Rusalka en Valencia
Enero 30, 2024. El valenciano Palau de les Arts ha recibido la llegada de Rusalka a su escenario con pompa y circunstancia: estreno de la obra en sus entrañas y en una puesta en escena firmada por Christof Loy que se ha paseado por Madrid (noviembre 2020), Dresde (mayo 2022), Bolonia y Barcelona, cuyos teatros de ópera son coproductores con Les Arts de esta propuesta escénica que no ha cosechado buenas críticas en este sentido.
En este sentido mantengo mi opinión de la función que se publicó en Pro Ópera hace más de tres años: https://proopera.org.mx/contenido/criticas/rusalka-en-madrid/
El trabajo escénico de Loy es cuidadoso en la dirección de actores, elegante y hasta poético. Sus líneas principales son reconocibles y, a la postre y en conjunto, es sugestivo y atractivo. La escenografía (Johannes Leiacker) lleva el argumento al vestíbulo de un teatro, en el que los deseos de los que por ahí transitan se cruzan una y otra vez. Pero a todo esto le falta el elemento romántico que está en el tuétano de la música, dejando unas ideas que no compensan la vacuidad de un montaje que en el último acto parece que no da para más.
Afortunadamente, siempre queda la música, y la que Antonín Dvořák (1841-1904) compuso para su ópera de la sirenita es de una riquísima orquestación, inspiradas melodías y pasajes con influencias impresionistas y elementos wagnerianos, sin escatimar el folclore de su Bohemia natal. Y el director musical Cornelius Meister consiguió una claridad expositiva donde el latido romántico y emotivo estuvo presente, sin descuidar el refinamiento tímbrico de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, que esta vez no pecó del exceso de decibelios que en otras ocasiones he notado. El coro, en general muy bien, y en particular el femenino en el último acto.
El trabajo vocal y escénico de la soprano Olesya Goloevna como Rusalka fue notabilísimo. Su voz, bien emitida a pesar de un registro grave un tanto desdibujado y un timbre no particularmente bello, convence por la sensibilidad interpretativa, recreando con fuerza los rasgos de una Rusalka vulnerable y desesperada. El tenor británico Adam Smith, de muy buena apariencia física y del que “todo el mundo operístico está hablando” (revista Marie Claire dixit), tiene un material de cierto fuste, pero como Príncipe siempre pareció muy ajustado por todos lados: la orquesta casi engullía su caudal sonoro, agudos imperfectos y voz pobre en armónicos. Su ejecución teatral fue estupenda y eso le hizo redondear al personaje y ganar muchos aplausos al final de la velada.
La mezzosoprano albanesa Enkelejda Shkoza como Ježibaba fue, para mí, la gran sorpresa. Una voz redonda, homogénea y bien proyectada acompañada de una prestancia escénica de primer orden. La primera vez que vi a esta cantante fue en 2001, como una anodina Maddalena en Rigoletto en el Teatro Real. Gran relieve tuvo también la Princesa Extranjera de la mezzosoprano Sinéad Campbell-Wallace, con una voz rica en armónicos y una personalidad interpretativa de gran atractivo. Vodník, el espíritu de las aguas, interpretado por el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev, no sonó con la rotundidad debida. Frasea con buen gusto y tiene una estupenda línea de canto que pudo lucir en las escenas de tierno afecto paternal hacia Rusalka.
En esta propuesta escénica las tres ninfas acuáticas son bailarinas y estuvieron bien interpretadas por Cristina Toledo, Laura Fleur y Alyona Abramova, pero fueron los personajes del guardabosques (Manel Esteve), el pinche de cocina (Laura Orueta) y el cazador (Daniel Gallegos) quienes brillaron con mayor intensidad tanto en lo vocal como en la relevancia actoral que han tenido sus personajes en la propuesta de Loy que parece una fría y aséptica disección del romántico cuento de siempre.