Galeano Salas: “Soy chilango de principio a fin”

Galeano Salas «Aunque Il postino ya la canté, me encantaría repetirla» © Jonathan Manchón

 

En el corazón de Milán se encuentra el Teatro alla Scala, donde la historia de la ópera late en cada esquina. El recinto abrió sus puertas a una nueva voz que debutó de manera imprevista en su legendario escenario con siete funciones de Rigoletto durante el mes de octubre. El tenor Galeano Salas, de origen estadounidense pero con fuertes raíces mexicanas, ha conquistado al público internacional con un timbre luminoso, técnica impecable y una entrega escénica que combina la pasión del bel canto con una sensibilidad contemporánea. Entre ensayos, funciones, nervios y ovaciones, el tenor conversó en exclusiva con Pro Ópera sobre su trayectoria, su visión del arte lírico y sus futuras presentaciones.

 

Galeano, antes que nada, muchas felicidades por tu carrera y sobre todo por este debut en la Scala, así como por toda tu trayectoria. Es sin duda un motivo de orgullo para México. Pero buscando información sobre tus inicios y orígenes, tengo que confesar que no encontré nada… ¿Dónde naces? ¿Dónde creciste?
Nací en San Antonio (Texas), pero tengo la doble nacionalidad porque mis padres son mexicanos y porque crecí en México. Soy chilango de principio a fin: toda mi familia vive ahí. Estuve en la Ciudad de México hasta los 13 años, cuando nos mudamos a Houston. Ese fue un cambio muy difícil culturalmente: tenía mucho acento al hablar inglés y las clásicas dificultades de adaptación. Aunque tengo las dos nacionalidades, me siento más mexicano… y dentro de poco seré también ciudadano alemán.

 

¿Cuándo te acercaste a la música?
Durante mi niñez escuchábamos a Luis Miguel, música de mariachi, y a mis padres les gustaba Andrea Bocelli. Luego, en los Estados Unidos, me empezó a atraer la música pop: estaban de moda The Voice, American Idol, y eso me llamaba la atención, aunque nunca imaginé que me dedicaría a la música; yo iba a ser ingeniero. Después estudié teatro, y fue hasta que llegué a Houston que me pasé definitivamente a la música.

 

Don José en Carmen de Georges Bizet en la Opéra Royal de Wallonie-Liège, 2024 © J. Berger

 

¿En México no veías un futuro musical?
Si me hubiera quedado en México, probablemente no hubiera descubierto que me gustaba la música. En Texas hay mucha tradición de estudio del canto en las preparatorias y universidades; en México no, tienes que ir al conservatorio o a escuelas especializadas. Esto te obliga a desarrollarte de otras maneras. No es solo mi caso: también Jorge Espino, Daniel Noyola o antes, Rolando Villazón, tuvieron que salir de México para alcanzar sus metas, porque allá no hay suficientes posibilidades para construir una carrera sólida en la lírica.

 

Tu formación incluye dos instituciones importantes: la Academy of Vocal Arts en Filadelfia y el Opera Studio de la Bayerische Staatsoper en Múnich. ¿Cómo viviste esa etapa de formación?
Tuve mucha suerte: encontré a los maestros justos y mejoraba rapidísimo en poco tiempo. Cuando llegué a la Bayerische Staatsoper no era consciente de la enorme máquina que era; pude ver y escuchar a muchos artistas que hoy están en activo. En AVA ni se diga: es un ambiente muy duro y muy frío, en el que pocos logramos sobrevivir. Te preparan para cualquier situación que te toque: era casi un juego mental y tenías que ser muy positivo para resistir. Esa escuela no es para todos: te forma el carácter y la personalidad. Llegaba gente que cantaba mejor que yo y con más contratos, pero después de tres o cuatro años se les acababa la voz.

 

Tu esposa es parte fundamental de tu carrera.
Sí, ella es mezzosoprano, aunque dice que está retirada. Tenemos un hijo, y se ha vuelto más difícil para ella emprender proyectos y ser mamá. Nos casamos tres meses antes de mudarnos a Alemania, y fue toda una aventura: nos ayudó a fortalecer la relación porque íbamos juntos rumbo un mundo desconocido, a aprender alemán y a conocer un nuevo continente muy distinto. Yo apenas debía empezar en el opera studio, mientras ella ya tenía agencia; fue una apuesta a ver cómo nos iba en Múnich. De hecho, para mí fue como un paso atrás, porque ya tenía contratos firmados en los Estados Unidos: nada enorme, pero los tuve que rechazar. Íbamos diario a la ópera, queríamos comernos este mundo nuevo, no nos perdimos una función en tres años.

 

Roberto en Maria Stuarda de Gaetano Donizetti en el Real Teatro Danés de Copenhague, 2025 © Klaus Vedfelt

 

Con dos papás cantantes, tu hijo tiene un poco el futuro destinado…
Acaba de empezar a estudiar violín y le está gustando mucho. Me alegra, pero no se lo quiero imponer. Tiene apenas cuatro años y ya vio La bohème, La rondine, Carmen, La traviata y Rigoletto. Quizá le venga natural, es bastante entonado para su edad.

 

Hace un tiempo, en una entrevista a Jorge Espino, otro mexicano que ha desarrollado su carrera entre Europa y América, le preguntaba: “¿Qué diferencias encuentras entre estudiar y trabajar en los Estados Unidos y en Europa?” Retomo la misma pregunta para ti.
Es una pregunta enorme. La contestaré parcialmente. El estilo en Europa es diferente al americano. En los Estados Unidos la prioridad es tener la voz siempre bien alineada en todos los rangos, mientras que en Europa —no es que no canten bien—, pero a veces sale una nota rara… pero con una expresión e intensidad que no existe en América. 

En dos meses entendí este nuevo tipo de expresión, mucho más emocionante. La educación también difiere: en Europa se empieza antes a estudiar que en América. En los Estados Unidos el camino académico ya está hecho: vas a la universidad, luego haces una maestría y posteriormente buscas agencia; mientras que en Europa a los 20 años entras a un opera studio y a los 22 ya comenzó tu carrera. No estaría mal que algunos se quedaran más tiempo en la escuela, porque la voz no ha madurado totalmente a los 22.

 

Il Duca en Rigoletto de Giuseppe Verdi, en el Teatro alla Scala de Milán, 2025 © Brescia e Amisano

 

Tu debut en el Teatro alla Scala marca un hito especial. ¿Cómo viviste ese salto de último minuto sustituyendo a Dmitry Korchak como il Duca di Mantova en Rigoletto? ¿Qué pasó por tu mente al recibir esa llamada?
Acababa de volver a Múnich tras cantar La bohème en Módena; ni siquiera había desempacado la maleta cuando me llegó un mensaje de mi agente: “¿Dónde estás? Tal vez te necesite”. Le dije que no, porque el sábado siguiente estaría ocupado en algo muy personal. Insistió en saber de qué se trataba, y le dije que era una sesión de fotos con mi familia, que ya había pospuesto diez meses porque nunca estoy en casa y no quería volver a posponerla. Me respondió: “Pues vas a tener que cancelarla y comprarte un vuelo a Milán”. 

El día que debía viajar cerraron el aeropuerto de Múnich por un dron, así que no pude salir hasta el día siguiente. Cuando llegué, fui directo del aeropuerto a un ensayo a piano donde ya me esperaba Marco Armiliato. Corrimos algunas partes sin partitura; yo estaba devastado. Me dijo qué quería que hiciera y me mandó a descansar. Al día siguiente tuvimos el general con público. Nunca tuve ensayo con orquesta, nadie me enseñó el trazo escénico… solo me dieron un video que vi varias veces esa noche.

 

Originalmente era una sola función… y terminaron siendo siete.
¡Sí, no llevaba ni ropa! Después del estreno regresé a Múnich para hacer una maleta grande porque unos días después empezaban los ensayos de Le Villi en la Arena di Verona. Hice el estreno pensando que ahí terminaba todo, hasta que me hablaron otra vez: “¿Y si te echas otras tres funciones? Dmitry aún no se siente bien”. Acepté. Fue muy pesado porque iba y venía de ensayos de ocho horas en Verona a las funciones en Milán. Me tranquilizaba que me habían prometido que pronto encontrarían a otro tenor, pero no fue así. La Scala hablaba con la Arena para que me permitieran cantar más funciones. 

Un día antes de la última función de Rigoletto tuve descanso en Verona, porque al día siguiente era la première de Le Villi. Pensé que finalmente habían hallado un sustituto y que podría concentrarme en una sola cosa… pero unos minutos después me llegó el mensaje: “Oye, ¿puedes venir a hacer la última función?” Y pensé: “Sé que puedo hacerlo”, ya lo había hecho seis veces, así que acepté: canté la última de Rigoletto y al día siguiente volví a Verona para cantar Le Villi.

