Ailyn Pérez: Corazón latino
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Mayo 26, 2020. La soprano méxico-americana Ailyn Pérez, dotada de un timbre cálido y potente, es una de las cantantes más comprometidas con su público. Está constantemente en contacto con sus admiradores por las redes sociales y muestra una gran empatía con sus seguidores. Es una “antidiva” con una personalidad chispeante dentro y fuera del escenario. Está orgullosa de sus raíces mexicanas y, recientemente, rindió tributo al amor que siente por la cultura latina en su disco Mi corazón. Es la primera cantante latina en recibir el prestigioso Richard Tucker Award en 2012.
Nacida en Chicago, Illinois, Pérez ha tenido una carrera muy exitosa en los principales teatros del mundo. La soprano sabe escoger muy bien su repertorio e imprime personalidad a cada rol que interpreta, y una pasión latina enriquece sus interpretaciones de Adina, Violetta, Manon, Mimì, Micaëla, Thaïs, Liù, Elvira (de Ernani), Amelia Boccanegra, Desdemona, Alice Ford, Juliette, Marguerite o Musetta. La soprano también ha cantado roles mozartianos como Donna Anna o la Contessa.
Además de “Mi corazón” cuenta con varias grabaciones en disco, entre las que destacan “Love Duets” con el tenor Stephen Costello; “Poème d’un jour”, un recital en el que interpreta repertorio italiano y francés acompañada por el pianista Iain Burnside; la ópera Great Scott de Jake Heggie, en la que interpreta el rol de Tatyana Bakst, que cantó para el estreno mundial de esta obra en la Ópera de Dallas; también ha grabado el Réquiem, las “Canciones bíblicas y el Te Deum de Antonin Dvořák; y para el Metropolitan Opera grabó La bohème de Puccini, con el tenor Michael Fabiano como Rodolfo.
Tuvimos la oportunidad de platicar con Ailyn Pérez en exclusiva para Pro Ópera:
¿Cómo fueron tus inicios en el mundo de la ópera y de la música en general?
Todo se lo debo a mis padres. Para mí fue difícil crecer en este país (Estados Unidos), porque no me sentía 100% norteamericana ni 100% mexicana. Cuando era chica había mucho racismo y mucha discriminación y, aunque ahora ya se siente un poco menos, siempre estamos luchando.
Yo tuve la suerte de contar con unos padres que me inculcaron valores muy fuertes. Ellos siempre me decían tres dichos que me ayudaron muchísimo: “No te dejes”, “Supérate” y “No te rajes”. Los llevo siempre conmigo, metidos en la sangre; me dan mucho valor. Me alimentan el espíritu y me dicen que vengo de una cultura muy fuerte. Tengo un alma muy sensible, lo que me ayuda mucho ver a otros latinos en la lírica, en la política, que han llegado a este país y que han triunfado, y ver el arduo trabajo de toda la gente latina que, como mis padres, vinieron a Estados Unidos a labrarse un futuro con su trabajo.
Me gusta mucho compartir mi carrera con mi familia; para ellos, aprender a apreciar la ópera fue algo nuevo. Conocían los boleros, el mariachi, la banda y la música pop. Cuando los invito a un concierto, un recital o a una función de ópera, es algo nuevo para ellos, pero especial.
Tengo que darle las gracias a mi familia porque siempre me apoyaron y me dieron ese amor que tanto me ayudó a decir “sí puedo”. He visto muchas películas en donde ponen que las familias latinas arman dramas cuando los hijos quieren perseguir sus sueños. Por ejemplo, en la cinta Maid in Manhattan, la madre del personaje que interpreta Jennifer López le dice que ella no podrá aspirar a ser algo más que una mucama en un hotel. ¡Eso no existe! Una madre mexicana o latina no te diría eso. Ellas te dicen: “Ándale, m’ija, lucha”. Tenemos que quitar esos estereotipos. Hay que mostrarle a todo el mundo que somos gente llena de pasión, valores y enjundia. Nuestra cultura es muy vasta, estamos llenos de arte. Tenemos un alma que sabe luchar pero, también, que sabe brillar.
Cuando veo el largo camino que he recorrido y tengo mis momentos de tristeza, recuerdo el gran don que me ha dado Dios, tomo fuerzas y sigo adelante. En este mundo hace falta más luz, más arte, más paz, más inclusión. Siento la responsabilidad de dar lo mejor de mí, a través de esta voz que Dios me dio, y de dar felicidad a través de la música.
¿Tienes una relación especial con tus colegas latinos?
