amfortas, con una buena y correcta actuación y canto, sin descollar particularmente en el escenario.
Por su parte, el bajo-barítono alemán Falk Struckmann fue un malévolo Klingsor, por voz y condición, alternándose con Kundry en ese juego o dualidad entre el bien y el mal en la ópera. Su vestuario y caracterización, un tanto cargada, aunque eficaz, pareció pertenecer más a un personaje del Anillo; pero sin duda quedó constancia de su experiencia y dominio de este repertorio. A propósito, el reino sombrío de Klingsor —que incluye un jardín mágico habitado por bellas doncellas que intentan seducir a Parsifal— aquí contó con la presencia de bailarinas. El resto de los cantantes cumplieron de manera satisfactori, para sacar adelante un título exigente como este.
La maestra coreana, quien cumplió en esta velada su función número cien conduciendo a la orquesta de la que es su titular desde 2021, ofreció una lectura, como en otras obras de Wagner que le he visto dirigir, de manera íntima, detallada, pausada, incluso profunda, aportando la finura característica de la orquestación de este título, sin sobrecargar el sonido que emana de la orquesta, y mostrando atención y cuidado hacia las voces. Por su parte, el coro de la ópera, dirigido por el maestro John Keene, recorrió la obra regalando momentos de brillantez y lucimiento.