Achille in Sciro en Madrid

Escena de Achille in Sciro en Madrid © Javier del Real

Febrero 17, 2023. Aunque ya se había estrenado en 2018 la recuperación de esta obra en el Moody Performance Hall de Dallas bajo la dirección musical del musicólogo Grover Wilkins III, al frente de la Orchestra of New Spain, y escénica del ya desaparecido Gustavo Tambascio, el Teatro Real, ajeno a este suceso, ya tenía entre sus planes representar Achille in Sciro en marzo de 2020. Con el decorado montado sobre el escenario y todo listo para el ensayo general y posterior estreno, quedo todo en estado de “congelación” debido a la pandemia ya por todos conocida y sufrida. Fue hasta ahora, febrero de 2023, que esta producción se ha re-puesto de la COVID-19 y esta vez sí: ha visto la luz.

Estrenada en el Real Coliseo del Buen Retiro en 1744 como celebración de la boda de la infanta María Teresa Rafaela con el delfín Luis de Francia, fue la tercera ópera que el maestro de Capilla Real Francesco Corselli (1705-1778) compusiera para las nupcias de la dinastía española, según indica el musicólogo Álvaro Torrente en el programa de mano, y que fueron decisivas para instaurar la ópera de corte en España. Como curiosidad, se comentó en la rueda de prensa que era dudoso el buen gusto de elegir una historia para celebrar una boda en la que ya se sabe de antemano que Aquiles, a pesar de conseguir la mano de Deidamia, morirá en la guerra en Troya, puesto que para tales ocasiones se buscaban finales felices con el fin de augurar bienaventuranzas a los novios. Resulta desconcertante que finalmente María Teresa muriera al año siguiente tras dar a luz a una niña que también moriría a los dos años de edad. Asimismo, también el delfín terminaría muriendo antes que su padre, Luis XV.

Otros culebrones aparte, el libretista, Pietro Trapassi, alias Metastasio, escribió a su vez la trama de Achille in Sciro también para la celebración de un matrimonio imperial en 1736, y Antonio Caldara fue quien le puso música en esa ocasión para estrenarlo en Viena. Corselli (o Courcelle) lo tomó para este evento real que uniría a España y Francia y se mostró muy fiel al libreto, haciendo de la primera parte algo con tintes venecianos, al ser más cómico, y evolucionando a lo largo de ópera a un entramado más trágico.

Resumiendo: tenemos a Achille, uno de los héroes griegos más varoniles, que se oculta por orden de su madre (pues el oráculo ha decretado que morirá en la guerra de Troya) en la isla de Sciro disfrazado de mujer y se hace llamar Pirra (que significa pelirrojo, que es el color de su pelo). Allí comienza un idilio adolescente con Deidamia, la hija del Rey Licomede y el punto cómico surge cuando el rey presenta a su hija su prometido Teagene (representado por una mujer vestida de hombre). Este, al ver a Pirra, queda prendado de ella por su carácter de mujer indomable, y queda servido el juego hilarante de la historia. 

Pero aparece Ulisse, que busca a Achille porque el oráculo le ha anunciado que, sin él, no vencerán en Troya. Empieza a sospechar de Pirra/Achille y va abriendo la puerta a la parte más trágica, pues urde la manera de que él mismo se manifieste finalmente como Achille y parta con él a Troya; no antes de desposarse finalmente con Deidamia, una vez que su alter ego queda al descubierto ante todos y a lo que Teagene accede gustoso tras saber la identidad de su admirado rival. La lucha interna de Achille está entre mantenerse adolescente, a salvo, escondido entre mujeres y al lado de la mujer que ama o madurar y comprometerse con los designios del oráculo para terminar siendo un héroe mortal.

La directora de escena Mariame Clément eligió para todo este recorrido el espacio de una gruta con la que quiere representar un sitio en el que la escapatoria es difícil; también la idea del vientre materno en el que el joven Achille se refugia y del que debe escapar convertido en hombre. 

Con esta idea se quita de un solo plumazo tener que recrear los siete espacios diferentes en los que se localizan las veinticuatro escenas en las que se desarrolla el entramado de la obra. Las variantes fundamentales que presenta son unas figuras de los trabajos de Hércules, una barca que asoma por una de las cuevas y la proa de un gran barco que aparece de fondo en el que partirán a Troya.

Prepara el marco de este capítulo de la Ilíada de Homero dentro de la fantasía que podría darse en la cabeza de la infanta María Teresa Rafaela, interpretada con delicadeza, prestancia y simpatía por la actriz Katia Klein, representando lo que hubiera podido ser la pedida de mano por parte del delfín de Francia, el apuesto actor Nick Grau, y el momento de la ceremonia en la que la familia real presencia este regalo musical, la actriz Begonia Ayala como la reina Isabel de Farnesio y el actor Agustín Ustarroz como el rey Felipe V de España. 