Completamente. Cuando conocí al gran Ramón Vargas o a Javier Camarena, a Plácido Domingo, a Rolando Villazón y a tantos grandes artistas, percibí que compartimos un vínculo muy especial. Me encantaría conocer a muchísimos más cantantes latinos de las generaciones que vienen, como María Katzarava, por ejemplo. Ella tiene una voz impresionante. Me encanta también Joshua Guerrero y el tenor Jesús León. A todos ellos los considero como mi familia operística. Todos nosotros tenemos los mismos valores y formamos amistades muy fuertes. He cantado también con Arturo Chacón Cruz; hicimos juntos La bohème. Me encantaría cantar algo con Javier algún día. Me gusta mucho cantar con tenores como él, como Arturo, como Roberto Alagna, todos ellos que se entregan tanto al cantar. ¡Tenían que ser latinos!
¿Cómo comenzó tu educación musical?
Tuve maestros fabulosos. Crecí en el sur de Chicago; ahí no había un lugar donde tomar clases de música. Mis padres lucharon mucho por sacarnos adelante y darnos una buena educación. Nos mudamos a un suburbio donde no había tanta violencia, y pasé de ser una más de las mexicanas de un barrio en Chicago a ser la única mexicana en la nueva escuela. No había sentido el cambio tan drástico hasta que, un día, uno de los maestros me tiró la charola de mi comida, de la nada. No entendí por qué merecía ese trato de su parte. Me empecé a sentir diferente a los demás.
Un día, entré a una clase en donde estaban escritas en el pizarrón notas musicales. Vi cómo los estudiantes estaban haciendo ruidos siguiendo esos puntos con rayas y yo no entendía qué era. Supe luego que era la clase de música. Estaban aprendiendo los ritmos. Fue así como, poco a poco, me fui acercando a la música. Por unos cuantos dólares me compré una flauta dulce. La regla era que no podías llevarla a la casa pero yo lo hacía y tocaba en casa la música de Disney. Soy la mayor de tres hermanos, así que tocaba la flauta para ellos y les enseñé también a tocarla. Gracias a la música, mi autoestima creció, comencé a tener más amistades y decidí entrar a formar parte del coro y de la orquesta de la escuela. Cada día me fui sintiendo más segura.
El maestro del coro estaba muy impresionado de que yo leía muy bien música y de que hablaba dos idiomas. Me dio un aria de ópera para que me la aprendiera: ‘O mio babbino caro’. Cuando oyes música tan bella, no importa que no entiendas al cien por ciento lo que dice, te da una emoción muy grande. Observé el efecto que esa música tenía en mí y en las otras personas. Después de eso, me dieron un papel en el musical Anything Goes, después participé en Guys and Dolls y así, poco a poco, fui empezando a cantar.
Además de la música, yo tomaba también clases de deportes y teatro; jugué voleibol y estuve en un dueto dramático con una amiga en teatro. Compartimos dos roles y cada fin de semana había una competencia en el estado de cinco o diez minutos en donde tenías que presentar el drama. Me ayudó muchísimo para ir puliendo la actuación para luego implementarla en la ópera.
¿Cómo cantabas en ese entonces, sin haber tomado una clase de canto particular?
El maestro del coro me ayudó mucho. El hecho de tocar la flauta me ayudó con la respiración, el apoyo, aprender a solfear. Tengo una voz lírica y todavía estudio con ese mismo maestro, Carl Lauren, cuando voy a Chicago. Cuando hay transmisiones o cuando puede venir a las funciones, me va a ver. Él fue Heldentenor y me ayudó mucho a desarrollar mi voz.
Luego, empecé a buscar escuelas de música. Audicioné para la Universidad de Indiana. Ahí estaba la maestra Martina Arroyo y me escuchó. Fui muy inteligente esa vez porque llevé a mi familia y estuve en su estudio con mi papá, mi mamá y mis hermanos. Creo que eso presionó un poco a la maestra. [Ríe.] Aprendí mucho de ella. Siempre me dijo que la carrera de cantante lírico es muy difícil y que requiere mucho sacrificio del cantante y de la familia. Viajas mucho y es complicado tener una vida personal.
Pero yo no quise escuchar eso: solo escuché cuando me dijo que yo tenía mucho talento y que me aceptaba en su estudio. Estuve desarrollándome con ella cuatro años y después me fui a Filadelfia, donde estudié cuatro años más. Canté seis distintos roles en cuatro años: fue mucho a tan corta edad. Nos dedicábamos entre un mes y mes y medio solo a estudiar la música con el maestro. Una vez preparé Susanna de Le nozze di Fígaro pero nunca la hice en escena; estudié Pamina pero acabé haciendo Papagena en Die Zauberflöte; canté en el coro en Faust e hice Anna en Le villi de Puccini. Hice muy buenos amigos en esa época, como Latonia Moore y Eglise Gutiérrez, quien canta cada frase con mucha emoción.
Con el paso del tiempo, comencé a cantar papeles como la protagonista de Lucia di Lammermoor, Mimì en La bohème y Adina en L’elisir d’amore. Hice Gilda en Rigoletto, muy a principios de mi carrera. Sería interesante volverla a cantar.
