El Centenario de Giuseppe “Pippo” Di Stefano (1921-2008)

Giuseppe Di Stefano en México, 1952

Giuseppe Di Stefano se presentó por primera vez en México en 1948, en el Teatro del Palacio de Bellas Artes, cantando el papel del Duque de Mantua en Rigoletto de Verdi, acompañado en el reparto por el barítono Giuseppe Valdengo, la soprano estadounidense Nadine Conner, la mezzosoprano Oralia Domínguez, quien encarnó a Maddalena, e Ignacio Ruffino como Sparafucile, bajo la batuta de Renato Cellini.

Las ovaciones se sucedieron con frecuencia, muchas llamadas a escena a los artistas, inclusive al maestro Cellini, y por primera vez en esta temporada ha bisado un artista; este fue el tenor Di Stefano; así cantó de bien aquella popular arieta ‘La donna è mobile’. Di Stefano, además de poseer una bella voz de tenor lírico ligero, melodiosa y bien timbrada, sabe cantar: su articulación es clarísima, no se le pierde una sílaba; en la frase “muta d’accento…” hizo lujo del control que tiene de su aliento, la “filó” perfecta y primorosamente, y si a esto añadimos la gallardía de su buen decir y el Si natural sostenido a la “Baumesco”, final de dicha arietta, se explica la explosión de aplausos que arrancó y que le obligaron a repetir ese tan gustado pasaje. Asimismo fue festejado en el aria ‘Ella mi fu rapita’, la cantó con exquisitez, denotando su buen gusto y preparación musical. Puede estimarse su presentación como un éxito completo… (Ángel R. Esquivel. El Universal, 24 de junio de 1948).

En la misma temporada, Di Stefano cantó además La traviata y Manon, teniendo un desplante hacia el maestro Eduardo Hernández Moncada, que concertó la primera de estas óperas, por desacuerdos musicales. La Conner fue Violetta Valéry, y Valdengo, Giorgio Germont. En la ópera de Massenet estuvo acompañado por la soprano Irma González, Valdengo en Lescaut, y el bajo Roberto Silva. Debido al éxito de “Pippo”, como se le llamaba a Di Stefano, se ofreció una tercera función en donde el joven tenor italiano repitió «el Sueño” en italiano, ya que la ópera sí se cantó en francés.

La interpretación alcanzada por la popular ópera de Massenet fue de las más logradas en esta temporada, en la que por fortuna ha abundado lo bueno. Sin que dejemos de ser galantes, situamos en primer plano del éxito al joven tenor Giuseppe Di Stefano, su bella voz deliciosa en los matices, potente y clara en los agudos, encuentra en Manon motivos sobrados de lucimiento y si tuvo que repetir el sueño, la delicada y dulzona página, nos pareció el acto de San Suplicio, el momento estelar de su actuación. Una noche triunfal y el divo imprescindible en muchas temporadas. Y junto a él, el claro triunfo de Irma González. La gran cantante mexicana, vistió y sintió el personaje, supo matizar los arranques de pasión y su voz de bellísimos agudos, una voz joven de un timbre admirable, entusiasmó a todos… (Félix Herce. Última Hora, 7 de julio de 1948).

Di Stefano nació en Motta Santa Anastasia, Catania, Italia, el 24 de julio de 1921. Debutó en 1946, en Venecia, interpretando I pescatori di perle de Bizet y en Reggio Emilia cantando Manon de Massenet, ópera con la realizó su debut en 1947 en La Scala, con gran éxito y ya con el nombre que habría de inmortalizarlo, pues cabe mencionar que sus inicios tuvieron lugar en 1943, ofreciendo conciertos en Milán y en Suiza bajo el nombre de Nino Florio. Se presentó además en Bolonia, Piacenza, Ravenna, Génova, Barcelona, Roma, Río de Janeiro y Trieste.

Giuseppe Di Stefano fue sin duda alguna el cantante más querido y admirado en México en el siglo XX y, luego de su auspiciosa presentación en nuestro país, regresó en la temporada de 1949 para cantar La bohème, Il barbiere di Siviglia, La favorita, Mignon, y Werther.

Giuseppe Di Stefano destacó su personalidad en el papel de Guillermo, en el que puso su propia simpatía y sus excelencias de gran tenor, habiendo obtenido un éxito que le obligó a repetir sus romanzas… (Julio Sapietsa. El Universal Gráfico, 29 de junio de 1949).

