Suor Angelica y Gianni Schicchi en Milán
Octubre 14, 2021. Durante la remodelación del Teatro alla Scala del 2002 al 2004, todas las funciones se representaron en el espacio creado específicamente con este propósito: el Teatro degli Arcimboldi di Milano (TAM), que tenía varios años sin ofrecer ópera en su cartelera. El espacio de la periferia milanesa ofreció una sola función en colaboración con la Associazione Premio Etta e Paolo Limiti un díptico pucciniano: Suor Angelica y Gianni Schicchi.
Ambos elencos fueron creados con los ganadores y participantes de la 6ª edición del Premio Etta e Paolo Limiti del pasado 22 de mayo; evidentemente se esperaba un nivel vocal alto, el cual se alcanzó sin lugar a dudas. En el foso, la Orchestra Filarmonica Italiana fue dirigida por la controversial Beatrice Venezi, mientras que en el escenario veíamos una propuesta del regista Davide Garattini Raimondi.
Suor Angelica en general tuvo un nivel bastante alto. La ingeniosa escena e iluminación firmadas por Paolo Vitale fueron lo mejor de la noche, pues con un presupuesto casi inexistente transmitieron la esencia de la tragedia pucciniana. En un espacio completamente negro, las monjas en un certero vestuario propuesto por Giada Masi, aparecieron únicamente con una sábana blanca y unas velas. Confirmando que no es necesaria una producción multimillonaria para cautivar al público, basta el talento del elenco y el ingenio de los creativos.
La soprano cubana Diana Cárdenas encarnó una Suor Angelica convincente. Su voz grande y educada le permitieron cumplir los requerimientos musicales de Puccini. Merecidamente aplaudida en ‘Senza mamma’ y al final de la función gracias a su intensidad tanto vocal como histriónica. La Zia Principessa fue interpretada por la mezzosoprano Patrizia Patelmo, con una voz tipluda y por momentos engolada, pero siempre en su personaje, e hizo buena mancuerna con Cárdenas.
La mezzosoprano Sofia Ferrari cantó un triple rol: la Abadesa, la Hermana celadora y la Maestra de las novicias con una correcta y convincente interpretación. De igual forma Francesca Vitale (Suor Genovieffa), Roxana Herrera (Suor Osmina), Sara Intagliata (Suor Dolcina), Mara Gaudenzi (Suona Infermiera) estuvieron siempre entonadas y respetaron las dinámicas musicales, ofreciendo una interpretación muy aplaudible.
La batuta de Venezi fue muy académica, siempre apegada a la partitura. Loable sobre todo la primera mitad de la ópera, en particular la presentación de las monjas, los himnos y los ‘deseos’.
Como segundo tiempo llegó el infalible caballo de batalla de producciones independientes: Gianni Schicchi. Fue aquí donde se potenció el talento de los creativos, mientras Venezi tuvo un tropezón. Garattini Raimondi recurrió a la últimamente muy utilizada estrategia de situar la escena en el interior de un teatro. El efecto de ver el escenario de un enorme teatro como el Arcimboldi —completamente abierto y con la tramoya visible— fue impactante visualmente, sobre todo tomando en cuenta que el primer título fue claustrofóbico, en medio de una ‘caja negra’ con iluminación restringida por más de una hora.
De manera improvisada —a diferencia de como indica la partitura— el actor Nicola Ciulla, interpretando el rol de Buoso Donati, ofreció un breve y divertido monólogo, exponiéndose como una víctima de la pandemia, pero no en sentido médico, sino protestando de cómo ha sufrido como artista el desamparo del gobierno. De la desesperación, muere en escena, siendo aquí cuando ataca la orquesta y comienza la ópera, con la muerte de Buoso Donati.
El joven cast sacó la casta ante la batuta de Venezi, quien descuidó a los cantantes en varias ocasiones, cubriéndolos con una pesada orquestación de los alientos en algunas partes solistas. El mejor del elenco fue el joven tenor siciliano Giuseppe Infantino como Rinuccio, quien además de ser sumamente carismático en escena, cuenta con una voz privilegiada, así como agudos potentes y agradables que se contrastan con su aterciopelado registro central.
Por su parte, el protagónico de la ópera homónima fue interpretado por Domenico Colaianni sustituyendo con su extraordinaria vis cómica la parte vocal, pues sus agudos sonaron sumamente engolados y su registro grave fue prácticamente inaudible, estropeando su inmaculada histrionicidad. La Lauretta de Francesca Pia Vitale fue simpática y correcta, y pasó sin pena ni gloria, con todo y el comodín ‘O mio babbino caro’, el cual interpretó de manera muy “académica”, pero que resarció con sus potentes agudos al final de la ópera.
El resto de la familia Donati: Patrizia Patelmo (la Vecchia), Manuel Rodriguez (Gherardo), Roxana Herrera (Nella), Chiara Serra (Gherardino), Lorenzo Mazzucchelli (Betto), Paolo Battaglia (Simone), Francesco Bossi (Marco), Mara Gaudenzi (Ciesca), así como los trabajadores Filippo Rotondo como el Notaro, Lorenzo Barbieri como el Doctor Spinelloccio y el actor Alessandro Gautiero como un operador teatral mudo que ayudaba en el teatro, fueron un sostén importante en la extraordinaria regia, pues cada uno tenía una acción en escena, lo cual la hizo sumamente ágil y dinámica.
Además de darle oportunidad a los jóvenes de debutar en teatros de este tamaño, es de aplaudir la elección del elenco, ya que los roles de la Zia Principessa y de Gianni Schicchi no fueron interpretados por jóvenes, sino por cantantes que superaban los 40 años, cosa que es escénicamente correcta, pues la madurez tanto vocal como física son fundamentales en ambos personajes.