¿Cuáles crees tú que fueron los momentos más importantes con los cuales te consagraste?
Creo que han sido varios momentos: uno de ellos fue cuando canté Violetta en La traviata en Berlín. Canté tres funciones y tuve la suerte de que estaba como director del teatro Daniel Barenboim. Me impactó mucho que el público alemán no aplaudió durante la función y yo empecé a sufrir y pensar que no estaba haciéndolo bien. Fue entonces cuando, al final de la función, me dieron una ovación estruendosa. Confronté mi ansiedad de pensar que lo había hecho mal.
Ronny Adler, el intendente en ese tiempo, me invitó a cantar Pamina, junto al Sarastro de René Pape, y Amelia Boccanegra al lado de Plácido Domingo como Simon. Esas dos óperas tuvieron lugar en un periodo de un año, entre 2009 y 2010. Otro momento muy importante de mi carrera fue cuando me nominaron para el Richard Tucker Award y después me lo dieron en 2012. Fui la primera cantante latina en ser nominada a este premio.
Creo que los momentos importantes siguen ocurriendo, y uno lleva a otro. Debutar en el Metropolitan Opera House en 2015 con el papel de Micaëla en Carmen fue muy importante. A partir de entonces, cada año me invitan a regresar a cantar. Mi Don José fue Roberto Alagna; aprendí mucho de cómo debe cantarse el dueto de José y Micaëla al cantarlo con él. Mejoré mucho mi interpretación. Así me siento con muchos colegas. Uno de mis sueños más grandes es, un día, debutar en México.
Tienes muchos papeles icónicos en tu repertorio: Violetta, Mimì, Liù…
Creo que, al ser soprano lírico, me toca cantar la mayoría de estos roles. Eso también me da un poco de miedo, y debo confrontarlo para mostrar que yo puedo hacer mi propia Violetta, mi propia Mimì… Tengo que presentar la esencia de los personajes con mi toque individual. No debo compararme con otras personas.
Los roles trágicos te exigen mucho y tienes que saber también ponerte un límite para que no te dé ansiedad también fuera de escena. Hay óperas en donde el momento culminante del drama le toca a tu compañero, como al final de La bohème. Mimì muere pero es el tenor el que tiene la responsabilidad de que la función acabe bien: depende de cómo cante o grite “Mimì… Mimì” tu Rodolfo para que el final funcione o no. En La traviata ese final depende más de Violetta.
Platícanos lo que fue para ti el cantar el rol de Thaïs en el Met.
Esa fue otra oportunidad de oro que tuve. Fue la primera vez en que cantaba un papel que sentía como seda. Todo tenía que ser muy cuidado: hacer algo artificial en la música o la actuación la hubiese desvirtuado. El trabajo musical con Emmanuele Villaume fue maravilloso; sabe cómo manejar las frases. Es muy sensible: sabe cómo hacer poesía con la música de Massenet.
Thaïs tiene un poco la fragilidad de Leïla de Les pêcheurs de perles, sobre todo en la escena cuando Thaïs va con las monjas. Es, obviamente, más espiritual que Manon; fue como si una Contessa de Le nozze di Figaro se iluminara, dejara todo y se fuese a hacer un peregrinaje. Thaïs ya estaba lista espiritualmente, ya no le interesaba el amor en el mundo terrenal. Para mí, el momento más fuerte en la ópera es cuando ella está sola en su recámara y se pone a decir frente al espejo: “Vete, vete… ¿quién eres tú? Thaïs va a ser Thaïs…” y luego cambia totalmente. Es un cambio muy fuerte, vivir de una manera espiritual. Por primera vez no mueres por amor a un hombre. Ella no está ahí para salvar a Athanaël… No hay muchos papeles así. Al final, yo sentía una hermosa transfiguración. Massenet lográ llevarla a la eternidad y ahí se queda. Violetta y Gilda, por ejemplo, suben al cielo; pero se quedan en un nivel más terrenal. A mis padres les impresiona mucho ver que me muero en varias óperas y se preocupan por mí.
Debemos de enumerar también los roles donde no mueres al final y que también son parte importante de tu repertorio: Adina, Alice Ford, la Contessa…
¡Adoro cantar L’elisir d’amore! Hacer la Contessa en el Met hace unos años fue increíble, no solo por el papel, sino porque estuve con otras dos cantantes de raíces latinas: Nadine Sierra e Isabel Leonard. ¡Fue increíble que estuviéramos las tres juntas en ese elenco! He pedido en el Met y en otros teatros que nos den funciones de Der Rosenkavalier a ellas y a mí. Sería muy especial hacerlo juntas. Nuestros timbres son distintos y la música de Strauss sonaría muy bien con voces latinas. Su escritura para las voces femeninas nos sienta bien a las sopranos de cualquier nacionalidad. Strauss es para las sopranos lo que Verdi para los barítonos: entendía nuestra voz a la perfección… Me gustaría cantar la Mariscala algún día.
