?? Rigoletto en Berlín
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Octubre 26, 2019. El lector mexicano se encuentra muy bien informado a través de Pro Ópera y sabe hasta por los codos que en Alemania el director de escena y el dramaturgo son los reyes de la ópera. No importa cuan desintegradas sean sus ideas con respecto a la obra que presentan, los teatros agachan la cabeza y aceptan todo lo que se les ofrece, como ganado al matadero. Es una pena, porque la nueva generación de operómanos creerá que Rigoletto es una obra que transcurre durante la República de Weimar, y que todas las casas en Berlín estaban pintadas en colores muy oscuros, al estilo George Grosz.
En otras producciones vistas en esta ciudad, Rigoletto aparece como una figura ficticia que adquiere vida al salir de una caja de cartón. Hay que decir que ninguna de las dos cosas, aisladas de un contexto disparatado, harían mal a la obra: solo hay que pedir coherencia dramática; pero, ¡claro!, si la obra se ha desintegrado frente a nuestros ojos y ha perdido su esencia, ¿que coherencia puede haber? Que el lector saque sus propias conclusiones y quede advertido de que, en este país, la idea original de la obra —tal como fuese concebida por el autor— no es el punto de partida de la puesta.
El lector observará también que la foto adjunta crea un ambiente interesante: es una propuesta fotográfica que el mismo director de escena ignora y deja de lado. La escenografía de Michael Yeargan era un mishmash de columnas, con habitaciones que se movían desde bambalinas para crear el departamento de Gilda o el bar de Sparafucile. Nada malo, si hubiera habido coherencia, pero la tan afamada Personenregie desarrollada por directores modernos como Kupfer, Friedrich, Herz, Krämer, Konwitschny, Decker, y la lista es larga, no existió. Parece como si la nueva corriente de directores presenta imágenes y con eso se dan por satisfechos. Hay que hacerles saber que hay gente que no se satisface con aperitivos y pide una comida con más sustancia.
El nivel musical fue mediocre, aparte de las contribuciones de Christopher Maltman y Aida Garifullina. Maltman es un excelente cantante, posee una voz de barítono cortante, incisiva, de clara dicción y gran resonancia. El fraseo es bueno, pero si hubiera tenido un director como Riccardo Muti, hubiera sido memorable. Diego Matheuz dirigió sin pena ni gloria, sin energía. Garifullina es una buena soprano ligera, su coloratura es ejemplar y luce bien, pero su voz sonó fría y comunicó poco, aunque el nivel fue alto.
El resto del elenco sorprendió por la baja calidad de las voces. Francesco Demuro cantó el Duque con afinación dudosa, la voz por momentos estrangulada, demasiado liviana y sin carácter. Al Sparaficulie de Grigory Shkarupa le faltó peso y sentido de amenaza; es una voz de bajo que parecía de estudiante de conservatorio. Mariana Pentcheva rindió mucho mejor en el corto pero importante papel de Maddalena. Estupendo, el coro, que pareció venir de otro planeta; pero como espectáculo esto fue lamentable.
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