Princeps musicorum: 500 años de la muerte de Josquin Desprez
El año es 1521. El Papa León X (Giovanni di Lorenzo de Médici) excomulga a Lutero por haber quemado en público la bula Exsurge Domine, que condenaba por primera vez y directamente las 95 tesis luteranas. Mismo año: Fernando de Magallanes llega a las Filipinas y muere en el campo de batalla. En México-Tenochtitlán, Cuahtémoc —el último tlatoani— es capturado por Cortés, quien inicia el sitio en la ciudad y consuma la Conquista Española. En Condé-sur-l’Escaut, en la frontera norte de Francia con Bélgica, muere Josquin Desprez…
I.
En pleno Renacimiento, el mundo se expande, se reconfigura, se reinterpreta y se transforma incesantemente gracias a la navegación, la aparición de la imprenta y los cuestionamientos a la Iglesia que derivarán en el Humanismo por venir. Si el canto gregoriano —simple, llano, monódico— es la representación musical de la Edad Media, la polifonía (esto es: varias voces que cantan melodías distintas al mismo tiempo, generando lo que en esencia llamamos armonía) es un fenómeno artístico que representa el dinamismo e ímpetu del pensamiento renacentista: diversos elementos que coexisten y dialogan en torno a una misma idea para enriquecerla. Esta fue la innovación más importante en la historia de la música hasta entonces, e hizo estallar, desde una pequeña región francesa en su frontera lo que era parte entonces de los Países Bajos, una revolución sonora que cambiará para siempre la manera de enunciar la música en el mundo moderno, y cuyo siguiente paretaguas no llegará sino hasta el siglo XX.
Johannes Ockeghem representó una primera y decisiva etapa de esta corriente conocida como la escuela franco-flamenca. A su muerte en 1497, Josquin Desprez (quien probablemente estudió con él, o que por lo menos es inequívocamente su heredero musical) le dedica, emulando el intrincado estilo contrapuntístico del primero, un lamento titulado La déploration de la mort d’Ockeghem, “Nymphes des Bois“. En cierta forma, un réquiem:
Nymphes des bois, deesses des fontaines,
Chantres expres de toutes nations, Changes vos voix fors claires et haultaines En cris trenchans et lamentations, Car Atropos tres terrible satrappe Votre Ockeghem atrappe en sa trappe, Vray tresorier de musiqe et chef doeuvre, Doct elegant de corps et non point trappe, Grant domaige est que la terre le couvre. Acoultres vous dhabis de doeul, Josquin Piersson Brumel Comper, Et ploures grosses larmes doeul, Perdu aves votre bon pere. Requiescant in pace. Amen. |
Ninfas de los bosques, diosas de los manantiales,
Virtuosas voces de las naciones, Hagan de sus voces claras y altas, Desgarradores llantos y lamentaciones, Ya que Átropos, sátrapa terrible, Ha capturado a Ockeghem en su trampa, El verdadero tesorero de la música y gran maestro, Docto, elegante de cuerpo, y en lo absoluto corpulento, Qué gran tristeza es que ahora esté cubierto de tierra. Vístanse de luto, Josquin, Piersson [Pierre de la Rue], Brumel, Comper, Y viertan pesadas lágrimas de dolor de sus ojos, Pues a su buen padre han recién perdido. Descanse en paz. Amén. |
Poema de Jean Molinet
II.
Aun con lo poco que se sabe de la vida de Josquin Desprez (des Prez o des Prés) puede trazarse sin embargo una clara línea ascendente que va desde un primer contacto con la música durante su infancia, hasta el papel que jugará en el desarrollo de la música en Italia antes del periodo barroco: Josquin Desprez (né Josquin Lebloitte) nació probablemente en Hainaut (Henao) hacia 1450, y se cree que de niño debe haber sido corista en la Iglesia de Saint-Quentin. Luego, durante su juventud, formó parte del coro del Papa; y, alrededor de 1483, sirvió a la familia Sforza en Milán. (¿Nos atrevemos a imaginar un encuentro o incluso conversaciones con un Leonardo Da Vinci, otra de las mentes más brillantes de aquella época?)
Viajó a Florencia, Ferrara y Módena, donde sin duda influyó en el paisaje musical que daría pie más tarde a la proliferación de los grandes madrigalistas, cuyo último gran exponente fue uno de los protagonistas indiscutibles en los primeros capítulos de la historia de la ópera: Claudio Monteverdi; y murió, relativamente viejo, en agosto de 1521 en Condé-sur-l’Escaut, Francia.
III.
Publicado el año de su muerte, su Salve Regina a cinco voces desarrolla a partir de una primera nota en unísono un intenso contrapunto que, cíclicamente, parece regresar a donde empezó, si bien no deja de transfigurarse durante toda la obra. Estructuralmente, la persistencia de una melodía que se repite durante toda la pieza anuncia lo que en el siglo XVII se conocerá como ostinato: una técnica que aparecerá en España, primero, y luego se extenderá a Italia, Francia y Alemania, omnipresente durante todo el periodo barroco, y que consiste en la replicación de un patrón armónico determinado sobre el que instrumentos o voces elaboran distintas melodías. Además de integrar este elemento novedosísimo, Josquin introduce en su obra todavía un eje más, como quien se inventa una nueva regla en un juego aritmético para hacerlo más interesante, e integra en la pieza el canto llano del Salve Regina gregoriano, una reminiscencia a las tradiciones del pasado que al mismo tiempo obliga al compositor a organizar las piezas de su rompecabezas de una forma todavía más virtuosa:
IV.
Como observará Kepler unos años después, existe una coreografía en el movimiento de los planetas que forman el Sistema Solar y, en la mente renacentista, es el arte la encargada de representar ese orden complejo que —para ellos— Dios manifiesta en la Naturaleza; orden que, a su vez, el Hombre traduce con su ingenio en la música, la pintura, la arquitectura y la poesía. El hipnótico Qui habitat (con texto del salmo “El que habita al abrigo del Altísimo”) es el ejemplo perfecto ya no del ingenio, sino del genio del que fuera llamado —con toda razón— “príncipe de los músicos” (princeps musicorum) por su alumno Adriaan Petit Coclicus. Este motete en el que 24 voces cantan cada una su propia melodía durante cerca de siete minutos (simultáneamente: persiguiéndose, coincidiendo, reflejándose, imitándose) quizá recuerda poderosamente el movimiento perpetuo de los planetas en sus órbitas:
V.
Exactamente a 500 años de la muerte del compositor, los disruptores logros técnicos de Desprez plasmados en sus más de 150 misas, motetes y canciones se siguen estudiando y maravillan a músicos y maestros, mientras que el alcance expresivo de su obra (siempre una exacerbación del texto) trasciende, sublima y justifica el intenso ejercicio intelectual de una mente renacentista y progresiva que no deja de renacer, cada vez que alguien la escucha… El año fue 1521 y, como Desprez a Ockeghem, Jean Richafort dedica a Desprez, su maestro y posible coetáneo, un Réquiem monumental con motivo de su muerte, profundamente inspirado en el estilo del “amo de las notas”, como se refirió a Josquin el mismo Martín Lutero: