Baltazar Zúñiga: Al rescate del Renacimiento y el Barroco
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Es casi natural que, después de 20 años de vivir en el país que nos regaló las óperas más hermosas de Monteverdi, una sutil entonación italiana haya impregnado sus palabras y ahora Baltazar Zúñiga describa su amor por la música barroca con un español que por instantes pareciera poético. El cantante y director (Ciudad de México, 1974) dejó su hogar en el año 2000 para especializarse en bel canto en Italia, pero en todo este tiempo no se ha olvidado de su país. En el pasado ha viajado a México para ofrecer conferencias y contribuir en la formación de artistas jóvenes interesados en el repertorio que domina, y a fines de febrero estará de vuelta para dirigir piezas destacadas del renacimiento español en el Anfiteatro Simón Bolívar, ubicado en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, al frente de los jóvenes integrantes de la Academia de Música Antigua de la UNAM (AMA).
A Baltazar no le basta que su voz le haya abierto las puertas de los escenarios más importantes del mundo y lo haya posicionado como un artista destacado en Italia. Ahora —aún como cantante, pero además como director— confía en que su trabajo y los esfuerzos compartidos con algunos colegas podrán rendir frutos para formar un mayor número de cantantes y músicos en el repertorio antiguo y aproximar al público mexicano a este estilo. Su voz se colma de emoción cuando recuerda el entusiasmo de los asistentes a su última presentación en México, en febrero del año pasado, y la sed de la gente por escuchar más.
Desde Italia, en conversación telefónica con Pro Ópera, Baltazar Zúñiga ahondó sobre su carrera y sus planes para impulsar los tesoros de la música barroca no solo en su país, sino también en América Latina.
Aprovechando que vuelves a México para la presentación del 29 de febrero, me gustaría hablar un poco sobre tu carrera en Europa y sobre programa de música barroca que vas a dirigir.
Claro. Yo me fui de México para hacer estudios de perfeccionamiento en el año 2000. Llegué a Italia y me inscribí en una academia de canto cerca de Pésaro, donde hacen el Rossini Opera Festival, y estudié ahí durante cinco años. Debuté en muchos papeles en esa academia que pertenecía al teatro y tenía sus propias producciones. Y, bueno, prácticamente desde ese año empecé a cantar en Italia, en sus teatros, en el mismo Rossini Opera Festival en 2001. Así inició mi carrera en Europa, cantando papeles líricos, de tenor mozartiano, y rossiniano.
Después, en 2006, empecé a hacer estudios de música barroca y a especializarme en ella, a cantar ese repertorio. Gané concursos: uno de ellos fue por el 400º aniversario de L’Orfeo de Monteverdi, y empecé a cantar con los ensambles especializados en música antigua más importantes de Europa, con los cuales todavía colaboro: Collegium Vocale Gent, Pulcinella, Ensemble Pygmalion, La Petite Bande… Esto me ha permitido cantar con figuras muy importantes como Cecilia Bartoli y muchos otros del contexto internacional.
En los últimos años he tenido una actividad mucho más fluida como maestro de técnica vocal y de interpretación, y ya son cuatro años que doy el máster en la Universidad de las Américas Puebla. Ahora, por segunda ocasión, vengo a dirigir el ensamble de música antigua, AMA, una agrupación de la UNAM. Este es el primero en la historia de nuestro país que tiene personas especializadas en música antigua. La UNAM trae artistas de este repertorio a que den másters a los becarios y soy uno de ellos. El 29 de febrero voy a dirigirlo con un programa compuesto por joyas vocales e instrumentales del Renacimiento español.
Iniciaste tus estudios en México, aunque luego te especializaste en Europa. ¿Cómo te abriste camino en Italia?