Mariame Clément consigue una amalgama de historias que se entiende fácilmente y justifica los sucesos en la isla de Sciro, transmitiendo al público la ternura por la muchacha adolescente que también ha de entregarse a la madurez y el compromiso, renunciando a sus propias expectativas vitales. También resulta brillante plasmar en el momento que corresponde a la partida de Achille la representación mímica de su destino en la guerra de Troya. Lástima que repita dos veces el mismo recurso en el da capo de dos de las arias de Teagene, sacándole a la corbata y echando el telón tras ella, interactuando con la infanta en una de ellas y con la princesa Deidamia en la otra.

Escénicamente tiene momentos brillantes que el coreógrafo Mathieu Guilhaumon firma, como el baile emulando a una caja de música ejecutado por Achille y Deidamia al son del salterio, o las divertidas coreografías del coro de hombres (emulando, quizás, que levan anclas u otean) y mujeres “despeluchadas” (emulando que bordan).

La iluminación de Ulrik Gad es discreta y desperdicia oportunidades escénicas en su tarea dejando el fondo al final de la gruta en un negro reiterativo que sólo, por un breve momento, cobra vida cuando aparecen en él unas estrellas, sin día, ni tormenta, ni amanecer u ocaso que revelen otros estados de la isla que enmarquen las diferentes escenas.

La escenografía de Julia Hansen, aunque conlleva un gran esfuerzo, termina resultando reiterativa o las esculturas de Hércules algo toscas y desproporcionadas en el acabado. Por la parte del vestuario, también a cargo de ella, elige bien el color y las ropas de los artistas. La estética es armoniosa salvo, por poner algunos ejemplos, el hecho de que Arcade y Ulisse llevan unas simples camisetas de manga corta, Arcade lleva zapatos, calcetines, usa un hornillo, lleva un moderno cubo metálico con asa y saca una servilleta de cuadros, y Teagene parece llevar un folio blanco, todo ello… ¿ambientado en la Antigua Grecia? Son detalles que no encajan en un trabajo tan elaborado.

Ivor Bolton, al clave y a la batuta, dirigiendo la agrupación Monteverdi Continuo Ensemble y la consagrada Orquesta Barroca de Sevilla, se mantuvo dinámico y atento en general, haciendo gala de su habitual savoir faire, salvo algunos momentos de “descompás” en la interacción con una de las arias del personaje de Licomede en la que parecieron no entenderse del todo en el tempo.

El coro titular del Teatro Real, a las órdenes de su director, Andrés Máspero, estuvo bien empastado, bien avenido y bien coordinado, como de costumbre, así como el cuarteto conformado por los decididos componentes de este, Rebeca Salcines, Rosaida Castillo, Gaizka Gurruchaga y Elier Muñoz, y musical y vocalmente bien integrados en el conjunto de la orquesta y la escena.

El bajo Mirco Palazzi, en el papel del rey Licomede, pasa sin pena ni gloria por un papel en el que se mantiene “protocolariamente” correcto, pero vacío en cuanto a expresión dramática, tanto actoral como vocalmente. El contratenor británico Tim Mead, como Ulisse, comenzó vacilante, pero fue creciendo a lo largo de la representación a la vez que aportando peso al personaje que da sentido a la trama y provoca el desenlace de la ópera. La soprano italiana Francesca Aspromonte, que nos ofreció una Deidamia con carácter y apropiada para su papel, hizo gala de un color hermoso de voz, aunque quizás se manejó demasiado lírica a costa de perder limpieza en la ejecución de las agilidades en sus arias. La española Sabina Puértolas resultó la mejor del cast. La interpretación de su Teagene, el pretendiente de Deidamia y rival de Aquille, tenía un punto “aquerubinizado”, pero su intervención fue soberbia en dos de sus arias y el público le premió con un entusiasmado aplauso.

Respecto de Franco Fagioli, nunca llegó a estrenarse como Achille debido a un problema de salud, según anunció el Teatro Real, y en su lugar el contratenor Gabriel Díaz fue quien se hizo cargo de dar cuerpo y voz al héroe griego. Su actuación no nos hizo echar de menos al contratenor argentino. Se mostró “masculinamente femenino” despertando la simpatía y la empatía del público. Un trabajo duro para el número de piezas y la exigencia de estas a las que tuvo que enfrentarse. Su relación dramática con el resto de sus compañeros del cast fue dinámica y honesta. Artísticamente, su entrega fue encomiable.

El tenor polaco Krystian Adam fue certero y se manejó a gusto con su personaje, Arcade. En su aria mostró su capacidad cómica con una actitud cercana y confidente (casi con cierta similitud a la “cultura hobbit” en su relación con Ulisse) y una voz adecuada a su cometido. Del mismo modo, también el tenor sevillano Juan Sancho encajó perfectamente en una actuación notable, como el tutor con tintes cómicos de un Achille en plena efervescencia hormonal.

La historia es buena, ligera, simpática y fácil para ver y escuchar. Después de haber vuelto a la vida en Dallas, que ahora haya visto la luz en Madrid y que también viaje al Theater an den Wien, que se ha sumado a la colaboración de esta producción, esperemos que más teatros se sumen a la experiencia de programar esta joya barroca.

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