 

¿Tuviste problemas con la polémica regia de Mario Martone en el Rigoletto?
El rol del Duque lo he hecho muchas veces, pero esta era una producción moderna y no podía hacer las cosas que suelo hacer. Estaba muy nervioso por el estrés y la poca preparación, pero traté de lucirme lo mejor que pude. En esta versión el Duque no ama a nadie: es muy malvado y tiene al pueblo sumido en la adicción, es como un narco. Batallé más musicalmente al hacer dos roles simultáneamente, porque el Duque y Roberto de Le Villi son muy distintos: piden cosas muy diferentes en cuanto a estilo y técnica. El Duque es muy agudo y belcantista, y a Roberto hay que darle con todo.

 

¿Cuál es tu relación personal con el rol del Duque? ¿Qué desafíos y qué placeres te ofrece ese personaje?
Es curioso, porque es un personaje igual de principio a fin: no tiene una revelación ni algo que lo transforme. A él no le pasa nada, le sale el sol al día siguiente, a diferencia de todos los demás. Canta ‘La donna è mobile’ como si nada. Musicalmente me encanta, pero es difícil realizarlo. ‘Parmi veder le lagrime’ es de lo más complejo de cantar, pero te ayuda a entender lo que siente por Gilda y puedes matizarlo. Con Rodolfo, por ejemplo, puedes ir calentando poco a poco, pero el Duque empieza a cantar desde la primera escena y no para hasta el final.

 

Rodolfo en La bohème de Giacomo Puccini en el Teatro Comunale di Modena, 2025 © Rolando Paolo Guerzoni

 

Hablemos de otro momento decisivo en tu carrera: la sustitución de último minuto como Rinuccio en Gianni Schicchi en la Bayerische Staatsoper en 2017. ¿Estabas preparado? ¿Qué recuerdas de ese momento?
Ese rol no lo había cantado antes, pero me lo había aprendido. Ahí si fue verdaderamente de último minuto: dos horas y media antes de la función. A diferencia de la Scala, que me avisaron dos días antes y pude ver un video; en Múnich —además de que estaba enfermo— solo había asistido a un par de ensayos. Fui a vocalizar para ver si llegaba al Si bemol, y como ya se me estaba limpiando la voz, acepté. Pavol Breslik hizo el rol en escena mientras yo cantaba desde un lado; ya para la segunda función lo hice completo. Dirigía Kirill Petrenko, ¡un fenómeno, un genio! Su presencia me puso muy nervioso.

 

¿Hay algún rol que aún no has cantado y que te gustaría abordar próximamente?
¡Hay miles! Empezaría por decirte óperas en español que no se hacen tanto: Florencia en el Amazonas o Il postino de Daniel Catán. Aunque Il postino ya la hice, me encantaría repetirla. Tengo un recuerdo muy bonito de esa ópera porque conocí a Catán en el montaje, aunque falleció antes del estreno. En repertorio tradicional te diría Romeo y Julieta, pero ¡ya viene el año que entra en Trieste! Lucia di Lammermoor también me encantaría; todo el bel canto me está llamando la atención.

 

Y al contrario, ¿hay algo que ya esté confirmado y que nos puedas anticipar?
¿Sabes qué? Tengo varias cosas ya firmadas, pero como aún no se han anunciado las temporadas, no puedo decir nada. Viene algo interesante en Houston en un par de años, que será como volver a casa, porque ahí crecí. También algo de bel canto en Berlín… ¡y ya, no te digo más!

 

¿Y en México no tienes nada programado?
¡Cero! El maestro Plácido Domingo vino a vernos a una función de Rigoletto, entró a saludarnos y me dijo lo mismo: “Tenemos que organizarnos y hacer un concierto en Bellas Artes”. Le respondí: “Yo encantado, basta con que me inviten”. Me encantaría que me invitaran a cantar en mi país; sería lindo empezar una relación con México, que aunque de nacimiento no es mi país, sí lo es para mí. No sé qué planes tienen en Bellas Artes los próximos años, pero me encantaría debutar ahí.

 

Como es tradición, para concluir una entrevista, siempre pregunto: ¿cuál es el aria para cualquier otro registro vocal que lamentas que no haya sido escrita para tenor? Esa que te hubiera gustado cantar en el escenario…
De barítono, sin duda ‘Mein Sehnen, mein Wähnen’ de Die tote Stadt: ¡es bellísima y me da muchísima envidia! De soprano, el aria de Micaëla ‘Je dis que rien ne m’épouvante’; y de mezzo, ‘Mon cœur s’ouvre à ta voix’.

 

Y como mera curiosidad… ¿ya reprogramaron la sesión de fotos con tu familia?
¡Sí, el siguiente martes las hacemos! ¡Y no me cobraron el cambio! (Ríe.)

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