
Rodrigo Macías—“La voz es completa protagonista de este Tríptico mexicano”

Rodrigo Macías: «Considero que los músicos que queremos escribir ópera en nuestro país, simplemente debemos hacerlo» © OSEM
Aunque su trayectoria como director de orquesta lo ha convertido en una figura clave del panorama musical mexicano, Rodrigo Macías siempre ha sentido el llamado de la creación sonora, un impulso que lo llevó a la música desde joven y que cristalizará con el inminente estreno mundial del Tríptico mexicano, uno de los platillos fuertes del Primer Festival de Ópera de la Ciudad de México, que se realizará en diversos foros de la Zona Metropolitana del 7 al 30 de agosto.
“Mi acercamiento a la música fue por el aspecto creativo —relata el actual titular de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM) en una conversación exclusiva para los lectores de Pro Ópera—. A diferencia de otros colegas míos, nunca me imaginé que iba a ser director de orquesta. Yo me acerqué a la música porque quería —y quiero— componer. En el camino me convertí en director de orquesta, es verdad. Pero yo estudié composición en realidad, más que dirección orquestal. Y, además, tengo un amor profundo por la voz humana cantada en todas sus formas y por el género operístico en particular.”
Café Habana, Marinero y Nueve estrellas son las tres micro óperas que integran el Tríptico mexicano que, además de la música de Rodrigo Macías González, cuentan con los libretos del polifacético doctor —director de escena, docente, dramaturgo, cantante, escritor— Oswaldo Martín del Campo (ver la entrevista anexa), presidente del Offenbach Operetta Studio, asociación civil de la que surgió la iniciativa de este festival lírico.
Se trata de una triada de estampas que llevan a la escena lírica momentos de vida específicos del revolucionario, abogado y dictador cubano Fidel Castro; del marino y explorador español Gonzalo Guerrero y de la escritora, periodista y diplomática mexicana Rosario Castellanos. Son historias de pasión, lucha y reflexión histórica, listas para encontrarse con el público el próximo 24 de agosto, en el Teatro Javier Barros Sierra del Centro Cultural Acatlán.
En Rodrigo Macías, el interés por la ópera se cultivó desde la infancia, escuchando coros y arias en casa, y se profundizó en el Instituto Cardenal Miranda, con el Padre Xavier González, donde participó en un coro escolar. También tuvo la fortuna de contar con la guía de maestros de canto —integrantes, en su momento, del Coro de la Ópera de Bellas Artes— como José Luis Eleazar Robles y Jorge Alejandro Suárez.
Aunque la dirección de orquesta ha ocupado una parte significativa de su vida profesional, Rodrigo nunca ha abandonado su deseo de escribir música. Después de un largo período de reflexión sobre lo que podía componer, tras la pandemia comenzó a escribir canciones, enfocadas como pequeños ensayos operísticos centrados en la voz.
A partir de aquellas experiencias escribiendo canciones, el entrevistado pudo grabar un disco con 25 canciones para barítono y piano. “Y ya tenía la clara inquietud, en conjunción con Oswaldo Martín del Campo —amigo, colega y compañero en el Cardenal Miranda, a quien conozco desde hace 30 años—, de hacer estos momentos o flashazos operísticos”, cuenta el entrevistado.
Rodrigo también detalla que así surgieron las ideas para el tríptico, “que son tres momentos de diferentes personajes… que en realidad son cuatro, pues hay una por escribir. Uno de ellos es en torno a Fidel Castro, un joven abogado cubano que está fraguando la revolución de su país en la Ciudad de México, en el Café La Habana, que aún existe, y está en servicio, muy cerca del centro capitalino. Aparentemente, Castro era asiduo a ese café, donde tuvo reuniones con muchas personas con las que organizaba su revuelta, entre ellas Ernesto Che Guevara. La primera micro ópera trata de su charla interior, previa a ese encuentro”.
Café Habana fue escrito como un monólogo y será interpretado en el estreno por el barítono chihuahuense Alejandro Paz Lasso.
Sobre el segundo título, que tiene como personaje a Gonzalo Guerrero, Macías explica que “este español sabemos que llegó a México antes que Hernán Cortés. Su barco encalló en la península de Yucatán, en Quintana Roo, y hubo pocos sobrevivientes. Él se adaptó a la vida maya, se casó con una mujer de esa cultura. Y, aunque es imposible saberlo con exactitud, es factible asumir que fue de los primeros europeos que tuvieron descendencia en América, con una indígena. Hay quienes le han llamado el padre del mestizaje. Pero lo que nos parecía más interesante de este personaje era justamente su modernidad, en el sentido de la fortaleza de sus ideales y su independencia de espíritu, porque lo que resulta impresionante en Gonzalo es la manera en que renuncia a su historia, a su educación y a su fe”.
