Requiem de Verdi en Parma

Requiem de Verdi en Parma, con Michele Mariotti al frente de la Orchestra Rai y el coro del Teatro Regio  © Roberto Ricci

Septiembre 23, 2022. Existen formas infinitas de decir ‘Requiem aeterna’, ‘Dies irae’, ‘Libera me’. La muerte nos concierne a todos, a cada uno personalmente, e incluso un solo texto, como es —aún más que la secuencia y la liturgia— la entonación de Verdi, puede contener innumerables intenciones. Ahora bien, el Requiem es una cita fija del festival parmesano, pero la interpretación concebida nunca se repite. Cada director, cada orquesta, cada coro, cada solista aporta su propia perspectiva, sea dramática o meditativa, consoladora o desesperada, más íntima o más grandilocuente. 

Este año fue el turno de Michele Mariotti en el podio de la Orquesta Rai y del coro del Teatro Regio que dirige Martino Faggiani. Desde el ataque del primer ‘Requiem aeterna’, se percibió un anhelo de dulzura, entre la emoción y el consuelo, que luego se extendió hasta un ‘Libera me’ en el que el desánimo introspectivo prevaleció sobre la sentida angustia. 

Sería tentador hablar de una interpretación lírica, tanto por la suavidad del sonido como por un cuarteto vocal que, a pesar de tener cierta familiaridad con Verdi, tiene en buena medida una fuerte raíz belcantista. Sin embargo, no es solo en la recurrencia del ‘Dies Irae’ que el drama se manifiesta, al contrario: su explosión, por repentina que sea, es la consecuencia directa de la tensión acumulada dentro de ese lirismo, en la atención al detalle transparente y en una gestión sutilmente inquieta de métricas y dinámicas. Poco importa que los piani, los filati, las messe di voce estén todas transformadas, timbradas, impecables: importa que el ‘Ingemisco’ sea atacado con una voz débil dolorosa, que el ‘Hostias’ esté hecho de aire que poco a poco toma forma, con un Stefan Pop muy atento a adherirse a la idea musical de Mariotti aun a costa de correr algunos riesgos en la transmisión. 

Y no se puede menos que apreciar el acento ansioso de Marina Rebeka: su voz es tan hermosa, brillante y suave, pero bien proyectada, sin forzar el registro grave, pues no es potente (el buen gusto vale más que los decibeles). Visiblemente conmovida por la calidez del público, casi pareció rehuir al final: ser artista no significa ser máquinas infalibles, sino saber demostrar siempre a los músicos e intérpretes, respetando el texto, a los compañeros, y al público. 

Rebeka amalgamó en agradable contraste con el timbre bruñido de Varduhi Abrahamyan, muy atenta al rigor inquieto sugerido por Mariotti. Asimismo, Riccardo Zanellato, el más «verdiano» del cuarteto, se hizo sentir en la palabra, y fue diluyendo los diversos ‘Mors’ hasta convertirlos en un suspiro y un siseo. 

El patetismo de un canto que no estalla con furia, sino que siempre se mantiene compacto y redondo en todo el rango dinámico, estuvo delegado al coro parmesano. Así, la orquesta Rai, que recortó las secciones y destacó detalles y contramelodías. A veces uno se siente incluso un poco alienado al seguir esta reflexión sobre la muerte que no grita ni descansa y requiere la atención constante de todos. Sale uno del teatro discutiendo y pensando y fue un excelente resultado, sobre todo si es abrazado por un aplauso tan caluroso y prolongado.

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