Celebramos los 200 años de Jacques Offenbach

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Sobre la vida y obra de Jacques Offenbach (1819-1880) se han escrito decenas de libros e incontables artículos en idiomas diversos, pero ninguna biografía en español. El autor de este artículo, director de escena de ópera y avezado investigador del compositor de Colonia, ya comenzó a remediar esa falta. Ha escrito un libro cuyo tema no ha tratado hasta la fecha ningún musicólogo, crítico o autor literario, y que interesa particularmente al lector hispanoparlante.

Ese libro se llama Jacques Offenbach en España, Italia y Portugal, publicado por Libros Certeza en Zaragoza.

Jacob Offenbach —de quien celebramos este año el 200 aniversario de su nacimiento— vio la luz en Colonia el 20 de junio de 1819, en el humilde hogar del talentoso cantor, poeta, escritor y maestro de música judío Isaac Eberst (el apellido de cuyo padre, Juda, era Eberstadt), que para aquel entonces ya había adoptado el apellido de Offenbach, nombre de su ciudad natal.

A muy temprana edad Jacob demostró sus excepcionales dotes de violonchelista. Su hermano mayor, Julius, destacó como violinista. Isaac decidió en 1833 llevar a sus dos hijos a París. Él mismo se presentó al cargo de cantor en la sinagoga de París, pero no lo obtuvo. Muy distinto fue lo que ocurrió con sus hijos, especialmente con Jacob, admitido excepcionalmente por Luigi Cherubini como estudiante de violonchelo en el Conservatorio Nacional de Música de esa ciudad, y Julius, quien según parece tuvo ocasión de tomar algunas clases con Niccolò Paganini.

Al cabo de muy poco tiempo, y después de abandonar el Conservatorio por considerar insuficiente lo que estaba aprendiendo, Jacques comenzó a componer música instrumental y vocal, así como valses y danzas diversas para el célebre Jardin Turc y otros sitios de diversión popular. Simultáneamente, cobró fama de violonchelista virtuoso, lo que le abrió las puertas de importantes salones, y hasta del palacio de Buckingham, donde se presentó ante la reina Victoria.

Poco después se casó con Herminie de Alcain, hija de José María Xavier de Alcain, general carlista caído en desgracia, y se convirtió al catolicismo, condición impuesta por su futura suegra para autorizar el casamiento.

Gracias a un conocido obtuvo el cargo de director musical de la Comédie Française, para la cual compuso música de escena, y finalmente en 1855 dio el paso que lo llevaría ineludiblemente a la gloria como compositor de música escénica y hábil empresario teatral. Fue el 5 de julio de 1855, en plena Exposición Universal, cuando Offenbach abrió las puertas de Les Bouffes Parisiens sobre la avenida de Champs Elysées, aproximadamente en el sitio que hoy ocupa el teatro Marigny, con cuatro piezas de su propia pluma. Fue tal el éxito de esta empresa, y tan masiva la afluencia de público, que el 29 de diciembre de ese mismo año Offenbach inauguró, en el Passage Choiseul, el Théâtre de Bouffes-Parisiens que sigue en pie hasta la fecha.

El resto es historia. A lo largo de su vertiginosa carrera, Offenbach compuso más de 100 obras para la escena, y reunió en 25 años un repertorio inigualado de opéras comiques, óperas bufas, operetas, bufonerías musicales y óperas de grandes dimensiones: 95 de ellas fueron representadas y publicadas en vida del compositor. Aquí no nos alcanza el espacio para enumerarlas todas, mas no podemos menos que señalar las más conocidas.

En primer término —y en un sitial reconocido universalmente— se encuentra su gran ópera fantástica en tres actos, con prólogo y epílogo Les contes d’Hoffmann (Los cuentos de Hoffmann), que con todas las peripecias a que ha dado lugar no falta en el cartellone de ningún teatro de ópera respetable. Fue la última ópera que compuso Offenbach y quedó inconclusa, pues murió cuatro meses antes de su estreno y solo completó la partitura para piano, habiendo alcanzado a orquestar el prólogo y el primer acto.