Esta bella ópera obtuvo clamoroso éxito interpretada por Di Stefano, la Simionato, Mascherini y Siepi. Aunque algunas personas que en realidad no saben escuchar ópera consideran aburrida La Favorita, esta obra tiene todo lo que en su época se esperaba de una ópera. Es en verdad un torrente de melodía desde un principio hasta el final. Consideramos que Di Stefano es el cantante que mejor lució en la anciana obra de Donizetti. El maestro Guido Picco merece un aplauso especial por su labor de concertador…” (Juan S. Garrido. Revista Hoy, Núm. 649, 30 de julio de 1949).

Ese primer Werther de Di Stefano ha sido una de las emociones más fuertes en mi experiencia operística. A pesar de que no se la sabía completamente pues a los del tercer piso no se nos pudo ocultar que estaba leyendo la partitura en la mesa, nunca he escuchado a un cantante con la belleza de voz y la pasión con que actuó Di Stefano esa noche; sería porque estaba en la luna de miel, sería porque la música de Massenet en esa obra es el máximo del amor pasional, lo cierto es que en sus romanzas nos levantó de los asientos para ovacionarlo con verdadera locura… (Carlos Díaz Du-Pond. Cincuenta años de Ópera en México).

Tres años después volvió a México a la que ha sido considerada una de las más importantes temporadas de ópera en la historia del Palacio de Bellas Artes. En ella la combinación artística de Di Stefano y Maria Callas resultó apoteósica. Para Callas era su tercera visita a México, había debutado en 1950, y en 1952 tuvo lugar su última presentación en nuestro país. 

La inauguración de la Temporada sucedió el 20 de mayo con I Puritani, de Bellini, con Callas en el papel de Elvira, Di Stefano como Lord Arturo Talbot, el barítono Piero Campolonghi en el rol de sir Riccardo Forth, el bajo Roberto Silva que interpretó a sir Giorgio Valton y la soprano Rosa Rimoch en el papel de Enrichetta di Francia, dirigidos por Guido Picco.

Cuando entró Maria a escena en el segundo cuadro del primer acto hubo personas seguramente aconsejadas por Battista que aplaudieron, pero el siseo inmediatamente las calló. Esto provocó en Maria una reacción de lágrimas, estaba desolada en el camerino pensando que la habían siseado. Di Stefano entró al camerino y le dijo: “Maria, has cantado como el padre eterno”. Tuvo que venir la ovación a la polonesa y después el aria de la locura del tercer acto para que Maria se convenciera de que seguía siendo un ídolo en México… (Carlos Díaz Du-Pond. Cincuenta años de Ópera en México ).

Giuseppe Di Stefano en Rigoletto, 1952

Siguieron funciones de La traviata, de Verdi, ahora con la concertación musical de Umberto Mugnai. Violetta Valéry: Maria Callas; Alfredo Germont; Giuseppe Di Stefano; Giorgio Germont: Piero Campolonghi; Flora Bervoix: Cristina Trevi. Luego vino la histórica Lucia di Lammermoor, de Donizetti, con Callas, Di Stefano, Campolonghi, Silva y el tenor Carlo del Monte como Lord Arturo Bucklaw. Picco en el podio y Désiré Defrèré como director de escena. Tal fue el éxito de estas funciones que el público delirante hizo que Callas hubiera de salir catorce ocasiones a proscenio y Pippo, ocho.

Lucía era su nuevo rol en México. Con Giuseppe Di Stefano y la dirección de Guido Picco, se presentó el 10, el 14 y el 26 de junio. Fue la apoteosis. Un crítico manifestó que «era la diva del siglo, un fenómeno apenas comparable a la aurora borealis.» La Escena de la locura fue seguida de una inmensa ovación, con 16 salidas, que duró veinte minutos. Pero en los días siguientes vendrían dificultades: no había tiempo suficiente para ensayar Rigoletto pero Antonio Caraza Campos insistió en que se cumpliera el contrato, recordando a Callas que le pagaban los más altos honorarios en la historia del teatro.” (José Félix Patiño Restrepo. Maria Callas, La Divina, Santa Fe de Bogotá, Ministerio de Cultura, 2000).

