Salome en Toronto

Escena de Salome en Toronto, protagonizada por Ambur Braid © Michael Cooper

Enero 11, 2023. Para su propuesta invernal de esta temporada, la Canadian Opera Company apostó por la popular ópera Salome de Richard Strauss, en la producción de gran calidad y éxito probado de Atom Egoyan y con un elenco sin la más mínima fisura vocal. A cargo del rol protagónico, la soprano canadiense Ambur Braid, graduada del atelier vocal de la casa y uno de los más interesantes jóvenes talentos locales, ofreció una caracterización monumental de la caprichosa y perversa princesa de Judea sin nunca especular ni reservarse nada y entregando todo sobre el escenario de la primera a la ultima nota. Con una voz fresca, amplia, matizada y desbordante de sensualidad, que nunca se doblegó ante los torrentes musicales de Strauss, Braid se reveló como una cantante muy completa y una intérprete de gran magnetismo y compromiso dramático cuya presencia dominó en todo momento la escena. 

Asimismo, un gran descubrimiento resultó el debutante barítono alemán Michael Kupfer-Radecky, quien dotó de toda la autoridad y del aura profética requerida al personaje de Jochanaan con una voz caudalosa, bien timbrada y un canto de riquísimo lirismo, seducción y humanidad. 

Adentrándose en un repertorio mucho más pesado del habitual, un enorme triunfo se anotó el tenor suizo-canadiense Michael Schade, quien compuso un Herodes deslumbrante tanto en lo vocal como en lo escénico. Nada caricaturesco, su repulsivo y libidinoso tetrarca padrastro de Salome, tuvo ante todo el mérito de estar perfectamente cantado, recorriendo sin la menor dificultad la escritura de la parte, y sin nunca caer en el habitual recurso de abusar del “sprechgesang”. Otrora gran intérprete de la parte de Salome, la veterana soprano finlandesa Karita Mattila demostró tener mucho para ofrecer como Herodías, la diabólica y altiva esposa de Herodes, personaje que construyó con unos medios vocales limitados, pero con mucho carisma y enormes recursos actorales. 

Por su parte, el tenor canadiense Frédéric Altoum resultó un ardiente Narraboth, capitán de la guardia del tetrarca, personaje al que concibió absolutamente desesperado por el amor de Salome, con una voz belcantista de legato soñado, de inmaculada línea y con unos agudos fáciles y bien proyectados. Todos los personajes secundarios fueron perfectamente cubiertos por elementos locales, de entre los que brillaron con luz propia el paje de Herodes de Carolyn Sproule y el primer nazareno de Robert Pomakov. 

Comandando a los músicos de la orquesta de la casa y sin descuidar ningún aspecto de la partitura straussiana, el director alemán Johannes Debus hizo una lectura vibrante de sonido controlado, opulento, detallista, de gran carga dramática y cuya tensión no disminuyo en ningún momento.

Estrenada en la casa hace casi 30 años y algo remozada para la ocasión, la producción de alto contenido psicológico firmada por el director y cineasta canadiense-armenio Atom Egoyan resultó efectiva en general, siendo uno de sus principales atractivos la minuciosa elaboración tanto de las fortalezas como de las vulnerabilidades de cada uno de los personajes. 

Sin nada de bíblico, la escenografía minimalista y oscura de Derek McLane aportó atmosfera decadente, mientras que el vestuario de Catherine Zuber hizo suponer que la acción se desarrollaba en algún hospital o centro de rehabilitación. Las estudiadas proyecciones diseñadas por Phillip Barker reforzaron la idea del constante voyerismo y la vigilancia del sitio donde transcurría la acción. Muy bien resuelta, la escena de la “danza de los siete velos”, fue presentada a través de un juego de luces y sombras, al que se le intercalaron videos donde, sin golpes bajos, se narró la historia de la protagonista buscando justificar su carácter como el resultado de una vida pasada de abusos sexuales y como víctima de una familia disfuncional.

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