Qué bueno que menciones a Alice Ford, porque me divertí muchísimo interpretándola. Tiene un carácter muy latino, creo yo. Me encantó que mi Ford fuese Juan Jesús Rodríguez y, bueno, ¡qué te puedo decir de Ambrogio Maestri como Falstaff! ¡Qué más se puede pedir! Fue maravilloso cantar también con Jennifer Johnson-Cano, Golda Schultz y Marie Nicole Lemieux. Nos divertimos mucho. Además de que siempre es un gusto estar en una puesta en escena de Robert Carsen. Acabo de hacer Nedda en Paglicci en una producción suya. Por cierto, con Brandon Jovanovich como Canio y Lorenzo Viotti dirigiendo. Poesía pura. (Fue mi primer paso hacia el verismo porque, en un futuro, me encantaría cantar Suor Angélica.) Es la primera vez que encarno una mujer por la cual mueren tres hombres que no la tratan del todo bien. El dueto de Nedda y Silvio me recuerda mucho la música de Edgar y Le villi de Puccini. Su escena juntos es igual de ardiente que la escena de St. Sulpice de Manon.
¿Cómo fue cantar Elvira en La Scala de Milán?
Cantar una nueva producción de una ópera de Verdi en este teatro fue una experiencia alucinante.
Ernani es única; se tiene una idea ya muy fija de como debe sonar Elvira y no nos ponemos a pensar que la soprano que estrenó ese papel no era soprano dramático: era casi una soubrette. Yo quise darle al rol mi color lírico porque Elvira es una mujer joven. Requiere una voz de gran amplitud y calidez. Intenté que mi Elvira fuese una dama fuerte y que encarara a Silva al final con entereza. Me encantó cantar esa música. No es un rol tan agudo como Violetta; es casi como cantar Abigaille de Nabucco. Cantar Elvira significó un desarrollo muy importante para mi voz. Muchas cosas de ese rol las puedo pasar a mi interpretación de Violetta. La producción fue impresionante, la hizo Sven-Eric Bechtolf.
¿Cómo eliges tus papeles ahora?
Debo tener una conexión con los roles que canto y hay veces que me ofrecen papeles que son bonitos pero con los que no tengo ese “clic”. Uno de ellos fue Mathilde en Guillaume Tell. El rol de Luisa Miller me atrae pero tengo que estudiarlo más para saber si conecto con ella o no.
Cuando escuché La traviata por primera vez conecté de inmediato con la música y con Violetta. De inmediato dije: “Yo quiero hacer eso”. Me emocioné tanto que quise sumergirme en su mundo, en su música. Me atrajeron mucho también las frases de Aida, las de Butterfly, las de Mimì… La bohème es mi top. El poder hacer Mimì en la puesta de Franco Zeffirelli para el Met fue sublime. Tiene todo lo que hace grande al Met. Si debo describir a Mimì de alguna manera, para mí, ella es el sol. ¡Es un papel precioso!
Cuéntame por qué y cómo nació tu afición por estar tan activa en redes sociales.
Me siento con mucha responsabilidad de no solo apreciar y valorar a los artistas con quienes trabajo, sino también de tener contacto con el público. Lo más importante para mí es ser auténtica y, como dice mi mamá, “no soy monedita de oro para caerle bien a todos”. Siempre habrá gente que te critique por hacer esto o aquello, pero creo que es necesario saberse despegar de eso. Quiero transmitir mi alegría y mi felicidad por lo que hago en mis redes sociales, compartir con la gente y con los jóvenes que inician la carrera de canto.
Luego de las cancelaciones de Simon Boccanegra en el Met y Rusalka en la Ópera de Santa Fe con motivo de la pandemia cantaste no obstante Antonia en Les contes d’Hoffmann en la Ópera de París… ¿Qué más sigue en tu carrera?
Volveré a cantar Violetta en el Met en octubre de 2020 y Mimì en Múnich en diciembre de 2020 y en Filadelfia en mayo 2021. También haré Donna Anna en la nueva producción de Don Giovanni en el Met en marzo-abril de 2021.
Dinos algo sobre “Opera for Peace”.
Es una nueva fundación donde está colaborando gente de todo el mundo. Como cantantes, platicamos con ingenieros, arquitectos y gente que no es del ámbito de la música, para exponer qué tan importante es el arte para la comunidad. Tenemos que ser más inclusivos con los jóvenes, y hacer que los políticos reconozcan que el arte es necesario para la gente. Les invito a que visiten nuestro sitio: www.operaforpeace.org.
Muchísimas gracias y espero que vayas pronto a México a cantar.
Gracias a ti y espero poder ir a México pronto. ¡Viva México!
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