Después siguieron las dos funciones de Rigoletto con la tripleta Callas—Di Stefano—Campolonghi, en donde Pippo bisó ‘La donna è mobile’. Callas cantaba el rol de Gilda por primera y vez en su carrera y nunca lo volvió a interpretar en el escenario, pero afortunadamente sí lo grabó al lado de Di Stefano y Tito Gobbi.

A pesar de su magnífica interpretación de Gilda, los Rigolettos de México fueron un anticlímax. La crítica la elogió en sus presentaciones, pero no en Rigoletto, y Maria Callas vio entonces la temporada de México como un fracaso. Consideró que el Rigoletto había sido una humillación, y se propuso nunca jamás volver a interpretarlo en escena, lo cual, desgraciadamente, ella cumplió…” (José Félix Patiño Restrepo. Maria Callas, La Divina). 

La Temporada en donde cantarían juntos por última vez en México Callas y Di Stefano se acercaba a su fin. El título fue Tosca, de Puccini (junio 28 y julio 1) que concertó Guido Picco, y las funciones fueron un rotundo éxito. Existe la grabación en donde podemos constatar las ovaciones frenéticas que recibieron Callas y Pippo. Un año después se hizo la grabación para EMI Classics bajo la batuta de Victor De Sabata, protagonizada por Callas, Di Stefano y Gobbi, y considerada una de las más importantes grabaciones del siglo XX.

Pippo y Maria habían llevado relaciones cordiales, habían compartido las ovaciones de un público enloquecido en Puritanos, Traviata y Lucia, no así en Rigoletto que, como dije, sencillamente no había tenido éxito; pero vino la Tosca y surgió un accidente de lo más divertido y simpático dado el temperamento de los “divos.” En la segunda Tosca que sería la última función de Maria en México, pedí a la orquesta que al final de la obra o sea al salir los dos cantantes al proscenio tocaran “Las Golondrinas.” Cuando el público se dio cuenta de que se trataba de despedir a Maria empezaron a gritar “Maria regresa”, y Di Stefano, que habla muy bien el español, se imaginó que era un homenaje sólo para María y cortésmente le besó la mano y la dejó sola. Cuando terminaron “Las Golondrinas”, María buscó a Pippo para volver a salir con él y éste había desaparecido; el público reaccionó y comprendiendo que Pippo había cantado maravillosamente el último acto, comenzó a gritar “Di Stefano.” Don Antonio me ordenó que corriera al camerino para decirle que saliera; me lo encontré hecho una furia y ya totalmente desvestido me gritó una serie de improperios, naturalmente en italiano, en contra de Maria, de la empresa, diciéndome “que si no había habido tenor en Tosca”, que nunca volvería a cantar con Callas, etcétera. No pude calmarlo, ya cuando Maria regresó a su camerino después de las ovaciones que seguían interminables para ella, Pippo iba camino de su hotel. Maria y Battista salieron al día siguiente sin despedirse de los Di Stefano. Afortunadamente para el mundo, Maria y Pippo grabaron un sinfín de obras juntos y actuaron infinidad de veces.” (Carlos Díaz Du-Pond. Cincuenta años de Ópera en México).

Pippo permaneció en la Ciudad de México para concluir sus compromisos artísticos en esa Temporada de Ópera Nacional: Manon y Werther, ambas de Massenet, con Irma González en la primera, que dirigió musicalmente Mugnai con escenografía de Antonio López Mancera, y la segunda con Oralia Domínguez, que hizo Charlotte, además de la soprano Eugenia Rocabruna en Sophie y Campolonghi como Albert, para finalizar con La Bohème, de Puccini, con Irma (Mimì), Campolonghi (Marcello), Rocabruna (Musetta) y Silva (Colline).

“…Di Stefano, artista cuyas cualidades, todas son propicias para encarnar el personaje. Se le aplaudió con delirio la popular romanza del Sueño, hasta que se vio obligado a bisarla en italiano. En cambio admiramos la forma magistral con que “filó” el La, que atacó a plena voz para ir disminuyendo la intensidad hasta el “pianísimo”, portándolo a la octava baja. Muy pocos, poquísimos, son los tenores que pueden ejecutarlo de este modo, pues la mayoría, o lo atacan en “falsetone” para “filarlo”, o en falsete, cosas ambas que no encierran mayor dificultad. En la escena de San Suplicio volvió a ser el artista de gran temperamento y emotividad cautivando al auditorio, que da la impresión de que tiene incrustado el arte de este tenor en el corazón…” (Ángel R. Esquivel. El Universal, 8 de julio de 1952).

