Semele en Lille
Octubre 13, 2022. Georg Friedrich Händel fue un indiscutible maestro de la expresión lírica y dramática, que después de su fructífero paso por Italia se estableció en Londres en 1710, donde un año después compuso Rinaldo (1711) que fue todo un éxito, ya que, en ese tiempo, la opera seria italiana estaba en boga entre la aristocracia británica.
Posteriormente, Händel tuvo una serie de éxitos con operas como: Giulio Cesare, Rodelinda y Tamerlano, títulos que ya han sido presentados en temporadas pasadas de la Ópera de Lille, al norte de Francia, casi en la frontera con Bélgica, que se ha enfocado en representar las más emblemáticas obras de este célebre compositor alemán-británico.
A partir de 1730, el gusto del público londinense evolucionó y la ópera italiana fue reemplazada paulatinamente por el oratorio (drama musical sin puesta escénica basada en temas religiosos). Así, en 1741, Händel compuso Messiah, y en 1744, Semele, que por su estructura se asemeja más a una ópera italiana, y es uno de los tres oratorios de este compositor basados en temas mitológicos y no religiosos.
Semele continúa siendo todavía poco conocida y representada, considerando que ingresó al repertorio de la English National Opera y del Covent Garden de Londres en 1970 y 1982, respectivamente; y en Francia se escuchó por primera vez en 1996 en el Festival de Aix-en-Provence. Este 2022, salvo un par de representaciones en Irlanda y una en Estados Unidos, este montaje del drama musical en tres actos realizado por el teatro de Lille fue el más significativo y relevante de la temporada, por el éxito escénico y musical que fue.
Primero, se contó con un montaje de Barrie Kosky, el director de escena de moda, quien ofreció una ingeniosa y aguda visión del mito de Semele, la mortal que se enamora del dios Júpiter. Kosky recreó de manera convincente y magistral esa interacción en escena, en la que Semele, y el público mismo, no sabe si lo que sucede es la realidad, un sueño o una ilusión, como tampoco si Júpiter entra en realidad al mundo de los sentimientos y de los mortales, o no. Aquí, Kosky entiende la maestría de Handel, para comunicar algo más allá de sus composiciones y el arte del compositor de representar musicalmente la obsesión del amor.
El mito de Semele suele también entenderse como una parábola de la fuerza destructora de la naturaleza. Por ello, las escenografías de Natacha Le Guen de Kerneizon consisten en un opulento salón de un palacio, con muebles, flores y una chimenea completamente calcinados y Semele emerge de las cenizas. Uno de los momentos más impactantes logrados por Kosky fue la imagen de Semele dentro de un espejo sobre la chimenea, el cual hace pensar si el personaje murió calcinado y observa la escena, o son los demás personajes, y coristas, que ríen sarcásticamente —sin llegar al exceso caricaturesco, de acuerdo a la tradición inglesa de representar el título como una comedia— quienes la observan a ella recordando su incredulidad y obsesión por Júpiter. Los elegantes vestuarios de Carla Teti y la oscura iluminación de Alessandro Carletti, que creó un ambiente lúgubre, completaron una atractiva y profunda producción que logra que reflexione, una vez concluida la función.
Musicalmente, la obra fue igual de satisfactoria, gracias a los competentes músicos y coristas de Le Concert d’Astrée, que ofrecieron una ejecución de alto nivel, bajo la conducción de Emmanuelle Haïm, su directora titular quien, desde el clavecín, ofreció una lectura dinámica, ligera y precisa de la sublime partitura, que contiene mucha poesía y momentos de ternura, intimidad y gracia.
Vocalmente, el espectáculo fue dominado por la soprano Elsa Benoit, un nombre a tener en cuenta, que como Semele derrochó talento vocal e histriónico. Su timbre es colorido, penetrante, e impecable en las agilidades y las ornamentaciones, y cumplió con las exigencias actorales del montaje. Jupiter fue personificado por el tenor Stuart Jackson que, con su enorme físico y larga melena, dio autoridad a un dios que esbozaba ternura y gracia y exhibió una grata y matizada voz.
La mezzosoprano turca Ezgi Kutlu dio fuerza y presencia al personaje de Junon, cantando con convicción y expresividad. Notable estuvo el bajo Joshua Bloom, en su papel de Cadmus, y correctos se escucharon y se vieron escénicamente en sus intervenciones el contratenor Paul-Antoine Bénos-Djian como Athamas, el bajo barítono estadounidense Evan Hughes como Somnus, la joven mezzosoprano Emy Gazeilles en el papel de Iris, así como la mezzosoprano Victoire Brunel, una cantante establecida, que actuó con garbo y simpatía el papel de Ino y cantó con dominio técnico.
Para concluir, el concertante ‘Happy, happy shall we be’, fue cantado por los miembros del coro, ubicados en los pasillos entre el público en la parte baja y en el segundo piso del teatro.