
Lourdes Ambriz, en primera persona

Lourdes Ambriz: «Cuando el hombre ya no tiene palabras para expresar lo que siente, canta» © Khàlosjz
En la edición marzo-abril de 1999, hace 26 años, se publicó en la revista Pro Ópera una entrevista de portada con la soprano mexicana Lourdes Ambriz, a propósito de su participación en la ópera Fedora de Umberto Giordano en el Palacio de Bellas Artes, con Olga Romanko y Plácido Domingo. Republicamos aquella primera entrevista como homenaje a la importante trayectoria profesional de Lourdes Ambriz con la Ópera de Bellas Artes durante 45 años.
“Lo podría sintetizar en una frase que lo encierra todo para mí: ‘Cuando el hombre ya no tiene palabras para expresar lo que siente, canta’. A través del canto se puede exteriorizar lo más profundo que se tiene, ya que cuando se canta con amor se da lo mejor de uno.” Así comienza la entrevista con María de Lourdes Ambriz Márquez, soprano mexicana nacida el 20 de julio de 1961, en el Distrito Federal.
Lourdes creció en la colonia Santa María la Ribera, junto con sus hermanos: tres mayores y uno menor, “a quien le encanta la música. Mi hermano estudió guitarra, piano y canto; ahora es integrante del grupo Voce in Tempore y es ingeniero en sistemas. Mi madre canta en el coro de la iglesia y en el de la Delegación Azcapotzalco. Estoy casada con el contrabajista Luis Antonio Rojas, integrante de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México”.
El primer contacto
Mi primera experiencia formal con la música fue en la adolescencia, porque para mí era algo bueno aprender en los ratos de ocio. El primer contacto fue casual. Mis maestros fueron los que me sugirieron estudiar arias de ópera. Surgió así la inquietud por el arte lírico y comencé a asistir a las representaciones en Bellas Artes. La primera vez que fui, compré boletos de Galería y recuerdo que fue una Lucia di Lammermoor con Cristina Ortega.
Uno de mis tíos, aficionado a la ópera, me empezó a prestar discos en donde me rendí ante el arte y con el álbum de Los maestros cantores pude seguir la obra con el libreto, luego continué con una Traviata con la Caballé. En esa época estaba en un grupo con mi hermano: éramos siete personas y cantábamos una especie de jazz vocal, con armonías de grupos que estaban de moda como los Buenos Aires Ocho, o The Singers Unlimited. Además, nuestro director, Arturo González Martínez, hacía arreglos de canciones mexicanas.
Mi padre estaba convencido de que se iba a morir antes de que iniciáramos una carrera, y por eso estudié primero secretariado bilingüe, siempre con la idea de ser intérprete traductora porque los idiomas me gustaban, además porque me gusta escribir y la investigación.
En la escuela era la más aplicada del salón porque era buena para los números y la gramática. Aunque me gustaba la Historia, era muy desmemoriada para datos y fechas. En lo que sí era pésima, era en los deportes; me encantan, pero solo verlos de lejos, sobre todo los que implican estrategia, como el beisbol, el basquetbol o el futbol americano. Por cierto, me gusta la bicicleta, como a la Olga de Fedora.
Comencé mis estudios de canto en el Instituto Mexicano de la Música, con la maestra Josefina Arellano, quien me convenció de estudiar en serio y luego entré a la Escuela Nacional de Música, durante el último año que estuvo en el edificio de Mascarones, en San Cosme.
Conocí al maestro Leszek Zawadka, pero al poco tiempo tuvo un accidente y ante esto entré al ya desaparecido Taller de Ópera de Bellas Artes, con el maestro Roberto Bañuelas. Participé en el primer Concurso de Canto Carlo Morelli y gané el premio Margarita Cueto, por ser la cantante más joven que se había inscrito al concurso y que había llegado a la final.
Al año siguiente, volví con el maestro Zawadka, quien ya se había repuesto y volví a concursar. Gané una beca para estudiar en la Universidad de Connecticut, donde tomé clases de actuación y de repertorio. De regreso, en 1980, debuté en el Teatro del Palacio de Bellas Artes con el papel de la autómata Olympia de Les contes d’Hoffmann y luego seguí con Hänsel und Gretel en español que, por cierto, es un papel denso que ahora lo considero como una de mis locuras de juventud. En 1983 canté Nanetta de Falstaff al lado del Fenton de Ramón Vargas, dirigido por Eduardo Mata y Juan Ibáñez.