Muchos de los habituales espectadores de ópera por televisión se acomodaron el martes 15 frente a la pantalla mágica para ver y oír, para conocer la mayoría de ellos, la deliciosa ópera Werther con Oralia Domínguez y Di Stefano. La transmisión resultó espléndida, muy bien iluminada la escena y perfecto el audio a cargo de XEX. La reposición de Werther en México, ahora, vista por televisión, oída por la radio, reveló el gran éxito que alcanzó en la sala. Las ovaciones fueron prolongadas… (Armando de María y Campos. El teleteatro en México, crónicas de su alumbramiento).

Di Stefano, en el papel de Rodolfo, lo hizo excelentemente. Él es un artista cuya fama internacional tiene ganada en la mejor lid: su voz, su prestancia escénica, su temperamento exuberante y genuinamente latino, hacen que todos esos personajes románticos, como el poeta Rodolfo, encuentren en él al intérprete ideal. El hecho de que alguna que otra vez se le baje un poco la voz, es natural… (Esperanza Pulido. Novedades, julio de 1952).

Maria Callas y Di Stefano en La Traviata en Bellas Artes, 1952

Di Stefano volvió a presentarse en el Palacio de Bellas Artes en 1957 para cantar La bohème, L´elisir d´amore, Carmen, Manon y Tosca; en 1960 interpretó Un ballo in maschera, Werther, La bohème, Tosca y Lucia di Lammermoor. Para la Temporada Internacional de 1961 participó en Cavalleria rusticana, Andrea Chénier, Madama Butterfly, Carmen y La traviata. En esa temporada se suscitó un conflicto, en la ópera Carmen, entre Irma González, que interpretaba a Micaëla, y Pippo, que la prensa publicó en estos términos: Encuentro boxístico en “La Mayor», de Irma y Di Stefano. Un encuentro, no de amor precisamente pero que estuvo a punto de convertirse en boxístico, sostuvieron la cantante mexicana Irma González y el tenor italiano Giuseppe Di Stefano, horas antes de la función de Carmen en el Palacio de Bellas Artes…

Semanas antes del inicio de ensayos se le pidió a Di Stefano si tenía inconveniente en abrir el corte tradicional del dúo entre Micaëla y Don José del acto I, lo que el tenor aceptó; sin embargo, en el ensayo general decidió que no, por lo que Irma amenazó con no cantar siquiera el dúo cortado. Finalmente la situación se arregló, aunque era evidente que Micaëla y Don José se aborrecían, pero el publicó los ovacionó con creces. 

En 1964 se registra la última actuación escénica de Di Stefano en Bellas Artes, en una Temporada en la que cantó Manon, Werther, Un ballo in maschera y Tosca. 

Dirigida por Camozzo, Un baile de máscaras fue un gran éxito y un gran escándalo. Como decía, Pippo ya estaba acercándose al final de su distinguida carrera; Montserrat (Caballé), en cambio, estaba espléndida, Judith Sierra cantó un lindo Paje. Ausensi, ya recuperado, cantó muy buen Renato, pero en el dúo del tercer acto, Montserrat con mucho compañerismo cubrió con un beso un “gallo” de Pippo. Después de “Morro ma prima” había enloquecido al público, pero vino el cuarto acto y Pippo omitió la romanza “Ma se me forza perderti” y entonces ardió Troya. Empezaron a gritar un sin fin de improperios y por coincidencia se fue la luz, pero el público pensó que la Empresa había mandado quitarla para salvar la situación. Una señora gritó: “Silencio, no estamos en una plaza de toros…”, y alguien contestó: “Sí, porque hay un buey en la escena…” y cosas por el estilo. Finalmente el público se aplacó y terminó la función con rechifla para Di Stefano. Fue una verdadera lástima que haya terminado así su brillante historial en nuestra Ópera, ya que indiscutiblemente ha sido el cantante más querido por el público mexicano en muchas décadas, pero también ha sido el más indisciplinado… (Carlos Díaz Du-Pond. Cincuenta años de Ópera en México).

El 29 de octubre, para borrar la mala impresión de sus últimas actuaciones, ofreció un recital acompañado por el pianista Ivor Newton, en donde interpretó obras de Bellini, Lalo, Massenet, Favara, Tosti y Pérez Freyre.