Con esa voluntad de Gonzalo Guerrero, que le llevó incluso a luchar contra los españoles comandados por Pedro de Alvarado, se vuelve un personaje que logra “crear una nueva vida, un nuevo mundo, una nueva familia y, más aún, es capaz de darlo todo por eso que ha creado”, reflexiona el director de orquesta nacido en Texcoco, Estado de México, quien estudió Composición en el Conservatorio Giuseppe Verdi de Milán, Italia, como parte de su formación.
Marinero, obra que será protagonizada por el tenor duranguense Alejandro Luévanos, pone en escena otro monólogo. “Es el momento preciso en el que Gonzalo Guerrero reflexiona sobre su vida —justo estos aspectos que estamos conversando—, antes de ir a su última batalla, pues fallecerá, como se sabe, no con la llegada de los españoles, sino casi quince años después, en Centroamérica.”
El tercer título del Tríptico mexicano es el de mayor extensión. Ronda los 20 minutos de duración y será abordado por la mezzosoprano tapatía Itzeli Jáuregui. Su temática enfoca los últimos momentos de vida de Rosario Castellanos, representados en la bañera de su casa, en Tel Aviv, donde falleció electrocutada.
La ópera se llama Nueve estrellas, contextualiza el compositor, ya que Martín del Campo concibió el libreto como una serie de nueve reflexiones sobre diversos aspectos de la vida de Castellanos, incluyendo su país, su origen, su lucha feminista, sus amores en la vida privada, su hijo y la premonición de su propia muerte. Aunque en principio el músico pensó en la creación de un ciclo de nueve canciones, la fluidez de la obra derivó en la ópera, y su arquitectura dejó de ser un cúmulo de canciones.
En este punto, Macías precisa que los tres libretos son ficciones absolutas, basadas en algunos aspectos de la vida real. “Por supuesto, son solo un punto de inspiración y de partida. No tienen intención alguna de seguir el rigor histórico o de apegarse a la verdad, sino simplemente de ser motivos para la creación de un libreto operístico.”

Rodrigo Macías: «En mi escritura (…) hay disonancia, hay ritmo, pero, dentro de todo, la considero una música muy tradicional» © Emmanuel Gallardo
Rodrigo, sin duda eres un referente en la dirección orquestal contemporánea en nuestro país, no solo ahora con la OSEM, sino desde hace ya varios años en las diversas agrupaciones con las que has colaborado con tu profesionalismo, capacidad y talento, lo cual se traduce en el prestigio de tu batuta. ¿Puedes contarme cómo ha sido para ti el transitar por esta otra faceta musical, la de compositor, que además conjugas con tu gusto por el género operístico?
Ha sido un gran desafío, porque efectivamente la gente me conoce como director de orquesta y esta otra vertiente representa un riesgo. Aunque es lo que yo estudié y lo que más me gusta, de igual forma es cierto que mi actividad principal ha sido la de intérprete. Pero llego a este momento con una gran experiencia, con un gran bagaje como director. Y de ópera, además, ya que también he dirigido bastantes títulos.
Todo ello, sin duda, me ha servido, puesto que me ha ayudado a conocer la voz, el espectáculo y el drama. Creo que lo más difícil ha sido eso: que lo que yo escribiera se tratara de una ópera y no de teatro musical, una obra sinfónica con voz o una obra de cámara con voz. Es decir, que fuera drama, que es, desde mi punto de vista, la esencia del espectáculo sin límites que es la ópera.
Además de ese desafío, tengo un gran compromiso con el público que me ubica, pues siento la responsabilidad de entregarle algo de calidad, que vaya acorde a lo que ya conocen de mí. Aunque es probable que algunas personas se sorprendan de cómo suena mi música.
¿Qué destacarías del proceso creativo y de trabajo con Oswaldo Martín del Campo para concretar este Tríptico mexicano, que tiene raíces desde hace casi una década? ¿Qué le pediste de los libretos para que la música potenciara las historias de Café Habana, Marinero y Nueve estrellas, y cómo encontraron un lenguaje común?
Definitivamente se trataba de escribir miniaturas. ¿Por qué micro óperas? Porque cuando Oswaldo y yo nos planteamos escribir una ópera, le dije que con la actividad que tengo como director, me resultaba imposible meterme un año o dos a escribir una ópera grande. Habría sido un tipo de proyecto que me gustaría mucho realizar, por supuesto, pero en la vida práctica, real, con los compromisos y obligaciones que tengo, era muy poco posible.
Por eso surgieron estas tres óperas breves, pues le dije que si hacíamos algo pequeño de duración y de tamaño —porque son para una sola voz y son tres instrumentos—, para mí era más fácil poder terminarlas. Considero que el reto es emocionar a la gente al escribir óperas, con una música que sea fiel al texto, ya que a mí, como músico, me interesa que la gente encuentre una valía en la música.
En una micro ópera, de apenas unos cuantos minutos de duración, ¿cómo logras contar una historia a través de la música y las voces? ¿Hay una estructura clásica de planteamiento, desarrollo y clímax, o qué priorizaste para que la música de Café Habana, Marinero y Nueve estrellas tuviera impacto emocional o narrativo en tan poco tiempo?
Soy de las personas a las que les gusta recordar melodías. Y tengo la ilusión de que algunas de estas melodías o estas líneas que se cantan y que se tocan, puedan ser recordadas por el público.
Sí, hay una estructura clásica en general. Mi escritura y mi tratamiento de la voz es completamente tradicional. Aunque no es una música tonal en sentido puro, sí hay fuertes atracciones tonales y también modales, a veces. Hay disonancia, hay ritmo, pero, dentro de todo, la considero una música muy tradicional. Sobre todo, comparada con la vanguardia, o las óperas que se han escrito en las épocas de mayor vanguardia.
Y sí, hay un clímax en cada una de ellas. Son muy atómicas. En los casos de Marinero y Café Habana son realmente muy compactas. Todo es muy breve y la de Fidel tiene, por ejemplo, mucha personalidad y mucha fuerza. La de Gonzalo Guerrero tiene un sabor más agridulce y más oscuro.
Fíjate, no lo había pensado hasta este momento, pero tanto Marinero como Nueve estrellas son dos momentos antes de que los personajes encuentren su muerte. Esta última, aunque tiene momentos muy brillantes, inclusive de mucha alegría, permanece en un tono sombrío.
Hay una fuerza atrás de estos tres personajes, que es el destino. Quizá te suene muy verdiano. Pero esa fuerza inexorable del destino, aunque el personaje sea dueño y arquitecto de su vida, no está exento de ciertas directrices que escapan al individuo. Por lo demás, a veces los seres humanos somos capaces de intuir que algo va a ocurrir, inclusive nuestra propia muerte.
El Tríptico mexicano aborda figuras ligadas a México. ¿Incorporaste la herencia cultural de nuestro país en la música? ¿Te pareció relevante reflejar una narrativa nacional en un contexto operístico global, que además se dirige a públicos frescos como los que desea atraer este primer Festival de Ópera de la Ciudad de México?
En realidad, no hay una directriz a priori o una idea de sonar a algo específico. Yo he compuesto poco y me encuentro en el camino de encontrar mi voz como compositor. Por ello mismo, no estuve preocupado por tener la obligación de incluir o de intentar sonar a esto o aquello. Mi proceso de composición respondió, más bien, a mi necesidad, a mi gusto, a mi oído y a mi intuición. Y este tríptico es el resultado.
Me alejé de esos puntos que mencionas para poder crear algo que no tuviera que depender de esos enfoques. Creo que hubiera sido más complicado para mí incorporarlos en mi música y ni siquiera sé si habría sido capaz, técnicamente, de hacerlo, como muchos compositores y compositoras, que son buenísimos para impregnar su música de un estilo o de otro.
Compongo como puedo componer, y traté de salir adelante escribiendo cosas que me gustaban. Y también, algo muy importante, pensando en las voces que las van a estrenar.
Yo soy un amante de la voz y la voz es completa protagonista de Tríptico mexicano. Soy un amante de la ópera tradicional y me gusta que las voces canten, que suenen como han sonado durante siglos en la música, sin que esto quiera decir que no haya ritmos o intervalos o algunos otros usos de la voz que me llaman la atención de este siglo o del pasado. Pero mi acercamiento es más bien tradicional.
¿Quedaste con aliento y apetito para una nueva incursión como compositor operístico? ¿Qué podemos esperar de ti, en esa faceta?
Sí, claro que sí. Quedé muy contento y ya traemos entre manos varios proyectos de óperas más largas, de al menos una hora. Aunque todavía quiero ir despacio, con pocos instrumentos y pocas voces. La ópera es un tema que me apasiona tanto que considero que los músicos que queremos escribir ópera en nuestro país, simplemente debemos hacerlo.
Creo que México es un país con un gran talento para la composición. Tenemos compositoras y compositores muy capaces, pero no ha habido suficientes compositores enfocados en el género de la ópera. Eso es algo que me llama mucho la atención. Desde mi muy humilde punto de vista —quizá porque no han tenido la circunstancia adecuada—, lamentablemente no le han llegado a la ópera como considero que podrían y deberían hacerlo.
Claro que tenemos compositores como el gran Federico Ibarra, tuvimos a Daniel Catán, o en el siglo XIX una notable tradición con compositores como Melesio Morales, Ricardo Castro, Felipe Villanueva y tantos otros. En el siglo XX no nos olvidamos de José Pablo Moncayo y otros compositores que dejo fuera. Pero creo que, de cualquier manera, quienes estamos ahora en activo, deberíamos no solo interesarnos, sino preocuparnos por contribuir a ese legado operístico.
México tiene grandes voces, pero también es un país con un público que ama la ópera y que está abierto para recibirla. Creo que como compositores es nuestra chamba entrarle también. Por eso, en la medida de mis posibilidades, trataré de colaborar en ese legado.