Stiffelio en Piacenza

Escena de Stiffelio de Giuseppe Verdi en la producción de Pier Luigi Pizzi en el Teatro Municipale di Piacenza © Gianni Cravedi
Diciembre 21, 2025. Cuando Stiffelio vio la luz en 1850, Giuseppe Verdi atravesaba un momento de transición: había dejado atrás los años “de galera”, pero aún no alcanzaba su plena madurez. Es precisamente en este periodo cuando nace Stiffelio, revelándose como un experimento audaz, profundamente moderno en su aproximación al conflicto humano y al mismo tiempo peligrosamente provocador para la moral y la política del Risorgimento italiano.
El conflicto planteado por el compositor era dinamita pura para la censura. El protagonista: un pastor protestante casado, herido por la traición de su esposa y obligado a predicar el perdón desde el púlpito, tocaba tres fibras extremadamente sensibles para las autoridades del Estado Pontificio y para los teatros sometidos a vigilancia clerical. Por un lado, resultaba intolerable la presencia de un ministro religioso como personaje central, mostrando celos y fragilidades humanas. Por otro, el adulterio explícito, con un amante claramente identificado y consecuencias morales visibles, superaba los límites de lo escénicamente aceptable. Pero el mayor escándalo residía en la escena final: un acto sacramental transformado en clímax operístico.
La censura reaccionó con severidad, como era de esperarse; obligando a Verdi a alterar nombres, profesiones y localizaciones, alejando la obra de su sentido original. En algunas producciones incluso se despojó a Stiffelio de su condición de pastor para convertirlo en un noble genérico, y el templo final fue sustituido por un espacio neutro. “¡Ni siquiera podría contarte lo que le pasó a Stiffelio! Ningún pecado, absolutamente ningún pecado… se ha perdido todo rastro”, protestó un Verdi ya mayor indignado a Giulio Ricordi. La ópera circuló durante un tiempo bajo títulos impuestos, como Guglielmo Wellingrode, con el protagonista transformado en un primer ministro alemán: una solución poco convincente para el público italiano, ajeno a la ambientación germánica. Su tibio recibimiento llevó al compositor a una profunda reescritura, de la que nació Aroldo en 1857, con un cuarto acto añadido y un traslado de la acción al Medioevo.
Así, la historia de Stiffelio quedó interrumpida durante más de un siglo, perdida entre mutilaciones y ediciones incompletas. Solo a finales de la década de 1960, gracias al hallazgo de dos manuscritos originales: uno de Stiffelio y otro de Guglielmo Wellingrode en la Biblioteca del Conservatorio de Nápoles, fue posible reconstruir la obra tal como Verdi la concibió. Para inaugurar la temporada 2025–2026, el Teatro Municipale di Piacenza, en coproducción con el Teatro Comunale Pavarotti-Freni de Módena y el Teatro Municipale de Reggio Emilia, decidió abrir su temporada con este título verdiano.
La concepción artística fue obra íntegra del legendario Pier Luigi Pizzi, quien a sus 95 años firmó la dirección escénica, la escenografía y el vestuario con la genialidad, elegancia y distinción que caracterizan su trayectoria. La psicología de los personajes estuvo tratada con extremo cuidado; los tres protagonistas ofrecieron interpretaciones de gran nivel gracias a la visión de Pizzi. El creativo milanés propuso una lectura tradicional de exquisito gusto, en un escenario muy inclinado que potenciaba la visibilidad y el impacto de todos los elementos. Gracias al video editing de Matteo Letizi, el cuadro final adquirió un carácter hiperrealista: una pantalla gigante, ocupando todo el fondo del escenario, generaba la ilusión de una profundidad de decenas de metros, complementada por juegos de iluminación que simulaban la entrada de la luz solar de forma espectacular. En escenas clave, como los finales de los actos segundo y tercero, el diseño de iluminación de Massimo Gasparon resultó esencial para crear un efecto cinematográfico de enfoque dramático.
La Orchestra Toscanini dell’Emilia Romagna se desenvolvió en el foso con extrema precisión, respondiendo con excelencia a las indicaciones y dinámicas de Leonardo Sini. El concertador, de 35 años de edad, mostró una afinidad natural con el estilo verdiano. Su gesto, expresivo y elegante, fue plenamente comprendido por los músicos, que bajo su batuta tocaron con rigor y notable sentido teatral. Sini ofreció una paleta de colores rica y matizada, consciente de las atmósferas románticas de Verdi, ejecutadas con maestría, al tiempo que brindó a los cantantes un acompañamiento cuidado. Desde la extensa y hermosa Sinfonia, las dinámicas y los colores, variados y bien dosificados, anticiparon el equilibrio y el refinamiento del resto de la función. El Coro del Teatro Municipal de Piacenza, dirigido por Corrado Casati, pese a su corta intervención, cumplió con creces, destacando especialmente en los finales de los actos segundo y tercero.

