Tosca en París

Saoia Hernández (Tosca) y Jonas Kaufmann (Cavaradossi) en la Opéra Bastille de París © Elisa Haberer

 

Diciembre 5, 2025. La Ópera de París cierra el año 2025 con una nueva versión de Tosca de Giacomo Puccini en la Opéra Bastille. Por cuarta temporada consecutiva se presenta este título al público parisino, aunque en esta función se presentaron tres grandes figuras por primera vez: Saioa Hernández como Tosca, Jonas Kaufmann como Mario Cavaradossi y Ludovic Tézier como el barone Scarpia.

La puesta en escena fue firmada por Pierre Audi, exdirector del Festival de Aix-en-Provence, fallecido este año, a quien la Ópera de París dedica todas las funciones. Su propuesta aprovecha con majestuosidad la amplitud del escenario del teatro de la Ópera de la Bastilla, con una escenografía distinta para cada acto y un elemento omnipresente: una cruz negra y gigantesca. Audi utilizó los símbolos religiosos presentes en la partitura para enfatizar los vínculos entre el poder represivo de Scarpia, su violencia institucional y la religión. La dirección de actores, depurada, permitió que esa cruz imponente y amenazante dominara el espacio. La iluminación de Jean Kalman la hizo aparecer o desaparecer, teñida de rojo o de blanco en los momentos de tortura y muerte.

En el primer acto, la cruz yace en el suelo frente al público y su silueta evoca el piso de la iglesia donde Angelotti (Amin Ahangaran) se esconde tras huir de la cárcel. La presencia escénica del bajo y su voz profunda no transmiten del todo la urgencia del personaje al que Mario Cavaradossi decide ayudar. El tenor, en un rol del que es uno de los mayores referentes, impresionó por la potencia y la oscuridad particular de su timbre, además de la precisión de su canto. Su calidad vocal dejó entrever su edad y su presencia escénica resulta algo más contenida que la de Hernández.

La soprano fue una Tosca convincente, con un timbre carnoso y meloso que armonizó con la oscuridad de la voz de su amante. Sus agudos, algo menos brillantes, funcionaron bien para construir un personaje celoso. En el dúo, no dudó en interrumpir la línea de canto para acercarse al habla, lo cual aportó textura y realismo al primer diálogo amoroso.

El Sacristán (André Heyboer), con una voz bien proyectada y adecuada para responder al coro, una multitud jubilosa, potente y afinada, fue abruptamente interrumpido por la entrada de Scarpia, que apareció desde lo alto de la cruz, dominando a su pueblo y a la ópera. Tézier se encuentra en su mejor forma, con una voz libre y poderosa, una dicción impecable, lo que hizo de su Scarpia un personaje aún más intimidante y cruel. Pero al entrar Tosca, su voz se volvió seductora, dulce, casi hechizante, con la maestría propia de un gran manipulador. El ‘Te Deum’ resultó particularmente grandioso y escalofriante.

 

Ludovic Tézier (Scarpia) y Saoia Hernández (Tosca) © Elisa Haberer

 

En el segundo acto, la cruz colgaba como si flotara sobre el magnífico departamento rojo de Scarpia, donde Tézier redoblaba modulaciones y presencia escénica para llevar a su personaje por todas las fases de la manipulación de la desdichada Tosca. Cabe destacar que Kaufmann mostró más ímpetu en este acto, y sus ‘Vittoria!’, prolongados al máximo con una potencia impresionante, se distinguieron justo antes de caer al suelo sufriendo de dolor.

Para el ‘Vissi d’arte’, Tosca se arrodilló frente a un crucifijo y le habló con una claridad y una dicción tan cuidadas que cada palabra se entendía perfectamente, logrando conmover profundamente.

Spoletta (Carlo Bosi) y Sciarrone (Florent Mbia), al servicio de Scarpia, mostraron ambos dicción clara y buena proyección.

En el tercer acto, la cruz permanece suspendida, ahora dominando el cielo de un campamento militar representado con hierbas altas y árboles muertos. La primera escena del niño cantando, magníficamente, en este paisaje resultó sobrecogedora. El aria ‘E lucevan le stelle’ de Kaufmann, con hermosos pianissimi, pudo haber sido aún más conmovedor, pero el público no esperó ni un segundo para ovacionarlo. El dúo de amor rebosó de sensualidad gracias a dos cantantes que se atreven a modular sus voces para decir realmente lo que cantan; uno les cree. La muerte de Tosca conmovió aún más: cantó al máximo de sus posibilidades, proyectando extrema angustia y rabia. Su muerte se representó mediante un velo que cayó sobre la escena mientras ella avanzaba, de espaldas al público, hacia la luz.

La directora Oksana Lyniv condujo la Orquesta de la Ópera con gran cuidado por mantener siempre el contacto con los cantantes. Un equilibrio real entre orquesta y voces permitió que el drama y la emoción tuvieran su propio espacio. Cuando los cantantes callaban, la orquesta retomaba la tensión dramática, con momentos que nos hacían estremecernos y que fueron creciendo hasta el final.

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