Peter Grimes en Milán
Octubre 21, 2023. Para el nuevo montaje de Peter Grimes, la Scala se lo encargó a Robert Carsen, uno de los directores de escena más apegados al teatro milanés. Así, Carsen se ha presentado por la decimotercera vez en Milán con la ayuda de sus colaboradores Gideon Davey (escenografías y vestuarios), Peter van Praet (iluminación), Rebecca Howell (coreógrafa) y Will Duke (videos), y preparó un espectáculo emotivamente potente en el cual el ejemplar cuidado de los movimientos escénicos de los diversos personajes fue de la mano de la poderosa excavación psicológica del protagonista.
La obra maestra de Benjamin Britten (1913-1976) tiene una discreta tradición de representaciones en el Teatro alla Scala, con su estreno italiano en 1947 (dos años después de su estreno londinense de 1945), dirigido por Tullio Serafin en versión rítmica italiana, después con tres reposiciones posteriores. Sobre todo, es para recordarse algunas con dos “monstruos sagrados” como fueron Jon Vickers en 1976 y Philip Langridge en 2000.
El telón se abre en la escena del tribunal en el que Grimes es acusado (injustamente) de haber matado a su mozo. Una escena fija, lúgubre y desnuda que se transformará en varios ambientes de la ópera —la taberna, la calle frente a la iglesia, la cabaña de Grimes—, mientras que en la parte superior se dispuso un espacio para la realización de las proyecciones de video en las que se vería por momentos al joven muerto en el fondo de la barca entre los peces, los ojos ofuscados del protagonista, espejo de su inexorable caída al abismo, el tormentoso mar tan real como metafórico.
La lectura del director de escena canadiense nos lleva súbitamente a la psique de Grimes, a su subconsciente, poniendo en evidencia ese sentimiento de culpa tan pesado que lo atormentará a lo largo de la historia, de no haber podido salvar a su aprendiz de cuya muerte le acusan los vecinos del borough. Sería justo ese sentido de culpa, después de la muerte accidental de su segundo aprendiz, que aniquiló a Grimes llevándolo al suicidio. No es casualidad que la última escena vuelve a mostrar el aula del tribunal con un retorno cíclico al inicio del prólogo, casi como si se tratara de un proceso infinito del que Grimes solo puede salvarse con la muerte.
Brandon Jovanovich dibujó un Grimes gruñón, violento, abusivo, agresivo y brutal. El tenor estadounidense hizo una interpretación expresionista de la misma, refiriéndose claramente al modelo de Jon Vickers. Su Grimes es un personaje borderline, al límite, que sufre porque es incapaz de comunicar, y que es abrumado por la falsa respetabilidad y la obtusidad de los vecinos del barrio. Vocalmente muscular, no siempre inmaculado en la emisión en el registro más agudo, Jovanovich pintó en escena un gran personaje trágico gracias a una notable prueba actoral.
Ellen Ford, la maestra viuda que intenta de mil modos salvar a Grimes, fue Nicole Car. La soprano australiana puso en evidencia una voz luminosa y muy lírica, logrando ser también intensa y dramática. Su interpretación pareció ser perfectamente idiomática. Al capitán Balstrode le prestó su timbrada y viril voz Ólafur Sigurdarson, notable también en sus agudos con squillo. Para el barítono islandés, Carsen creó un papel más cínico de lo habitual, retratándolo como un hombre de negocios codicioso e interesado en ganar dinero.
El resto de los intérpretes mostraron notable capacidad de actuación y lucieron vocalmente intachables. Así, cabe mencionar a Peter Rose en el papel de Swallow, Natascha Petrinsky como Mrs. Sedley, Michael Covin como el hipócrita moralista Bob Boles, Margaret Plummer en el papel de Auntie, con las desinhibidas sobrinas Katrina Galga y Tineke van Ingelgem, las dos principales atracciones de la posada.
Simone Young, concertadora debutante en la Scala, mostró que conoce muy bien la partitura, que dirigió con seguridad y energía, sabiendo replegarse en los momentos más íntimos y sin desbordarse en los más asombrosos. Hubo siempre un óptimo equilibrio entre el foso y el escenario y, en esto, la directora australiana demostró conocer muy bien el arte de saber acompañar a los cantantes, algo que hoy no siempre se da por descontado. Young devolvió a la partitura de Britten lucidez, vigor, pero también transparencia. De verdad que la suya fue una prueba mayúscula. Al final, el Coro del Teatro alla Scala que dirige Alberto Malazzi, muy ocupado en esta ópera, estuvo superlativo. Al final, el público decretó que fue un franco éxito.