Tristan und Isolde en Dresde

Camilla Nylund en Tristan und Isolde en Dresde © Ludwig Olah

Febrero 3, 2024. Hay funciones de óperas de Wagner… y hay funciones de óperas de Wagner. Esta de Tristan und Isolde pertenece a la última categoría. Hoy en día es un placer encontrarse con una producción basada en la estética, moderna, sin época definida, con iluminación inteligente y con cantantes-actores que no tienen que seguir instrucciones que van contra el texto y contra la acción. 

Marco Arturo Marelli no quiso crear una producción escandalosa; su esposa, Dagmar Niefind-Marelli, se inspiró en un vestuario influenciado por Japón, si bien no tanto como en la extraordinaria producción de Bayreuth de Heiner Müller. Con escenografía del propio Marelli, el telón descubre un cubo inclinado hacia el frente, semiabierto, donde el vértice del fondo hace las veces de proa, la inclinación hacia el frente sirve como el camarote de Isolde. Las dos paredes sencillas del fondo dan una impresión náutica, pero solo eso: nada más.

En el segundo acto esas mismas paredes sirven para delinear el interior donde Isolde encuentra a Tristan. En el tercero, la inclinación es mucho más pronunciada hacia el frente del escenario, y el piso, que antes era liso, contiene pequeños escalones que dan la impresión de algo semiderruido. En estos espacios habitan los personajes principales, Tristan alto, erguido, inmóvil, al frente de la nave, totalmente perdido en sus pensamientos. Isolde, una furia impredecible. Brangäne es más resuelta que de costumbre. En realidad, todos los personajes dan la impresión de estar más sueltos, porque hay menos estereotipos. Kurwenal se burla, pero sin exagerar, y los marineros son disciplinados. Reina una atmósfera creíble y razonable.

En este marco se encuentran los protagonistas, y no hay violentos cambios, sino cambios que ellos y todo el público esperaba, nada exagerados. Esto no hace que esta sea producción extraordinaria, sino respetuosa, coherente y al fin exitosa porque funcionó como debe. Pero una buena producción no es suficiente para hacer memorable cualquier opera, y menos aún una de Wagner, y en este caso se contó con un excelente elenco. 

Hay gente que no cuenta a Klaus Florian Vogt entre sus tenores predilectos, así que leer que su primer Tristan fue excelente no los satisfará. La voz sigue igual, es juvenil, casi aniñada. Ahora que la voz ha madurado, ha adquirido un poco más de peso, manteniendo su timbre brillante. Quizás la voz es más dura en algunos momentos, pero en este rol esas variaciones son una ventaja porque Tristan no debe sonar bello, especialmente en el tercer acto. Así, entonces, Vogt dio relieve a su Tristan, la voz juvenil lo hizo aún más vulnerable y atractivo. 

A su lado, Camilla Nylund, cuya voz se ha ido desarrollando con los años. Ya vista como Elsa, Salome, la Mariscala, la Emperatriz y ahora luce un bellísimo timbre lírico-spinto como una excelente Isolde: su segunda producción después de Zúrich. Y cuánto se gana teniendo una soprano de este timbre y calibre cantando sin forzar, sin una voz pesada que no se puede maniobrar sino con una voz maleable, dúctil a la vez que bella. 

Nylund no posee una voz grande, así que en este caso fue ayudada por un director cuidadoso que la conoce bien. Debe entenderse que la orquesta no está en competencia con la voz, sino que solo de vez en cuando toma el papel protagónico y así lo dispuso Christian Thielemann, con una dirección y atención al detalle simplemente espectacular. Aquellos que aman y conocen al sonido especial de la Staatskapelle de Dresde, se sorprenderán por el color diferente y menos pesado. No es un sonido liviano, pero tampoco tan oscuro como el de otras orquestas alemanas, y Thielemann se deleita usando esta orquesta que lo conoce bien y que lo sigue en cada articulación y gesto. A partir de este año Thielemann asume la dirección de la Staatsoper berlinesa que, por suerte, también cuenta con una súper orquesta que también representa un sonido lírico similar a sus colegas sajones.  Escuchar a este director y a la Nylund en “la muerte de amor” (‘Liebestod’) fue algo para recordar por mucho tiempo.

No hay que olvidar que el Rey Marke es también un protagonista central y Georg Zeppenfeld hizo recordar al público porque es hoy el exponente más exitoso. He aquí un hombre no quejoso sino que entiende, que es herido pero que no culpa a Tristan sino a Melot y lo hace público. Cuántas veces se ha pasado por alto esta parte importante de la gran escena del final del segundo acto. Vocalmente, Zeppenfeld cubre todas las gamas del rol, es un Marke expresivo, un hombre relativamente joven, no un viejo seco. 

Como Kurwenal vimos a Martin Gantner, de voz feroz, un hombre que (al igual que Marke) trata de entender, pero le es imposible. Tanja Arianne Baumgartner fue una imponente, menos servil Brangäne, más resuelta, más decidida a enfrentar a su ama, pero con límites. Poseedora de una voz de buen peso y bello color, Baumgartner dio gran relieve a este rol.

Sebastian Wartig fue el horrible Melot, excelente creación villanesca, y Attilio Glaser mostró una voz importante que habrá que seguir en el futuro: es un tenor lírico que puede dar un poco más. Glaser canto el Pastor y el Marinero con voz excepcional. 

Queda para el recuerdo la dirección de Thielemann, hoy por hoy el director wagneriano más importante. Su lectura tuvo agilidad, fue detallada y siempre cuidadosa de sus cantantes. La orquesta sonó brillante, homogénea, los solistas de gran calidad, y con bronces que hacen recordar al oyente que esta gran orquesta y este teatro dieron nueve premieres de óperas de Richard Strauss.

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