Fue muy difícil: me fui con una beca del FONCA, pero, obviamente para la economía de nosotros los mexicanos, los gastos europeos son muy altos. Entonces, fue un proceso muy duro. Antes de irme de México yo formaba parte del Coro de la Marina y también colaboraba en grupos como Solistas Ensamble, de Bellas Artes, y en los Madrigalistas, supliendo a Guadalupe Martínez, que en aquel entonces tenía contrato ahí. Así que irme a Europa sin ninguna certeza económica fue muy difícil, pero afortunadamente las cosas se fueron dando. Fui haciendo audiciones y empecé a cantar poco a poco en teatros importantes. Fue un proceso muy bonito, y al mismo tiempo muy complejo, que duró prácticamente desde 2000 y hasta 2005. Fueron cinco años muy complicados, porque la gente te está conociendo, estás empezando a hacer audiciones y a cantar en teatros, pero simultáneamente hay mucha competencia. En aquella época estaba muy en boga Juan Diego Flórez y era muy difícil hacerse un camino en el repertorio rossiniano. Entonces, con los consejos de mis maestros, empecé a perfeccionarme en papeles barrocos y en las audiciones de esa música me empezó a ir muy bien.
Cuando te fuiste a Italia, ¿ya sabías que te querías dedicar al barroco?
No. O bueno, cuando estaba en México no había suficientes maestros especializados en este repertorio, entonces yo me especialicé un poco con la maestra Erika Kubacsek y un poco con el maestro Francisco Araiza, haciendo algunos cursos en México y después con los maestros europeos en Italia. Acá empecé a darle más forma a la carrera de concertista y reafirmé el repertorio y la elección de vivir de este repertorio, que es muy particular. Hay que especializarse mucho.
¿Qué fue lo que te enamoró de este repertorio?
Fue Monteverdi. Cuando canté su Combattimento di Tancredi e Clorinda, que tiene un libreto de un poeta italiano del Renacimiento, Torquato Tasso, me quedé enamorado y empecé a ir a cursos con los mejores especialistas de Monteverdi. En aquella época, Claudio Cavina, director de La Venexiana, me empezó a llamar para cantar óperas de Monteverdi con él. Luego, en 2007, gané el concurso para conmemorar el 400º aniversario de L’Orfeo.
Me gustaría que me contaras sobre una experiencia que recuerdes y que, después de tanto trabajo para posicionarte, te haya hecho sentir una inmensa satisfacción en escena.
Hay una anécdota muy bonita. En México, entre mis colegas de la escuela y casi todos los maestros, casi nadie hubiera creído que un día iba a cantar una Pasión de Bach como solista en las salas importantes de Europa, pero ese era uno de mis sueños. El otro sueño era cantar en La Scala de Milán, pero cuando yo contaba esos anhelos a mis amigos de la escuela se reían de mí y me decían “No, ¡cómo crees!, quieres volar muy alto, cómo quieres cantar Bach, si eres mexicano”. Y bueno, el día que me tocó cantar como solista la Pasión según San Mateo en el Concertgebouw, que es una de las salas más importantes donde se toca ese repertorio, pues imagínate: la gente de pie en la sala, las flores que te llevan al final. Ese fue probablemente uno de los días más felices de mi carrera porque realicé un sueño que para cualquier mexicano es muy difícil.
Creo que esa fue mi consagración, porque cantar en la Scala de Milán no fue otra cosa más que “pues sí, ya canté aquí, ¿ahora qué sigue?”. En realidad, un cantante se da cuenta de que no es el teatro el que te hace un gran intérprete o no, tiene que ver con los públicos, con la gente diferente frente a la que cantas. No es el teatro el que hace que uno sea mejor o peor; un cantante tiene que cantar en cualquier lugar, aunque sea un pueblito, aunque sea una sala de 20 personas.
Ahora que llevas tantos años de carrera y has tenido todos estos logros, ¿cómo se sigue enriqueciendo tu experiencia y cómo te sigues motivando?
Es una pregunta muy interesante, porque para cualquier artista lo difícil es mantenerse en cierto lugar. Para un artista que, como yo, ama la música antigua y barroca, lo más importante para seguir vigente es seguir especializándose. Por ejemplo, hoy tuve una conversación con un violinista muy famoso de Florencia y estábamos hablando de rescatar un material inédito de cierto compositor. Para lograr eso hay que leer muchas fuentes de aquella época, ir a bibliotecas, revisar aspectos de la historia de este músico. Es un trabajo de investigación enorme para prepararse en la grabación de un disco, para cantar las arias de ese compositor. Entonces, digamos, lo que permite que sigamos en boga es la seriedad y la profundidad con la que hacemos nuestro trabajo.
