Tosca en Torre del Lago

Escena de Tosca de Giacomo Puccini, con Aleksandra Kurzak, Roberto Alagna y Luca Salsi en Torre Del Lago © Giorgio Andreuccetti

 

Julio 18, 2025. Tarde calurosa y bochornosa, la de la inauguración del Festival Puccini 2025 con Tosca de Giacomo Puccini. La afluencia de público, desde las 6 de la tarde, ya presagiaba que el “todo vendido” comunicado por la taquilla marcaria un récord. En los próximos días veremos si fue así. 

Tosca es un título muy querido por los melómanos y, para estimular el favor de quienes aman a Puccini, hubo más elementos: en primer lugar, la dirección escénica, que estuvo a cargo de Alfonso Signorini y su declaración de querer atenerse a una puesta en escena tradicional; luego, el elenco que contaba con voces de primer nivel del panorama lírico internacional como Aleksandra Kurzak para el papel epónimo, Roberto Alagna como Cavaradossi y Luca Salsi como Scarpia; por último, pero no menos importante, la batuta estuvo a cargo de Giorgio Croci, desconocido para la mayoría, por lo que se esperaba para él una prueba de fuego (o de agua, dado que el gran teatro al aire libre se adentra en el Lago de Massaciuccoli…) para un título que, además de ser muy querido, también es interpretativamente conocido por cómo lo han dirigido y grabado los más grandes directores del siglo XX como los de esta primera parte del tercer milenio.

Así que, partiendo desde la puesta escénica: más que tradicional, se podría decir que la puesta en escena de Tosca de este año fue respetuosa de la tradición, con alguna hipérbole creativa ideada por Signorini, que también se ocupó de los hermosos vestuarios. La escenografía fue esencial, con un fondo oscuro, negro y oro, que llevaba la inscripción latina “Homo praevaricationem morte” (“El hombre transgrede con la muerte”). El fondo compacto e imponente del primer acto se dividía luego en tres partes para el segundo acto, resaltando así la palabra “praevaricationem”, mientras que en el tercer acto destacaba la palabra “morte”. 

La hipérbole más temeraria de la dirección escénica se vio durante el ‘Te Deum’ que cierra el primer acto: el frente compacto se descomponía, la parte central giraba sobre sí misma y en lugar de la inscripción “praevaricationem” apareció un gran ostensorio al que el cardenal celebrante (vestido con túnica, capa, habito y mitra) le aplicó una hostia luminosa; después de lo cual el ostensorio se elevó más y más. Descripción perfecta del fetichismo que adorna gran parte de la liturgia actual, sobre todo la que es más rica en ostentación. Este es un momento tópico del realismo en el que se inspiró la dirección. Otro momento tópico, el del fusilamiento de Cavaradossi, en el tercer acto, mostró la arrogancia y la mala fe de Scarpia cuando promete un “fusilamiento simulado, como para el Conde Palmieri”, luego todo se convierte en la simulación de una simulación, de la cual se dio el imprescindible fusilamiento real de Cavaradossi ordenado a Spoletta. 

Ciertamente, la ostensión subida al cielo de la hostia luminosa fue un golpe de teatro que desencadenó el aplauso del público, pero —por controvertido— también se condimentó con frases ocultas y pronunciamientos susurrados, al calor del momento, de una cierta crítica militante sobre la “pobreza” y el efecto de tal ocurrencia. La ostensión y el fusilamiento fueron narrados así por Signorini y se convirtieron en los momentos simbólicos de toda la obra. 

Otra hipérbole: el barón Scarpia, en el segundo acto, se muestra ante Tosca de manera cortés e irónica, pero luego intenta violarla, antes de que ella se entregue a los deseos del “prevaricador”, en un intento por salvar de la ejecución al amado Cavaradossi; la agresión de Scarpia hacia la mujer no fue solo verbal, sino también física, pues con sus manos intentó levantar casi hasta las bragas el elegante vestido de Tosca, en una lucha furibunda en el sofá para someterla al coito, bofetadas y desgarros de Tosca como una persona que no se humilla sino que lucha contra el agresor. Scarpia no lograría violarla, aunque lo intentó. 

Otra hipérbole de la dirección: Cavaradossi no fue ocultado fuera de la escena, sino detrás de la puerta cerrada, durante la tortura. Esto ocurrió en el escenario, haciendo que Cavaradossi fuera torturado a la vista. Pero, en el fondo, lo que he definido como “hipérbole” no son más que representaciones escénicas de un realismo cotidiano, sucesos de la vida y la muerte testimoniados por la historia y la crónica. 

Entonces, ¿por qué fruncir la nariz, considerando que precisamente Tosca es la única obra (quizás) verista del señor Giacomo? ¿Desdémona no es estrangulada en escena por Otelo? ¿Carmen no es apuñalada por Don José? y ¿Marie no es acuchillada por Wozzeck? ¿Y la “representación” no puede inspirarse en la realidad, yendo más allá del atributo escolar y catalogador de la obra verista? 

A la luz de estos razonamientos y de las correspondientes preguntas formuladas anteriormente, “hipérbole” probablemente no es la palabra adecuada, porque induciría a pensar en una elección dramática exagerada, mientras que la representación simplemente se inspiró en la realidad, y sobre todo en el ambiente de su propio tiempo histórico y (quizás) de todos los tiempos, cuando el poder se convierte en abuso. Por esto, la dirección escénica me pareció muy pertinente con respecto a los personajes y a la historia narrada; como también muy hábil para organizar el movimiento de las masas y de los individuos en escena, apuntando al relato en lugar de a las elucubraciones intelectualistas plagadas de pocos “pros” y muchos “contras”. 

El buen trabajo de Signorini se benefició de la funcional escenografía de Juan Guillermo Nova y de las excelentes luces de Valerio Alfieri. Al final de la función, todos los artistas fueron aplaudidos durante mucho tiempo, aunque el aplauso más cálido fue para Luca Salsi, primus inter pares. Salsi fue decisivamente el mejor, tanto en canto como en actuación, en gesto escénico y en habilidades miméticas: su barón Scarpia fue realmente un sinvergüenza, demostrado cuán asqueroso es el ejercicio del poder cuando los desfachatados en altos puestos de mando prevalecen, sabiendo que son impunes en sus acciones como también en sus manifiestas perversiones. Sobre el canto de Salsi no dudo en decir que nos encontramos ante una de las voces de barítono más bellas de los últimos dos o tres lustros. Pero no solo eso: canta y actúa sin mirar nunca la batuta del director, actuando frente y alrededor de todos los demás que giran a su alrededor, de tal manera que el papel entra verdaderamente en la veracidad dramática del momento y del personaje. De verdad ¡Excelente! 

También se hizo valer Aleksandra Kurzak como Tosca: excelente actriz, digna acompañante de Salsi en cuanto a gesto escénico y mímica. La disminuyó su dicción no tan perfecta del italiano, en palabras más declamadas o emitidas con voz natural, pero en el canto, en el fraseo y en la melodía desplegada es una verdadera bordadora tanto por la entonación como en los fiati. Menos entusiasmo me suscitó Roberto Alagna: seguimos ante un buen tenor que conoce su oficio, pero la impresión cuando canta es que no logra meterse bajo la piel del público; es decir, no logró hacerlo vibrar con las pulsaciones de las emociones y del sentimiento. Cantó sin actuar, eso sí, atento a las notas y a los agudos, y —siempre— a la batuta del director, por lo que, si Tosca estaba detrás de él o a su lado, él miraba hacia la platea, más bien al director, y dirigiéndose a él de una manera extraña, hacía que se desvaneciera el pathos de su interpretación y, por lo tanto, la transferencia de las emociones del personaje al espectador. 

En el resto del reparto, estuvieron todos bien y capacitados: Luciano Leoni fue Cesare Angelotti, Claudio Ottio fue el Sacristán, Francesco Napoleoni personificó a Spoletta, Paolo Pecchioli a Sciarrone, Omar Cepparolli al Carcelero y Francesca Presepi el Pastorcillo. Un bravo para el coro del Festival Puccini dirigido por Marco Faelli y muy bien estuvo el coro de voces infantiles dirigido por Viviana Apicella. 

La orquesta estuvo bien dirigida por Giorgio Croci, quien adoptó ritmos cómodos, nunca apretados, pero su concertación estuvo llena de colores y las breves pausas adoptadas (ciertamente de manera consciente, y no arbitraria) en los momentos de mayor tensión musical y dramática delinearon su muy personal lectura de la partitura, sin duda interiorizada. No hay nada que objetar: Puccini no fue desfigurado ni por la dirección, ni por la concertación. De hecho, el público que pagó su estrada demostró estar contento con esta nueva producción de Tosca. Incluso diria yo: ¡muy contento!

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