Luego están sus éxitos principales: Orphée aux enfers (Orfeo en los infiernos), La belle Helène (La bella Elena), Barbe-bleue (Barbazul), La Grande-Duchesse de Gérolstein (La gran duquesa de Gerolstein), La Périchole y La vie parisienne (La vida parisina), verdaderos puntales del repertorio de vena más ligera, aunque no por ello menos importantes, no sólo por lo que atañe a la música, sino también en lo referente a su aguda y certera crítica sociopolítica, y a su despiadada caricatura de personajes e instituciones conocidos por todos.

Finalmente, y porque no se menciona a menudo, conviene destacar Die Rheinnixen (Las ninfas del Rin), una gran ópera romántica estrenada en Viena en 1864 y resucitada recientemente, que incluye varias melodías que el compositor volvió a utilizar, en contexto distinto, en Los cuentos de Hoffmann.

Sus triunfos, sin embargo, no se limitaron a París. Offenbach viajó constantemente, principalmente a Viena, donde estrenó varias decenas de sus creaciones. Los teatros de toda Europa representaban sus obras en idiomas diversos, desde la península ibérica hasta los confines de Rusia. Su fama también llegó a las Américas, la del sur y la del norte, y Offenbach se transformó en lo que hoy llamaríamos un superstar universal.

Paralelamente, ocurrieron en Europa sucesos decisivos para su futuro inmediato y más alejado, y cruentas guerras que desembocaron en significativos cambios políticos. Citemos solamente el apogeo y caída del imperio de Napoleón III, la creación del imperio alemán bajo el reinado del Kaiser Guillermo I, la fundación del reino de Italia, encabezado por Vittorio Emanuele II, las campañas de Garibaldi, las derrotas del Papa Pío IX, la expulsión de los austríacos de Lombardía y del Véneto, y la anexión de países enteros del este europeo por parte del emperador austriaco Francisco José I. En España fue derrocada la reina Isabel II, y comenzó la búsqueda de un candidato apropiado para reemplazarla. Ascendió al gobierno temporalmente el general Francisco Serrano. Después ocupó el cargo Amadeo I de Saboya, y finalmente regresaron los Borbones.

Offenbach, sin duda uno de los más asiduos pasajeros de los incipientes ferrocarriles, viajó imperturbable a pesar de todo, compuso, dirigió y mantuvo una de las más activas correspondencias con libretistas, empresarios y cantantes que uno pueda imaginar. No cabe duda que, de haber existido el teléfono, las cuentas de Offenbach hubieran llegado a cifras astronómicas.

Por momentos sus obras son representadas en cuatro salas parisinas simultáneamente, y su autor las visita en su carruaje, donde había mandado instalar un pupitre, para componer en el trayecto entre una y otra. La gloria de Offenbach no parece conocer límites. A sus espectáculos concurrían no sólo el emperador Napoleón III y su consorte Eugenia de Montijo, sino las testas coronadas y los jefes de estado de toda Europa, que festejan sus ocurrencias, a pesar de reconocerse deformados y distorsionados ferozmente entre los personajes de la escena.

Offenbach también fue duramente combatido por periodistas y otros personajes, cuya inmensa envidia, combinada con atávicas expresiones de antisemitismo delirante no tardaron en manifestarse. A pesar de haber obtenido la ciudadanía francesa y haber sido condecorado con la Legión de Honor, siempre fue considerado extranjero. De nada le sirvió su bautismo, porque siempre le recordaron sus raíces judías.

En 1870 las trágicas circunstancias de la guerra franco-prusiana fueron la excusa para que en Francia y Alemania lo calificaran de corruptor del buen gusto, de la moral y de las buenas costumbres, y ¿por qué no? culpable de todos los desastres bélicos. En 1870 percibió en toda su magnitud que su seguridad física y la de los suyos estaban en peligro. Ese fatídico año ha sido siempre el que más interrogantes plantea a los investigadores de las actividades del compositor. Fragmentos de noticias aisladas, y alguna que otra carta de contenido dudoso, en lugar de aclarar las cosas, las complicaron aún más.

Napoleón III había sido derrotado y hecho prisionero el 1 de septiembre de 1870 en la batalla de Sedán. Una semana después se ordenó el cierre de todos los teatros parisinos, y diez días más tarde comenzó el sitio de la capital francesa. Obedeciendo a un instinto que osaremos calificar de genético, a un sano presentimiento y a un olfato precoz, sabiendo que la fortuna es pasajera, y que la popularidad de hoy puede velozmente transformarse en el odio de mañana, Offenbach decidió dejar la ciudad y poner a salvo a su familia.

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