Nos aseguran, pero no estuvimos allí, que Montserrat Caballé y Giuseppe Di Stefano cantaron una Tosca memorable, con la que se sacó Pippo la espina que se clavó al desconcertar a muchos en Baile de máscaras. En cambio sí asistimos a su recital, que sus partidarias convirtieron en verdadera serata d’onore. El programa era muy pobre, con más de una docena de números, de tres minutos cada uno, lo que da muy poco más de media hora de canto efectivo; él alargó la función hasta dos horas con un poco de conversación, con muy frecuentes salidas de escena, y con las largas ovaciones que supo arrancar, deliberadamente provocadas algunas. En el único trozo verdaderamente operático, “Nessun dorma” (aunque hubo pedacitos de Le roi d’Ys y de Le Cid) Di Stefano se hizo el gracioso, fingió estar fatigado y respirar mal, y dio el agudo más breve que hayamos oído en nuestra vida; pero en las cancioncillas, inclusive Júrame, de Grever… ¡qué maravilla! Positivamente no pueden cantarse esas cosas mejor, con más alma ni con más teatro que como Pippo las cantó; son arte menor, comparadas con la ópera; pero fueron delicia pura; la gente, y no solamente las pipófilas, que le llenaron el escenario de flores, sino toda la que llenaba la sala se emocionó vivamente, y disfrutó de un arte exquisito y arrebatador. Podría llegar a suceder que Di Stefano no volviera a cantar ópera en México. Bueno… le quedará siempre la posibilidad de dar recitales como éste que dio, o inclusive, de cantar esas mismas canciones, y otras, en cabarets. Tendrá siempre un público que lo siga fascinado y enloquecido, agradecido y delirante… (Rafael Solana. Revista Siempre!, Núm. 596, 25 de noviembre de 1964).

El tenor siciliano volvió al Teatro del Palacio de Bellas Artes en 1971 para otro recital, esta vez con la pianista Enza Ferrari.

Giuseppe Di Stefano por más de veinte años ha sido el tenor mimado del público mexicano. Creemos que es el único que ha logrado tener su “club de admiradoras”; hoy ya casi todas de cabecitas blancas, pero que lo siguen escuchando con igual embeleso que cuando debutó en 1948; y aunque la hora de su primer recital haya sido a las once y treinta de la noche y todos hayamos salido de Bellas Artes (lleno a su máxima capacidad) en la madrugada. No es posible esperar que las facultades se encuentren intactas, pero lo que sí ha sabido conservar Pippo Di Stefano, es ese “ángel” que hace posible una intercomunicación instantánea entre cantante y público. Es de esos buenos cantantes que se gana la simpatía de los que lo escuchan. Su programa nos trajo el recuerdo de aquellas Bohèmes y Cármenes que tanto le aplaudimos; pero donde nos emocionó vivamente fue en una versión de la canción napolitana “Core ‘ngrato”, que difícilmente podamos olvidar. Haciendo uso de una exquisita media voz y poniéndole todo el fuego y la pasión que corre por sus venas italianas, Di Stefano sigue emocionando y sigue gustando, aunque ahora la respiración le falle; aunque ahora el “legato” no sea tan elegante como antes; aunque al final del concierto diese muestras de cansancio físico-vocal. Es Giuseppe Di Stefano uno de los más grandes tenores de todos los tiempos y el escucharle hoy por hoy, es además de una experiencia enorme, un orgullo aún más grande. Lo acompañó una soprano de poca calidad musical y vocal, Edy Martelli, quien suponemos es también de procedencia italiana; pero artísticamente mucho muy por debajo de la categoría, no sólo de figurar al lado de Di Stefano sino de cantar en Bellas Artes. (Kurt Hermann Wilhelm. El Redondel, 5 de diciembre de 1971).

Callas y Di Stefano en Tosca en Bellas Artes, 1952

En 1978 visitó nuevamente la Ciudad de México para cantar en una breve temporada de la opereta Das Land des Lächelns (El país de las sonrisas) de Lehár, junto a su segunda esposa, la soprano Monika Kurt. En 1993 la Ópera de Bellas Artes y el INBA le rindieron un homenaje en una representación de Rigoletto protagonizada por Ramón Vargas, Pablo Elvira y Conchita Julián, donde el divo cantó tres canciones napolitanas con piano; y finalmente en 1995, en el Auditorio Plaza, con la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México, ofreció un concierto con canciones napolitanas dirigido por Fernando Lozano, con la participación del Coro de la Ópera.

