Turandot en Madrid

Escena de Turandot en el Teatro Real de Madrid, en la producción de Robert Wilson

Julio 5, 2023. El Teatro Real de Madrid clausura su temporada 2022-2023 con la reposición de Turandot de Giacomo Puccini, en la inquietante versión escénica de Robert Wilson. Las diecisiete funciones programadas están dedicadas a la memoria del recientemente fallecido tenor español Pedro Lavirgen, un destacado intérprete del príncipe Calaf. En las notas al programa, el periodista y profesor Ricardo de Cala recuerda el éxito que en 1965 el tenor cordobés cosechó en el Palacio de Bellas Artes de México encarnando a dicho personaje, al lado nada más y nada menos que de Birgit Nilsson, Montserrat Caballé y Piero Cappuccilli.

El tercer reparto de la producción cuenta con el gran atractivo de ofrecernos reunidas en el mismo escenario a dos sopranos mayúsculas, Saioa Hernández y Miren Urbieta-Vega, ambas a la altura de las más excelsas intérpretes de sus respectivos roles. Saioa Hernández, a pesar de debutar como la princesa Turandot, impuso su autoridad con voz caudalosa y precisa, de graves carnosos y afilados agudos. Por su parte, Miren Urbieta, como la esclava Liù, desplegó un virtuosismo vocal de gran lirismo, caracterizado por un magistral uso de los reguladores, con hermosos filados de bello timbre. La dirección actoral de Wilson las quiere hieráticas y ausentes, como al resto del reparto, pero a ambas cantantes les rezuma humanidad por los poros de la piel y consiguen llegar al corazón del público: ningún director de escena les puede arrebatar lo que transmiten sus cuerdas vocales.

También celebrado fue el trío de ministros imperiales compuesto por Germán Olvera (Ping), Moisés Marín (Pang) y Mikeldi Atxalandabaso (Pong). Con sus tics y muecas pusieron el contrapunto al rígido estatismo de los demás personajes, lo cual les hizo conectar rápidamente con el público. Convincentes en lo musical, lograron dibujar unos personajes simpáticamente retorcidos. También atinados el Timur de Fernando Radó, de bonito timbre, y el emperador de Vicenç Esteve. Y de menos a más el mandarín de Gerardo Bullón en sus dos breves intervenciones. Sin embargo, el tenor brasileño Martin Muehle se mostró irregular a lo largo de toda la representación. Si bien no se le puede pedir italianità en una puesta en escena que intenta borrar cualquier rasgo humano de los personajes, su actuación se vio comprometida por ciertos problemas de afinación, un fraseo entrecortado y una zona grave disminuida.

Las funciones del Teatro Real fueron dedicadas al recién desaparecido tenor Pedro Lavirgen (1930-2023), quien fue un gran Calaf. En esta imagen de archivo aparece como Calaf en el Teatro San Carlo de Nápoles.

Muy profesional y exhibiendo un perfecto empaste el Coro titular del Teatro Real preparado por última vez por Andrés Máspero, quien dejará el cargo este verano tras trece años de servicio. Y bravo por los Pequeños Cantores de la JORCAM, quienes nos brindaron un delicioso ‘Là sui monti dell’Est’. La puesta en escena le roba no obstante al coro el protagonismo que le otorga Puccini en la partitura, obligándole a cantar continuamente en segundo plano y fuera de foco —o fuera de escena—, reducidos sus miembros a meras sombras. 

La orquesta titular rozó cotas de excelencia en cuanto a la calidad de su sonido, y la labor de concertador de Nicola Luisotti fue encomiable. Respecto a la lectura que hizo el italiano, y aun reconociendo que reprodujo con oficio las diferentes atmósferas que trazó Puccini en la partitura, para mi gusto faltó lirismo en el tercer acto, aunque bien pudiera ser que esta impresión deba achacarse al concepto escénico más que a la batuta del director musical.

Turandot quizá sea el trabajo más osado de Puccini, pero no el mejor. Si a este hecho se suma una puesta en escena deshumanizadora, que impide que los solistas defiendan sus personajes en plena posesión de sus facultades interpretativas, el resultado deja mucho que desear. Wilson quiere huir del realismo a fin de recrear con mayor fidelidad esta leyenda oriental inspirada en Las mil y una noches. A cambio nos ofrece un ejercicio meramente esteticista, en el que la iluminación, también firmada por el estadounidense, se arroga todo el protagonismo. Al término de la función, la frialdad de los aplausos solo se vio rota para celebrar las ganas que, a pesar de todo, le echaron los intérpretes.

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