Concierto del 175 aniversario del Liceu de Barcelona

Sondra Radvanovsky, Raúl Giménez y Michael Fabiano en Barcelona © Paco Amate

Abril 3, 2022. Este fue un concierto muy especial y muy traído y llevado porque empezó siendo hace tiempo un programa de lucimiento casi exclusivo de Anna Netrebko con la colaboración de Joseph Calleja y la dirección de Marco Armiliato, más una puesta en escena (o algo parecido) de Valentina Carrasco, y del que a poco de la fecha sólo quedaban los dos últimos. 

Netrebko, como se sabe, está de momento alejada de los escenarios hasta que se aclare o se oscurezca la situación derivada de la guerra de Putin contra Ucrania. Calleja avisó estar enfermo poco tiempo antes. Así, se llegó a proponer el segundo acto de Macbeth de Giuseppe Verdi, el tercero de Lucia di Lammermoor de Gaetano Donizetti, y la segunda escena del acto segundo de Turandot de Giacomo Puccini. 

El coro preparado por Pablo Assante estuvo muy bien, al igual que la orquesta dirigida por un Armiliato demasiado exultante y demasiado enamorado de las grandes sonoridades. La llamada “puesta” de Carrasco fue insulsa y/o ridícula y más hubiera valido hacer una simple ejecución en forma de concierto, visto el poco tiempo de preparación. 

El tenor Airam Hernández cubrió bien, sin encandilar, los roles de Edgardo y Macduff. Michael Fabiano, muy seguro pero con timbre francamente poco atractivo, hizo un más que aceptable Calaf (incluido un bis de ‘Nessun dorma’ que estuvo a punto del accidente, mientras se proyectaban imágenes del Liceu de todas las épocas). Giacomo Prestia se lució como Banquo, demostrando que aún tiene dotes vocales poco comunes. Aun más lo hizo Ludovic Tézier quien encarnó Macbeth y Enrico y supo a poco, porque no se le dio ocasión de cantar un aria. 

Los comprimarios fueron correctos, Manel Esteve y Marta Matheu, en tanto que el Raimondo de Manuel Fuentes fue un tanto insuficiente. Bien el Altoun un tanto ligero y de grave escaso de Raúl Giménez. 

Las heroínas de la velada fueron Lisette Oropesa, una Lucia a lo grande, pese a un timbre impersonal y algún sobreagudo poco firme, y Sondra Radvanovsky, prevista para Lady Macbeth (para la que su timbre no parece el más adecuado, aunque lo hizo bien pese a una actuación, como suele, entre artificial y superficial), tomó el lugar de Iréne Theorin (quien desertó no se sabe bien por qué) como Turandot, que cantó con partitura e intentando actuar, lo que fue en detrimento no de sus agudos de acero, pero sí de sus graves y la resistencia de su fiato en la parte final, que cantó en piano sin que se le oyera siempre, pero hay que agradecerle el esfuerzo. Teatro repleto y público (con autoridades presentes, mire usted) exultante.

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