Rusalka (Dvořák)
Asmik Grigorian, Eric Cutler, Karita Mattila,
Maxim Kuzmin-Karavaev, Katarina Dalayman
Orquesta y Coro del Teatro Real: Ivor Bolton
Puesta en escena: Christof Loy
UNITEL DVD
Grabada en noviembre de 2020, esta nueva puesta en escena de Christof Loy de Rusalka de Antonin Dvořák fue uno de los grandes logros del Teatro Real de Madrid, no solo por conjuntar a un elenco de primer orden, sino también por ser de los pocos teatros que siguieron presentando óperas escenificadas y con público durante el primer año de la pandemia.
En el caso de esta ópera, no se presentaba en el Teatro Real desde 1924, así que estas funciones representaron casi un reestreno de Rusalka en dicho escenario. Al frente de las fuerzas orquestales del Real estuvo el director Ivor Bolton. El elenco estuvo encabezado por la soprano lituana/armenia Asmik Grigorian en el papel titular, el tenor Eric Cutler (Príncipe), la soprano finlandesa Karita Mattila (Princesa Extranjera), la soprano sueca Katarina Dalayman (Ježibaba) y el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev (Vodník).
Asmik Grigorian canta una Rusalka de antología, con una voz rica, plena y con una manera de adentrarse en el rol verdaderamente impactante. Grigorian no se limita solo a cantar el papel de Rusalka, sino que lo vive, lo siente y, a través de sus ojos, podemos ver cómo está inmersa en cada escena. Tiene un timbre cálido, un registro central redondo y bien timbrado, además de agudos y sobreagudos seguros y que se expanden y brillan. Canta la “Canción a la Luna” con gran emotividad, más como añoranza que como plegaria, y su voz se siente a gusto en ella. La canta acostada en una cama (por cuestiones escénicas que platicaremos en un momento) y nos va llevando por la creciente emoción que siente la ondina por volver a ver a su amado. Su timbre es luminoso y su interpretación llena de matices. Grigorian retrata muy bien el viaje emocional de Rusalka, de ninfa enamorada a mujer desesperada y resignada a vivir en el limbo y rechazada por los dos mundos a los cuales podía pertenecer. Tiene el peso vocal suficiente para poder enfrentar las partes más dramáticas del rol, como su confrontación con su padre, Vodník, en el acto II, o el dueto final con el Príncipe en el acto III.
Hay que destacar el gran talento actoral de Grigorian ya que, para esta puesta en escena, Loy decidió que Rusalka es una bailarina que no puede bailar porque tiene roto un pie. Ella y sus hermanas son bailarinas dentro de un teatro (no tenemos nunca un bosque) y el elemento del agua del río o del lago donde habitan no se ve en escena. Solo hay dos montículos de rocas en donde las “ninfas acuáticas” (las bailarinas) suben y bajan corriendo.
Grigorian tomó clases de ballet y la vemos en varias escenas (cuando Rusalka ya puede caminar) bailando en puntas y haciendo algunos pasos de ballet clásico, moviendo los brazos como si fuese Odette en alguna escena de El lago de los cisnes, otra obra en donde el bosque y los elementos mágicos, mezclados con su relación con los humanos, son importantes para la trama. La danza, en este caso, sirve a Rusalka como medio para comunicarse con el Príncipe, a través de gestos y movimientos de manos.
Escena de la “Canción a la Luna” de Rusalka Dvořák con Asmik Grigorian
Dado que no tenemos bosque ni elementos de magia en la puesta de Loy, el teatro se convierte en ese lugar “mágico” en donde todo es posible. En el caso de la bruja Ježibaba, en vez de una hechicera, es la taquillera del teatro, que ayudará a Rusalka a caminar de nuevo. Katarina Dalayman canta con su poderosa voz a este personaje, haciendo gala de su historial vocal wagneriano. Muestra un lado más tierno de Ježibaba y no la hace una caricatura de un personaje “malvado”. Es la figura “maternal” que cuida a las bailarinas y a los diferentes actores que aparecen durante la puesta.