Lidia Fridman (Lina), Gregory Kunde (Stiffelio) y Adriano Gramigni (Jorg) © Gianni Cravedi
En el rol titular fue un acierto mayúsculo confiar Stiffelio a Gregory Kunde, quien lo debutó en esta ocasión. El legendario tenor estadounidense, próximo a cumplir 72 años, ofreció un ministro escénicamente ideal para los parámetros verdianos: un hombre maduro, experimentado tanto en escena como en lo vocal. Sus agudos siguen siendo imponentes, canoros y bien colocados; aunque en algunos momentos se perciben menos cómodos, nunca resultan molestos. Inevitablemente, estas leves señales del paso del tiempo en la movilidad y en el aspecto vocal llegan en algún momento, pero Kunde compensa con creces cualquier limitación mediante una interpretación actoral monumental. Su registro aún es bello y metálico, sólido, con un brillo tímbrico irresistible; la dicción y el fraseo son ejemplares. Lo más admirable es la inteligencia artística con la que pone su instrumento al servicio del personaje. Pese a tratarse de un debut, su Stiffelio resulta seguro, profundamente encarnado, dotado de gran estatura moral y, al mismo tiempo, de intensa humanidad.
Como Lina, Lidia Fridman encarnó a una esposa devastada por la moral y por el peso de la condición de su marido, con una actuación escénica cumplidora. El timbre de la soprano rusa es claro, transparente y ágil, de color bello y ductilidad natural. Los sobreagudos son potentes y el registro medio, decoroso. En la gran aria del segundo acto destacó por los largos fiati, que sostienen un legato de calidad y un timbre atractivo; la cabaletta la resolvió con corrección, aunque sin brillo deslumbrante. El final de sus arias fue de notable intensidad dramática. Cabe señalar, no obstante, que su pronunciación del italiano es pésima, hasta el punto de resultar prácticamente incomprensible.
En el papel de Stankar, el atribulado padre de Lina, el barítono Vladimir Stoyanov dio vida al viejo coronel con inteligencia expresiva. Su interpretación fue autoritaria cuando la situación lo requería, pero también profundamente humana, resultando más eficaz en lo actoral que en lo estrictamente musical. Con sólida experiencia verdiana, el cantante búlgaro cumplió con solvencia. Su aria del tercer acto fue cantada con vigor, atención a los matices y un impulso notable en la cabaletta ‘Oh gioia inesprimibile’, aunque tendió a acentuar en exceso el inicio de las frases, dejando casi inaudibles los finales; aun así, su prestación fue bien recibida.
Como el noble Raffaele, el tenor italo-escocés Carlo Raffaelli destacó por una voz radiante y un color característico, cualidades que lo hicieron particularmente eficaz. Más que correcto fue el desempeño del resto del elenco en los roles secundarios. El viejo ministro Jorg fue interpretado por el bajo Adriano Gramigni. Los primos de Lina, Federico di Frengel y Dorotea, estuvieron a cargo de Paolo Nevi y Carlotta Vichi, respectivamente.
Al final de la función, el público tributó, como era de esperar, grandes ovaciones a todos los protagonistas. Una grata sorpresa fue ver a Pier Luigi Pizzi con el vigor y la energía de un veinteañero: a pesar de su avanzada edad, se mueve, corre y sonríe con más vitalidad que muchos.

Vladimir Stoyanov (Stankar) © Gianni Cravedi