?? La bohème en Berlín

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La producción de La bohème firmada por Lindy Hume hizo agua por los cuatro costados © Monika Rittershaus

Diciembre 26, 2019. Aún con una producción con mucha tela que cortar, la reposición de La bohème de Giacomo Puccini que presentó por estos días la Staatsoper de Berlín resultó en general un atractivo espectáculo que bien valió la pena ser visto. En primer lugar, por la oferta vocal, que en esta ocasión encabezó el ascendente tenor francés Benjamin Bernheim, quien se perfila como el próximo tenor estrella y que, habida cuenta de lo escuchado, no defraudó en lo absoluto. Poseedor de una voz lírica de muy grato esmalte, fresca, sonora y admirablemente efectiva en los agudos, la tesitura de la parte de Rodolfo no le presentó dificultad alguna. En su canto, bien sostenido en lo técnico, abundaron los detalles de buen gusto, la nobleza en los acentos y el refinamiento en el fraseo. Su aria ‘Che gelida manina’, interpretada con tangible emoción y gran entrega, fue el momento de más alta calidad vocal de la representación y uno de los más festejados por el público. 

Como la costurera Mimì, Eleonora Buratto no se quedó atrás e hizo una destacable labor luciendo una voz compacta, generosa, oscura y de tintes dramáticos que convinieron perfectamente a una parte que mostró conocer al detalle. La parte del pintor Marcello encontró en la voz de Alfredo Daza un intérprete de gran clase, con voz pareja y de bello color, emisión controlada e intensa interpretación. Adam Kutny compuso un solvente músico Schaunard y Jan Martinik, un filósofo Colline de muy interesantes medios vocales que por su destacada interpretación del aria de ‘Vecchia zimarra’ se ganó merecidamente su parte del pastel en las ovaciones finales. Adriane Queiroz fue una Musetta desbordante de energía y voz de gran calidad que no siempre pudo controlar. El veterano Olaf Bär cumplió sobradamente su cometido en su doble caracterización del propietario Benoît y del rico Alcindoro. El coro de la casa tuvo un muy buen desempeño. El otro gran atractivo de esta presentación fue la orquesta de la casa, que lució un nivel superlativo de calidad, en esta ocasión dirigida por Alexander Soddy, a quien solo pudo objetársele algunos excesos en el volumen que dificultaron la labor de los cantantes. 

Estrenada en 2011, la producción firmada por Lindy Hume, más allá de alguna que otra búsqueda de innovación, no puede decirse que transite un camino alejado de lo tradicional. Funcionó sobre todo en el primer acto, cuyo final resolvió con gran inteligencia y buen gusto; y en el cuarto, donde obtuvo los mayores aciertos con marcaciones teatralmente efectivas. Tanto en el segundo acto —de una pasmosa pobreza de ideas—, como en el tercero —cuya acción situó sin sentido alguno en una estación de tren— la labor de la directora de escena hizo agua por los cuatro costados. Tampoco resultó afortunada la idea de hacer deambular por el escenario a Rodolfo en su vejez, como si lo que sucedía no fuese más que la remembranza de tiempos pasados, entorpeciendo el desarrollo de la trama y distrayendo la atención del público. El bonito vestuario de Carl Friedrich Oberle y la dinámica escenografía de Dan Potra elevaron el nivel general de un espectáculo escénico pleno de altibajos.

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