Otra experimentada soprano que está renovando su carrera con roles de soprano “de carácter” es Karita Mattila, que canta aquí el pequeño pero muy importante rol de la Princesa Extranjera. La soprano finlandesa tiene una elegante e imponente presencia escénica, muy ad hoc para su rol, y su voz se siente a gusto con la tesitura que es para una soprano dramático o spinto. Su manera de interpretar a la Princesa Extranjera, llena de sensualidad y sin inhibiciones, contrasta muy bien con la Rusalka de mirada pura e inocente de Grigorian. Un verdadero lujo tener a Mattila en este rol.
El tenor Eric Cutler ha tenido una evolución vocal muy interesante: de cantar Arturo en I Puritani hace algunos años en el Metropolitan Opera de Nueva York, ahora canta repertorio más pesado, enfocado en el repertorio de tenor lírico (y a veces spinto), añadiendo a su repertorio papeles como Hoffmann, Florestan, Parsifal o Lohengrin. El Príncipe de Rusalka fue una buena elección vocal para Cutler. Lo canta con el lirismo necesario en el acto I, para luego darle mayor peso a su voz en el acto II y el más dramático vocalmente para su personaje: el acto III.
Como en el caso de Grigorian, a Cutler nunca se le oye una emisión forzada, y maneja muy bien los momentos más dramáticos. Es capaz de mostrar su línea de canto en la escena donde encuentra a Rusalka en el bosque. El único problema que tuvo Cutler fue que se lastimó el pie durante los ensayos, así que aparece en escena con muletas. Loy aprovechó este accidente, irónicamente, para mostrar a un Príncipe que no puede caminar, como Rusalka. Esto no demerita la interpretación del papel y le da un toque interesante a su dinámica con Grigorian.
Maxim Kuzmin-Karavaev es un Vodník un poco frío, con un timbre cavernoso, oscuro y emisión redonda. Aquí, en vez de aparecer como el “Espíritu del Agua”, el padre de Rusalka y las demás ninfas es un maestro de danza e intendente del teatro. La figura espectral de un ser del bosque que domina la magia y la naturaleza, como aparece en el libreto, queda aquí reducido a nada. Kuzmin-Karavaev saca lo más rescatable del personaje gracias a su voz, pero el rol desmerece en la propuesta de Loy.
Participaron también en esta producción Sebastià Peris como el Cazador, Manel Esteve como un muy chistoso Guardabosques, Juliette Mars en el papel ‘en travesti’ de el Ayudante de cocina, y las tres ninfas fueron interpretadas por Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova.
Después de la muy tradicional versión en video del Met, con puesta en escena de Otto Schenk y Günther Schneider-Siemssen, y la muy controversial y hasta violenta puesta de Martin Kusej en la Bayerische Staatsoper, esta Rusalka de Loy en el Teatro Real es un punto medio escénico, entre lo tradicional y lo experimental y moderno. Sí hay elementos que Loy elimina de la trama que son básicos y que le quitan el encanto a la historia original. Sin la magia y esa atmósfera de cuento de hadas o de un lugar misterioso, el desarrollo de la historia pierde fuerza y el final no es convincente.
En la música de Dvořák, el simbolismo del elemento acuático está siempre presente y visualmente nunca vemos en la puesta de Loy nada que siquiera lo sugiera. Usa la misma escenografía para los tres actos, lo cual vuelve monótona la acción. Hace que el Guardabosques y el Ayudante de cocina sean una especie de dúo cómico, como el Gordo y el Flaco, y tienen una rutina cómica mientras cantan al comienzo del acto II. Aparecen incluso vestidos en el primer acto como el personaje del vagabundo que inmortalizó Charlie Chaplin.
Para contrastar entre el mundo de las bailarinas y el mundo exterior, Loy escenifica una orgía durante la escena del baile de los invitados del Príncipe en el acto II. Esto resalta el contraste entre el mundo de las pasiones humanas carnales y Rusalka con sus “abrazos” fríos, sin la calidez e intensidad que de ella busca su amado. Sí, Loy tiene ideas interesantes en la puesta, sobre todo en cuanto a su concepción de los personajes, pero esas ideas no acaban de aterrizar. Ya para el acto III, el pathos y el gran clímax del dueto en donde Rusalka besa al Príncipe y le quita la vida, dependen más de la música de Dvořák y de las interpretaciones de Grigorian y Cutler, que de lo que Loy propone escénicamente.
Ivor Bolton dirige con gran soltura y belleza la partitura de esta ópera; la Orquesta y el Coro del Teatro Real muestran su gran calidad musical.