Hay otro proyecto en el que estoy involucrado para rescatar la música de los archivos de México, de la Catedral de Puebla y de otras de América Latina. Quisiera publicar partituras de esos compositores y, más adelante, ya sea grabarlas o —como padrino— buscar voces para empezar a hacer la discografía. Es material inédito que tenemos en Latinoamérica y del cual se conoce poquísimo.
Sería maravilloso, ¿el proyecto lo encabezas tú?
Sí, estoy trabajando con Juan Francisco Sans, musicólogo venezolano que conoce los diferentes archivos históricos de música del Nuevo Mundo. Estamos hablando del siglo XVIII. Ya estamos transcribiendo la música y preparando una edición para publicarla en México —si tenemos una casa editorial interesada—, pero también quisiera grabarlo en disco ahora que estoy en plenas facultades vocales para sacar a la luz todo esto. Aunque, claro, es tanta música que no me va a alcanzar la vida.
Vives en Europa pero vienes continuamente a América Latina. ¿Cómo percibes el interés de la gente y las instituciones culturales por la música barroca?
Desgraciadamente, en los 20 años que yo he estado fuera de México, ni el Instituto Nacional de Bellas Artes ni lo que era Conaculta se interesaron por el acervo musical que hay en América Latina y en México. La música barroca mexicana tiene la misma calidad que la europea en cuanto que los compositores barrocos venían a la Nueva España y componían aquí. Eso lo sabe muy poca gente y hay quien cree que la música de la Nueva España es de menor calidad o tiene menos belleza, pero no es así. La escribieron maestros italianos y españoles; es música de una belleza inaudita.
Sin embargo, digamos que, si se habla de repertorio vocal, en el imaginario de cualquier mexicano aparecen Francisco Araiza, Plácido Domingo, Ramón Vargas o mi colega Javier Camarena, que es un excelente cantante, pero tú imagina que ese repertorio en el contexto mundial es solo el 5 o el 10% de todo lo que hay por cantar. Es decir, es una pena que en México no consideremos todo el repertorio que existe de música antigua mexicana y, en consecuencia, el repertorio de concierto que hay de otros compositores del siglo XVIII, y de los de los siglos XIX y XX. Creo que falta mucha sensibilidad. Solo la UNAM creó hace cinco años esta Academia de Música Antigua y ahora este grupo artístico ya suena como sonaría un grupo europeo. En pocos años han conseguido una calidad impresionante porque han traído gente de fuera a compartir su sabiduría ahí.
¿Cómo percibes la reacción del público cuando se hacen presentaciones de música barroca?
Todos los conciertos que hace esta Academia de Música Antigua de la UNAM están llenos. Después del concierto que hice en febrero pasado, fue muy agradable recibir filas de gente que me saludaron y me preguntaron cuándo se iba a hacer otra presentación de ese repertorio. En aquella ocasión hicimos Monteverdi. El 80% del público ni sabía ni que existía Monteverdi, pero la gente en México, aunque no sea público preparado, es entusiasta y tiene mucha sed de escuchar música de diferentes épocas y compositores. Eso fue algo que me dejó muy buen sabor de boca y me da mucha motivación para construir proyectos de interés nacional en mi propio país.
La cosa que me da mucha satisfacción es que ahora muchos institutos me están dando pauta para crear proyectos, dar los másters y cursos de especialización. La única tristeza que tengo es que los institutos importantes no se sensibilicen ante este tipo de cosas. ¡Imagínate que se hicieran óperas barrocas en el Teatro de Bellas Artes! Sería una cosa fabulosa. Yo quiero empezar a construir y abrir espacio en ese sentido. Lo que quiero decir es que hay gente preparada en este estilo y que podría contribuir a que se generaran este tipo de realidades en México.
