Turandot en Barcelona
Noviembre 28 y 29, 2023. El Liceu festejó los veinticinco años de su reapertura después del terrible incendio de 1994. Lo hizo con la misma producción de Turandot de aquel momento, una lujosa y tradicional puesta en escena de Núria Espert, remozada ahora por su nieta, Bárbara Lluch, que suprimió alguna incoherencia (como el suicidio de la princesa de hielo). Bien conducidos los intérpretes, libreto seguido al pie de la letra, buen manejo del coro y los figurantes.
Dirigió la concertadora mexicana Alondra de la Parra en su debut en la sala. Al parecer no ha dirigido mucha ópera y se nota en sus frecuentes desbordes orquestales, aunque la formación del Liceu lo aprovechó y sonó muy bien. La espectacularidad pareció más importante que el drama. Muy bien asimismo el coro del Teatro, preparado por Pablo Assante, del que hay que destacar una interpretación notable del coro a la luna del primer acto.
Bien o muy bien los secundarios, en particular los tres ministros (con algún breve lapso de coordinación): Manel Esteve, Moisés Marín (voz de notable espesor) y Antoni Literes, y el Mandarín de David Lagares, buena voz de emisión un tanto engolada.
Las protagonistas fueron Elena Pankratova y Ekaterina Semenchuk, soprano la primera, mezzosoprano aguda la segunda. Ninguna fue del todo imponente, aunque brillaron los agudos de la primera (con un volumen reducido) y los centros de la segunda (que debería preguntarse si le vale la pena seguir frecuentando roles que no dejan apreciar sus cualidades: el grave parecía escaso, cuando no lo es).
La interpretación de Calaf de Michael Fabiano despertó algunas reacciones contrarias al final, bastante justificadas. Su agudo es limitado y el timbre, bello, se abre mucho en su esfuerzo por cumplir con un rol que lo excede. Mucho mejor y adecuado estuvo Martin Muehle, de brillante agudo y color más oscuro.
Hay muchas Liù para todas las funciones. He visto dos: Vannina Santoni, muy solvente y aplaudida, aunque tal vez la voz no sea tan lírica como pide el personaje. Pero casi igual de aplaudida fue la de Marta Mathéu, voz exigua y de color impersonal, con un final de ‘Signore ascolta’ que es el más pobre y corto que he escuchado desde 1961 en un teatro.
Marko Mimica trazó un buen Timur de agudo algo brusco, y Adam Palka, con más voz, resultó más monótono y de agudos golpeados, aunque con alguna media voz notable. El emperador Altoum es, desde hace tiempo, un refugio de cantantes veteranos, casi todos famosos. Creo que todo empezó con Giovanni Martinelli, pero Siegfried Jerusalem debería pura y simplemente retirarse. No es el caso de Raúl Giménez, que solo presentó el “problema” de ser un tenor fundamentalmente lírico ligero para una parte de más cuerpo, pero se le oyó siempre y no desafinó nunca. Mucho público, mucho interés pese a algún celular o a comentarios en voz alta ante ‘Vincerò’, que es como se ha rebautizado ‘Nessun dorma’. No sé si es algo que debamos agradecer a Luciano Pavarotti.