Entre esos conciertos destacan los ofrecidos en Durango en 1982, al lado de la soprano Alicia Torres Garza, invitada por Di Stefano para cantar arias y dúos en dos veladas memorables.

Por otro lado, con la Ópera de Monterrey (compañía que en 1953 fundó y dirigía el bajo Roberto Silva, siendo sucedido luego por Daniel Duno) Giuseppe Di Stefano también actuó en tres exitosas temporadas: en 1954 cantó el protagónico de Fausto, con Irma González y Norman Scott; el titular de Werther, con Giulietta Simionato; Edgardo, en Lucia di Lammermoor, con Ernestina Garfias en su primera Lucia; y Tosca, con Maria Curtis-Verna y Enzo Mascherini.

En 1957 Di Stefano, que ya también era un ídolo del público regiomontano, cerró la temporada interpretando a Don José, en Carmen, con Jean Madeira, Ettore Bastianini y una joven Maritza Alemán como Micaëla.

En 1960 regresó Pippo a Monterrey para una Bohème extraordinaria, acompañado de la gran Irma González, la debutante Alicia Torres Garza en el papel de Musetta, y el jovencito Plácido Domingo en el breve papel de Parpignol. En esa función, según narra Carlos Díaz Du-Pond, quien fuera el director de escena de todas esas temporadas regiomontanas, Di Stefano tuvo la ocurrencia de cantar «C’è caldo fuori…» en vez de «freddo», haciendo referencia al calor reinante en la ciudad. Para cerrar la Temporada, repitió su aclamada creación de Don José en Carmen, esta vez con Claramae Turner y Manuel Ausensi, y jóvenes valores nacionales como Beatriz Aznar, Torres Garza, Lupe Solórzano y Plácido Domingo.

Algunas anécdotas
Pippo siempre evitó los ensayos, mucho más cuando eran óperas que había cantado mucho, y al parecer tal fue la norma en la mayoría de las producciones en las que actuó en México. En una producción de Turandot en La Scala, en la que la protagonista era la excelsa soprano sueca Birgit Nilsson, Di Stefano no había asistido a un solo ensayo cuando el resto del elenco ensayaba todos los días. La directora de escena Margherita Wallmann puso una queja al director del teatro, Antonio Ghiringhelli, quien le aseguró que al día siguiente Pippo se presentaría a ensayar. Y así fue, sin embargo Di Stefano encaró a Margherita y le dio un breve discurso: «Siempre te he considerado una gran artista, pero ahora descubro que me he equivocado porque no has comprendido nada de esta ópera». La Wallman le dijo que cómo era posible que hablara así si nunca había visto un ensayo de la ópera, a lo que el tenor le contestó: «Precisamente. No debo entender nada. Soy Calaf, un príncipe extranjero que acaba de llegar al reino de Turandot en busca de su padre. Si tú me obligas a ensayar, mis reacciones dejarán de ser espontáneas. Yo no debiera saber ni siquiera de qué lado va a entrar en escena mi padre. Espero que comprendas que mi presencia es innecesaria…», y acto seguido se retiró.

De igual manera, estando en Chicago para cantar la ópera Carmen, de Bizet, decidió no asistir a los ensayos previos al estreno y se refugió en la cantina del Teatro con uno de los más famosos “gángsters” de la ciudad. Por supuesto nadie se atrevió a decirle nada al tenor siciliano. Por esos días la reina Isabel II llegó a Chicago de visita oficial y se le solicitó a Di Stefano de último minuto que ofreciera un breve concierto a la soberana. Siguiendo el protocolo el tenor debía portar un frac para tal evento, pero por la hora todos los negocios estaban cerrados; así que su poderoso amigo de cantina entró en acción. Cuando la Reina tomó lugar en el palco, Pippo apareció en escena con un elegante frac. A la mañana siguiente los periódicos daban cuenta de un hecho por demás extraño: una gran tienda de prestigio en el centro de la ciudad había sido objeto de un robo, habiéndose roto un cristal de la tienda y en donde se encontró un cheque que cubría los gastos del frac faltante y del ventanal, acompañado por una tarjeta de visita de Di Stefano y de su amigo.

El gran tenor italiano, leyenda del canto operístico de la segunda mitad del siglo XX, murió en Milán, el 3 de marzo de 2008.

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