¿Cómo debemos invitar a la gente a que se acerque a otras opciones musicales?
El público se enamora de la música que tú le presentes. Por ejemplo, la UNAM pone el concierto que voy a dirigir en cartelera con solo 20 días de anticipación, ese tiempo basta para que la sala se llene. Eso quiere decir que hay un interés del público de la Ciudad de México y del interior de la República por escuchar música barroca. El público la está esperando. No hace falta gran publicidad; solo hay que producirla y proponerla. Hay que crear los espacios, dar los espacios a este tipo de grupos y en las becas dar posibilidad a una especialidad de este tipo.
Algo que hay que considerar es que en todos los países del mundo no toda la gente que estudia técnica de canto va a lograr ser cantante de ópera. No todas las voces van a ser capaces de cantar Rigoletto de Verdi, o L’elisir d’amore de Donizetti. Entonces ¿qué vamos a hacer con todas esas voces que tienen cualidades y aptitudes diferentes? Esos cantantes se pierden en el camino y después nos los encontramos como maestros de solfeo en escuelas privadas o en puestos administrativos, cuando en realidad podrían tener éxito en otro tipo de grupos artísticos si tuviéramos el espacio para ello.
Esta es una problemática de la que habría que hablar mucho en México, porque creo que todos estamos orgullosos de los cantantes mexicanos de ópera que tienen una buena carrera en el extranjero, como Javier Camarena, a quien estimo y quiero mucho, pero él canta ópera. Entonces, ¿qué vamos a hacer con todos los otros cantantes que tienen otro repertorio? Hay otros cantantes que se están haciendo brecha en repertorio de concierto y, desgraciadamente, los medios no encienden reflectores porque no tenemos la cultura para apreciar que este tipo de cantantes son tan importantes como los de la ópera. Esto es muy importante: nuestro país produce muchísimo talento, pero sufrimos mucho para que nos comprendan, para que nos den espacios y para que nos valoren.
Es importante que se sepa que han cantantes mexicanos que se presentan en las salas más importantes de Europa y que cantan las Pasiones de Bach con ensambles importantes y que graban discos que vienen premiados por los Grammy.
Por último, cuéntame cómo vives esta nueva etapa en tu carrera, como director, y un poco sobre el programa que traes para el 29 de febrero.
La experiencia en dirección nació porque cuando yo canto óperas, oratorios, piezas de música barroca, normalmente lo hago tantas veces que me lo aprendo de memoria. Entonces, empecé a estudiar dirección de orquesta y me empecé a dar cuenta de que conocer muy bien la partitura te da las posibilidades de dirigirla. Es decir, si uno estudia la técnica de la dirección de orquesta, como hice yo, conocer la música al 100% y casi de memoria se da con una facilidad impresionante. Conozco los instrumentos de memoria, todo lo que cantan las voces de memoria. De hecho, el concierto que dirigí el año pasado fue sin ver la partitura. Para mí es una exigencia cuando la preparación es ya muy grande en cierto repertorio, es como una necesidad. Como que ya no te llena solamente cantarla: sientes la necesidad de conocerla de manera más integral y de proponerla dirigiendo.
Y, bueno, del programa: estamos hablando de música escrita entre finales del siglo XVI y principios del XVII, cuando el Renacimiento español va en auge. Es la primera música que empieza a viajar por Europa, que empieza a ser conocida en muchos lugares, como por ejemplo la de Monteverdi, que es del Renacimiento italiano. Es música que empieza a ser conocida en otros ámbitos del Renacimiento europeo, entonces está escrita para tres o cuatro voces, que van ser cantadas por el ensamble de la AMA de la UNAM y con un pequeño grupo de instrumentos que consiste en viola de gamba, flauta de pico, guitarra española original, antigua, de la época —todos son instrumentos originales—, y percusiones, exactamente como se hacía en aquella época. Era música para la corte, que se tocaba en pequeñas salas solamente para los reyes, para los duques, de recibimiento y representación, y vamos a hacer una evocación de cómo hubiera sido en aquella época un concierto para la realeza.
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