Trujamán en El retablo de Maese Pedro de Manuel de Falla
Eduardo Mata
A partir de ahí trabajamos juntos en algunas ocasiones, ya que me invitó a cantar con la Orquesta de Dallas. Luego grabamos El sombrero de tres picos y El retablo de maese Pedro, que también cantamos en Canadá. Fue una relación muy profesional y respetuosa, ya que pasó mucho tiempo para que nos tuteáramos. Lo recuerdo especialmente cuando interpretamos unas Cantigas en honor a Santa María de Alfonso X “El Sabio”, con arreglos del cubano Julián Orbón, quien fue su amigo y maestro. En la última parte de este ciclo de canciones están escritas unas percusiones. Durante un concierto de gira por España, el maestro Mata puso al flautista a ejecutar un tamborcito para no llevar un músico extra y a mí me pidió que, mientras cantaba, tocara un tamborcito y un platillo. Entonces, tenía el platillo en la mano izquierda, un palito en la mano derecha y le iba pegando en el transcurso de las canciones. Al final de la obra, tenía que pegarle al platillo siguiéndolo a él, pero no le atiné, así que Mata estuvo a punto de darle al platillo con su batuta. Nos quedamos los dos muertos de la risa hasta que finalmente le atiné.
También recuerdo que durante una representación de Ariadne auf Naxos, yo hacía una de las ninfas que acompañan a Ariadne, que salen de la cueva en la isla de Naxos. Llevábamos unas pelucas altísimas y encima unas coronas. Las tres teníamos que salir agachadas de la cueva, porque la altura de la caverna era muy reducida. Una de las compañeras me dijo algo y volteé, y en ese momento se nos engancharon las coronas y nos quedamos juntitas metidas en la cueva.
En el momento de cantar tuve que salir en reversa con la cabeza atorada con la de mi compañera y como hermanitas siamesas tuvimos que cantar pegadas porque no hubo forma de desatorarnos.
El violinista en el tejado
En otro repertorio, realicé una temporada de la obra musical El violinista en el tejado con Manolo Fábregas. En esa época muchos llegaron a creer que me había retirado de la ópera, pero creo que esas experiencias dan muchas tablas.
Estaba en el musical y me llamaron para hacer la obra Juego Mágico con Juan Ibáñez. Esta fue una gran experiencia, ya que tuve que cantar el aria de Olympia, al mismo tiempo que hacía acrobacias. Para mí fue casi un suicidio, porque eso no lo había hecho ni de niña, pero resulté ser elástica. Aprendí con mucho trabajo, porque las primeras veces caía sentada y mal, pero poco a poco lo fui logrando con la ayuda de los acróbatas con los que entrené. Lo más difícil fue soltarme, enderezarme y quedarme parada sobre sus hombros, para luego dar un doble salto mortal desde arriba en el momento del agudo final del aria.
En esta etapa aprendí a hacer trucos de magia y tomé clases de mímica con Nora Mannick. Luego estuve en un grupo que se llamó Baúl de Luna, con el que hacíamos una especie de balada rock con partes humorísticas teatralizadas. Considerábamos que era una cruzada por la poesía con canciones originales del director del grupo, Jorge Luján, que musicalizaba poemas de Eliot o de Cummings.
En ese grupo yo cantaba, actuaba, tocaba los teclados, las trompetas, la batería, y lo que hiciera falta. Con este grupo hice varias giras, entre ellas al Festival de Cultura de Brasilia, al de Argentina y al Cervantino.

Musica y poesia, concierto de la soprano Lourdes Ambriz y el pianista Alberto Cruzprieto
Ars Nova y Montezuma
Siempre me ha gustado la música antigua, pero no conocía la música virreinal mexicana. En 1991 me invitaron a integrarme al grupo, y desde entonces hemos grabado dos discos. Al año siguiente nos fuimos de gira. En Estambul, cantamos en una iglesia enorme con una acústica perfecta, donde había un público de mil quinientas personas. En El Cairo la gente, además de aplaudir, subía las manos y las movía para demostrar que les había gustado mucho.
Luego, en 1992, participé en el proyecto de Johannes Goridsky de ejecutar la obra Montezuma, de Graun. Hizo audiciones, nos fuimos a Colonia un grupo de cantantes mexicanas y en dos o tres días quedó lista la grabación. Luego la ejecutamos aquí en un proyecto muy bonito porque los músicos eran mexicanos y alemanes, muy a propósito del encuentro de dos mundos.
Lo que más agradece mi garganta es precisamente cantar música de Händel o del periodo clásico, como Haydn o Mozart. A Bach lo puedo adorar porque es tremendamente difícil; sin embargo, a mí me resulta muy cómodo.
Pienso que mi voz se presta en especial para la música barroca porque tengo facilidad para eliminar el vibrato. En la música antigua no hay que competir con la orquesta. En cambio, un cantante que interpreta Puccini o Mahler debe tener una voz con gran cantidad de resonadores frontales para poder estar al nivel de los metales de la orquesta.
Cómo mejorar el arte lírico en México
Actualmente, estamos viviendo un momento muy importante para los cantantes mexicanos, ya que asociaciones como SIVAM están invitando a maestros prestigiados del extranjero.
Por lo que toca a representaciones, los cantantes quisiéramos que hubiera más variedad de títulos, aunque sé que esto implicaría un gran esfuerzo para la Compañía Nacional de Ópera, porque es muy costoso. Sin embargo, mi propuesta es no concentrar las funciones en un solo lugar como Bellas Artes, sino realizar ópera en otros teatros también. La ópera no debe ser tan cara, porque hay obras que pueden presentarse con una orquesta de cámara, sin coro y con un elenco reducido.

Lucina Jiménez presenta las Medallas de Bellas Artes 2023 a Héctor Infanzón, Lourdes Ambriz y Horacio Franco
Una noche especial
Fue durante una Pasión Según San Mateo en la iglesia de Tepotzotlán, cuando canté el aria “Mi Jesús está muerto”: una canción con una tristeza y una dulzura infinitas. En ese momento asocié el texto que cantaba con el nombre de mi papá, que también se llama Jesús, quien para entonces ya había fallecido, y fue algo maravilloso. A pesar de que tenía a mis espaldas el coro, los músicos y el mar de público frente a mí, en ese momento sentí que estaba sola para cantarle a mi padre. Cuando acabé de interpretar el aria, vi a algunas personas que lloraban y eso me dio mucha emoción.
La Musetta que se cae
En Guadalajara canté Musetta, dirigida por Luis Miguel Lombana, quien determinó que en la escena del dolor del pie me tirara de cabeza y me fuera para atrás. El golpe de la caída lo evitó al poner a dos muchachos del coro atrás para que me sostuvieran. De esta forma caería como un resorte y volvía como si nada.
Durante el ensayo general con público, esos dos miembros del coro no aparecieron, me fui para atrás y me di un sentón tremendo. Lombana, sorprendido, vio la caída en seco y pensó que la función ya estaba cancelada. Se hizo un gran silencio y todos se asustaron mucho. De pronto, desde el piso digo: “¿Dónde están los muchachos que me tenían que cachar?” y entonces se soltó una carcajada general.
Afortunadamente solo salí con un moretón en la mano porque el vestido fue el que me ayudó al amortiguar la caída por los olanes y la crinolina.

Bastián y Bastiana de Mozart con la Orquesta Sinfónica Nacional, con Edgar Villalva y Charles Oppenheim
Retos vocales
Este año interpretaré las Cuatro canciones tempranas de Alban Berg con la Orquesta Sinfónica de Jalapa, dirigida por el maestro Francisco Savín. Es todo un reto porque vocalmente está escrita en un espectro muy amplio, ya que tiene pasajes muy agudos y muy graves.
En cuanto a mi evolución vocal, puedo decir que el registro central se me ha desarrollado y se ha tornado en una voz más lírica. Tal vez no sea ahora tan elástica como cuando empecé, pero ahora he ganado en otros aspectos.
Mi repertorio me gusta tanto que no lo he querido dejar. Tal vez podría probar otras obras, pero no iré más lejos de donde me encuentro ahora. Actualmente me siento muy contenta de haber compartido el escenario con Plácido Domingo en la ópera Fedora donde canté Olga. Sin duda es uno de los mejores recuerdos de mi carrera.