The Fall of the House of Usher en la UNAM

Josué Cerón (William) y Miguel Zazueta (Roderick) en The Fall of the House of Usher de Philip Glass en el Festival CulturaUNAM

«…And though you fight to stay alive
Your body starts to shiver
For no mere mortal can resist
The evil of the thriller…»
Vincent Price

Septiembre 30, 2023. La programación lírica de México es muy singular. Si bien es cierto que suele orbitar entre los títulos más comunes del repertorio, de pronto en las carteleras nacionales puede aparecer alguna rareza. Ya sea por la inclusión de un festival, la propuesta de una universidad o el gustito personal que se permite algún director artístico… no falta la ópera que rompe con la uniformidad del horizonte local.

Así fue como The Fall of the House of Usher (La caída de la casa de Usher, 1987), ópera en dos actos del compositor estadounidense Philip Glass (1937) pudo ser apreciada por el público capitalino interesado en un título tan atípico e improbable y, por supuesto, sin estreno —hasta ahora— en escenarios mexicanos.

Con libreto en inglés del dramaturgo y director estadounidense Arthur Yorinks (1953), esta obra se basa en el célebre relato homónimo del poeta y narrador Edgar Allan Poe (1809-1849), que ha sido adaptado en decenas de ocasiones a diversos géneros escénicos y audiovisuales, incluida una ópera inacabada de Claude Debussy y la imperdible versión cinematográfica de 1960 dirigida por Roger Corman, protagonizada por Vincent Price.

En esta oportunidad, The Fall of the House of Usher formó parte del arranque de la segunda edición del Festival CulturaUNAM —a celebrarse entre el 30 de septiembre y el 22 de octubre de 2023—, con dos funciones presentadas en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.

Esta producción, en lo artístico responsabilidad de Pablo Gómez y apoyada por el Senado Académico de Investigación de la Universidad de California, San Diego (UCSD), fue presentada las tardes del 30 de septiembre y 1 de octubre, con puesta en escena del estadounidense Robert Castro y dirección musical de la maestra queretana Laura Reyes, al frente del Ensamble Usher.

Se trató de una propuesta minimalista, en sintonía con la esencia musical de Philip Glass, con escenografía e iluminación de Seth Reiser, donde el color, la luz y sus respectivas intensidades resultaron de particular fuerza expresiva, como ya lo ha demostrado el creativo texano Robert Wilson como sello particular, incluso en el repertorio específico del autor del famoso tríptico de retratos: Einstein on the Beach, Satyagraha y Akhenaton. 

Con cortinas plásticas transparentes como paredes, acaso sangrantes bajo un baño de iluminación rojiza, ciclorama con proyecciones góticas, algún flashazo en blanco y negro o el desnudo del foro en el desenlace, además de un sofá, un venado disecado —o muerto— en el piso y pocos elementos más en la escena, la propuesta trató de recrear el ambiente lúgubre y opresivo que proviene del relato de Poe en el que William visita a su viejo amigo Roderick Usher y a su fantasmal y moribunda hermana gemela Madeleine.

Aunque si la atmósfera lograda en general funcionó para sugerir la sordidez que se respira en la casa Usher —la rara y enfermiza hipersensibilidad de Roderick, el incesto, la homosexualidad, la condición real de Madeleine, nada de ello explícito—, la dramaturgia de Ricardo Domínguez, Seth Lerer y Kathryn Walkiewicz se tomó demasiado en serio lo del minimalismo. Ya que, si bien el trazo contribuyó a desplegar la historia en lo esencial, algunos momentos parecieron desaprovechar el cuadro escénico, lo que hizo decaer el ritmo. 

Ilustración de Philip Glass, compositor de The Fall of the House of Usher © Andrés Otero/Gaceta UNAM

Lo nocturno, sobre todo en términos de horror y romanticismo, no solo equivale a dormir o a caer en ensoñaciones semiestáticas. El montaje lució más justo cuando llegaron instantes dinámicos de cadenciosos bailes, apariciones o trazos en reversa, como en un videoclip de Michel Gondry. Por algo William acarreaba su radiograbadora, a la vieja usanza de El Flanagan, lo que consiguió fluidez y consonancia con el vestuario.

Del reparto vocal destacó el barítono Josué Cerón (William), con una presencia madura y robusta de su instrumento, al que sumó musicalidad, entrega y una clara dicción. La soprano Mariana Flores y el tenor Miguel Zazueta como los gemelos Usher ofrecieron buenas intervenciones en la naturaleza del canto —Madeleine con largos y bellos vocalises, sin palabras—, aunque con detalles técnicos que pueden pulirse para evitar estrangular la emisión o adherir cierto acento capretino en el registro alto. El bajo Ricardo Ceballos y el tenor Jorge Echeagaray, ambos integrantes del Estudio de la Ópera de Bellas Artes, interpretaron los breves roles del Sirviente y el Médico. Todos los cantantes fueron equipados con micrófonos, por alguna razón.

En términos de ensamblaje de la orquesta y de la producción del sonido en sintonía con los solistas, a la dirección musical de Laura Reyes hay poco que reprocharle. Mostró solvencia y capacidad en ese apartado. No obstante, los tiempos seguidos se percibieron lentos, sin particular tensión. Y eso es importante porque en la velocidad y el ritmo, en la fluidez, se encuentran las llaves del hipnótico sonido glassiano, la intensidad del drama y, por supuesto, el lucimiento del intérprete. 

Philip Glass habla de tres elementos presentes en sus óperas: lenguaje, imaginación e intuición. En el primero están todos los elementos propios de la música, lo que se toca y escucha. Ello se cumplió en la Covarrubias, sin duda. Los otros dos elementos, que son igual o más importantes, según el compositor nacido en Baltimore, Maryland, no van incluidos en ningún tipo de título académico de los artistas. Pero, sin falta, en toda producción deben buscarse. En ocasiones afortunadas, no necesariamente sobrenaturales como la Casa Usher, quizá se encuentren.

Compartir: