Zelmira en Pésaro

El escenario de Zelmira, de Gioachino Rossini, concebido por Calixto Bieito para el Rossini Opera Festival © Amati Bacciardi

 

Agosto 10, 2025. Este año el Rossini Opera Festival (ROF) no tuvo tanta suerte en la ópera seria elegida como el pasado. Si Zelmira, tan difícil o larga como Ermione, resultó menos interesante, pese a contar con algunos elementos en común, no fue tanto por la menor redondez dramática (los originales de los que se parte son de muy distinta calidad), sino fundamentalmente por la nueva puesta en escena de Calixto Bieito.

Si en 2009 no se había visto nada o casi, aquí sucedió lo contrario. Se cambió la disposición del Auditorio Scavolini para que la escena ocupara toda la platea; se utilizó hasta el último resquicio de pasillos y entradas para hacer aparecer a personajes y, sobre todo, el coro, que también estuvo situado detrás, delante y a los costados de la orquesta colocada en el centro, mientras los artistas deambulaban todo a lo largo (más que a lo ancho) del enorme escenario, donde había lugar incluso para un depósito de agua y otro de arena o tierra. 

No solo cuando había diálogo, los cantantes tenían que enfrentarse con una distancia enorme, mientras otros aparecían y desaparecían y se acumulaban objetos presuntamente simbólicos de más personajes que en la ópera en sí no aparecen. Como no había subtítulos —no era posible, y por una vez está bien recordar lo que era ver ópera hasta no hace mucho— y la obra dista de ser conocida, el argumento no se entendía o resultaba más confuso que lo que ya es de por sí, y los personajes a veces aparecen en situaciones contrapuestas a las que destaca el libreto. 

Puede ser que los dos malvados (Antenore y Leucipo) tengan una relación homoerótica, pero se la lleva demasiado lejos; asimismo hay un instante aparentemente lésbico entre las intérpretes femeninas que no tiene ningún sentido. Hay objetos que impiden la visión (al parecer Ema se pega una buena ducha y Leucipo se suicida en el mismo lugar, pero yo solo oí el ruido del agua y vi gotas que iban a salpicar a la orquesta porque tenía delante un enorme perchero en el que aparecen clavados cascos guerreros con los que algunos de los personajes parecen tener una fijación particular). 

También, aparte de la situación “geográfica” de los artistas —que hacía que se les oyera mejor o peor—, se pusieron de manifiesto algunas deficiencias acústicas de la sala que el año pasado no se habían notado con un escenario “normal”. Al final, hubo mucho abucheo para todo el equipo, con algunos aplausos aislados

La parte musical fue por suerte otra cosa, desde la excelente dirección de Giacomo Sagripanti, al que concertar con toda esa agitación permanente no le habrá resultado fácil, pero por eso mismo es más importante su capacidad para salir indemne del peligro y hacer brillar a la Orquesta del Comunale de Bologna que parece haber regresado al Festival. 

El coro del Teatro Ventidio Basso, preparado por Pasquale Veleno, estuvo muy bien, aunque los desequilibrios —dependiendo de dónde se colocara— fueron evidentes. En mi lugar dos veces casi quedé sordo por la parte femenina, mientras apenas lograba oír a la masculina…

 

Anastasia Bartoli (Zelmira) y Lawrence Brownlee (Ilo) © Amati Bacciardi

 

La protagonista de Anastasia Bartoli, salvo algún grave engolado, fue estupenda, aunque se lució más el año pasado, sobre todo en la parte artística. Vocalmente, me pareció superior a su ya excelente prestación de entonces. El momento más sublime, por lo que hace al bel canto, estuvo a cargo de Lawrence Brownlee, un Ilo fabuloso que dictó cátedra siempre, pero sobre todo en su gran aria de entrada. 

El usurpador Antenore es un sueño (o pesadilla) para un baritenor. Enea Scala salió airoso de su arduo papel, aunque él también brilló menos que el año pasado y no por su rendimiento vocal (equivalente), sino por la forma en que tuvo que encarar el rol. Marina Viotti fue una excelente Ema en un personaje con pasajes contraltiles que negoció con pericia y se lució en los momentos más cantables, como su aria del segundo acto. 

Marko Mimica fue un digno Polidoro, aunque alguna nota aguda fuera descontrolada y la afinación no fuera perfecta. Con su papel no pudo hacer mucho más. Gianluca Margheri, Leucipo, estuvo bien, aunque Bieito se dedicó más a mostrar sus pectorales que a hacerlo actuar. Cantó correctamente. Las intervenciones de Shi Zong (un gran sacerdote vestido de forma inenarrable) y de Paolo Nevi (Eacide, un seguidor de Ilo con alas de ángel) fueron breves y discretas. 

El mimo que nunca se supo quién era ni de qué lado estaba fue Roberto Adriano y el niño que representaba al hijo de Zelmira e Ilo fue el muy valiente Edoardo Maria D’Angelo. A los intérpretes fueron reservados grandes aplausos de un recinto no totalmente lleno.

 

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