Rigoletto en San Francisco

Adela Zaharia (Gilda) y Amartuvshin Enkhbat (Rigoletto) en la Ópera de San Francisco © Cory Weaver

 

Septiembre 16, 2025. Con Rigoletto, ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi (1813-1901) y libreto en italiano de Francesco Maria Piave (1810-1876), inició una nueva temporada de la Ópera de San Francisco, la numero 103 de su historia. 

Aunque la obra ingresó formalmente al repertorio de este importante teatro estadounidense el 8 de octubre de 1923, donde ha sido escenificada en 34 temporadas y se ha convertido en un título apreciado por el público local, la primera ocasión que se escucharon notas de esta obra en San Francisco ocurrió tan solo siete meses después del estreno absoluto de la obra en el teatro La Fenice de Venecia (el 11 de marzo de 1851), cuando el 23 de octubre de ese año la pareja Giovanna y Eugenio Branchi interpretaron el dueto ‘Signor ne príncipe’ en una gala operística en el teatro de ópera Maguire Opera House, antigua casa de ópera en la ciudad, donde se llegaron a realizar obras en español debido a la gran población de origen mexicano que aún vivía en la región en esos años. 

Finalmente, la obra fue escenificada en su versión de cuatro actos (no con la tradicional en tres actos) en 1860, en la que los reportes de prensa describen como una accidentada función en la que se omitieron diversas intervenciones del duque de Mantua, así como el dúo final de entre Rigoletto y Gilda. Así, existe un número inagotable de anécdotas y vicisitudes que se han vivido cada vez que se ha escenificado Rigoletto en este teatro, sin olvidar el número de destacados y célebres intérpretes que han pisado este escenario dando vida a los personajes principales de la ópera. 

Personalmente, conservo un grato recuerdo del Rigoletto que fue el primer título al que asistí en este teatro, en 1991, con un elenco que incluía a los barítonos Alain Fondary y Juan Pons como Rigoletto, la soprano Ruth Ann Swenson, quien comenzaba a darse a notar, como Gilda; y el tenor Richard Leech como el duque de Mantua, en la producción de Jean Pierre Ponnelle. 

Trasladándonos a 2025, a la función objeto de esta reseña, el público de encontró con la reposición de la puesta estrenada en 1997, ideada por el diseñador estadounidense Michael Yeargan, quien para su creación se basó en las pinturas de ambientes sombríos, oscuros y agudos pertenecientes al movimiento artístico conocido como scuola metafísica, fundada por el artista italiano Giorgio de Chirico (1888-1978), cuyas obras más conocidas contienen arcadas romanas, extensas sombras, perspectivas ilógicas, creando imágenes surrealistas. La historia se desarrolla en la oscura calle de una plaza, con edificios y arcos de tamaño desproporcionado, ubicados en cada lado del escenario. La intensa iluminación en resplandecientes colores rojo, azul y amarilla, obra de Chris Maravich, le imprimieron ese constante efecto de angustia y dramatismo que se desprende del libreto. Lo coloridos vestuarios, con su toque de exageración, fueron obra Constance Hoffman y fueron funcionales para el marco descrito. 

Se agradece que aquí Rigoletto parece el bufón vestido de arlequín, como indica el libreto. De la reposición, en cuanto a la dirección escénica, el trabajo del director argentino José María Condemi fue directa y con apego a la historia, y sin innecesarios o superfluos movimientos escénicos. La producción luce algo rígida e incide en la fluidez de los cambios de escena. Se espera que después de cinco reposiciones, tan solo en este escenario (recuerdo haber visto esta misma producción en Los Ángeles), el teatro ofrezca una idea novedosa. 

Estoy convencido de que en la actualidad no existe otro cantante que domine de manera tan contundente los papeles aptos para su cuerda y su repertorio, especialmente el de Rigoletto, como Amartuvshin Enkhbat. Desde su debut local hace un año como Renato en Un ballo in maschera, fue muy esperado su regreso. Su aparición en la lírica ha sido un auténtico tsunami, aunque llama un poco atención que no sea considerado una figura mediática, con relación al notable desempeño que ofrece en cada función. Sus cualidades son muchas y en esta ocasión bordó un creíble personaje, irónico, burlón, enérgico y hasta conmovedor, con una expresividad cálida, robusta, homogénea, con gratas pinceladas baritonales, emisión y fraseo. Bastaría con utilizar la palabra admirable para describir a este notable intérprete. 

Por su parte, con su desempeño actoral y vocal, la soprano rumana Adela Zaharia (cuyo debut estadounidense ocurriera hace algunos años en Los Ángeles en el mismo papel y la misma producción), cimbró al público por su manejo virtuoso, nítido, ágil y comunicativo de la voz. Su claridad cristalina conmovió, así como su convicción y caracterización de una frágil y afable Gilda. El papel del Duque de Mantua le fue encomendado al tenor chino Yongzhao Yu, quien en su debut local (asumiendo el lugar del tenor italiano Giovanni Sala, originalmente anunciado) desplegó buenas cualidades en cuanto a timbre, calidez y plasticidad, aunque su voz por momentos se escuchó algo ligera, juvenil y con cierta carencia de seguridad y tablas en algunos pasajes. 

El bajo Peixin Chen le dio un carácter agresivo y pendenciero al personaje Sparafucile, en su voz posee potencia y profundidad. Por su parte, la mezzosoprano J’Nai Bridges cumplió bien con su parte, impregnando al personaje de Maddalena de sensualidad, picardía, y una cualidad fosca, sombría pero grata en su expresión, y la mezzosoprano Stella Hannock, miembro del coro del teatro, aportó una adecuada caracterización de Giovanna. 

Una mención va para el resto de los cantantes: el bajo Aleksey Bogdanov como Monterone, el barítono Olivier Zerouali como Marullo, el tenor Samuel White como Matteo Borsa, el bajo-barítono Jongwon Han como el Conde Ceprano, la soprano Caroline Corrales como la Condesa Soprano, y la soprano Elisa Sunshine como el paje. Algunos de ellos son miembros actuales o exalumnos del estudio Merola del teatro, Muy participativo y correcto estuvo el coro que dirige el maestro John Keene. 

La orquesta de la Ópera de San Francisco, su sólida presencia, que la hace un punto de fortaleza del teatro, fue dirigida por su titular la maestra Eun Sun Kim, quien en su doble tarea de ir alternando una obra de Verdi y otra de Wagner desde hace varias temporadas, condujo con ímpetu, estilo y adecuada dinámica, imprimiéndole una cierta cualidad de ligereza a la música que provenía del foso, de la palpitante orquestación que solo Verdi pudo crear. 

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