?? Werther en Londres
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Octubre 1, 2019. Todo tenor lírico desea cantar este rol super-romántico del repertorio y, si no posee originalmente la tesitura de lírico, tratará de crearla para poder cantarlo. Además, no todo tenor ligero que canta repertorio belcantista logra esa transición; en el caso de Juan Diego Flórez, quedan dudas. Quizás en la transmisión radial de la BBC suene mejor, pero en el teatro, donde se deben escuchar estas cosas, la voz no se sintió cómoda. Y no es cuestión de tener o no las notas, que Flórez posee en abundancia, sino el timbre, el cuerpo de la voz y esa abundancia de matices que una voz acostumbrada al bel canto no siempre posee.
Hay cantantes que lograron hacer los dos repertorios, pero sería odioso nombrarlos, dado que Flórez ha sido un gran exponente del bel canto y uno de los grandes de los últimos tiempos. Las grandes escenas revelaron una voz a la que le faltaba riqueza de color y donde el volumen le impidió matizar, ya que cantó de mezzo forte a forte. Es interesante notar que donde se sintió mas cómodo y donde todo sonó exactamente como debería fue en el último acto, donde la orquestación es menos pesada y pudo lucirse en gran forma cantando a mezza voce.
Hubo un muy buen elenco alrededor de Flórez, especialmente la sutil figura de Isabel Leonard, quien posee una voz a la que este rol —en alemán llamado «Inzwischen Rolle»— le cae bien. Es un rol agudo para las mezzos, y grave para las sopranos, pero Leonard cantó Charlotte con voz de bello color, homogénea, y, si bien su dicción no fue clara, siempre tuvo el brillo necesario. Heather Engebretson fue una Sophie muy juvenil de voz chispeante y con un registro agudo segurísimo. Jacques Imbrailo cantó un Albert sombrío menos antipático que de costumbre y Alastair Miles creó un divertido personaje con Le Bailli.
La producción de Benoit Jacquot repuesta por Andrew Sinclair es tradicional y no se preocupa mucho por crear algo interesante. Todo está como dice el texto y eso será suficiente para muchos.
Esta obra, donde Massenet muestra su afecto y admiración por Wagner, fue dirigida con mano enérgica, fraseo ideal y con pulso dramático impecable por uno de los directores más interesantes del momento. Edward Gardner es un director que no pone un pie en falso y quien todo lo que dirige, sea sinfónico u ópera, tiene el sabor correcto. Si en lugar de ser director fuera un chef, ya tendría tres estrellas Michelin. Su orquesta sonó feroz, llena de carácter, suave y susurrante cuando fue necesario. Una maravilla.
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