Domitila en São Paulo

Gabriella Pace (Domitila) en las escalinatas del Teatro Municipal de Sao Paulo © André Heller-Lopes

Septiembre 13, 2022. Domitila: una historia de 200 años que comenzó pocas semanas antes de que Brasil declarara su independencia de Portugal, cuando don Pedro I, entonces emperador, y Domitila de Castro Canto e Melo se conocieron en São Paulo y se hicieron amantes. Pedro estaba casado y no era nada fiel a su esposa; Domitila, por su parte, se separaba de un marido violento y alcohólico, que la había agredido físicamente en varias ocasiones. De esta relación nacieron tres hijos y las cartas escritas por Pedro y conservadas por Domitila. 

El pasado 7 de septiembre marcó el bicentenario de la independencia de Brasil. Dividido, el país no fue capaz de promover un partido nacional, donde todos se consideraran brasileños y no fanáticos partidistas. De esta manera, los pocos eventos que lograron trascender las diferencias políticas y realmente celebrar la historia de Brasil fueron de gran valor. Entre ellos se encuentran montajes de la ópera Domitila, del compositor brasileño João Guilherme Ripper, que recorre esta historia cuyos personajes y tiempo se confunden con los de la Independencia.

Además de los personajes históricos, la ópera Domitila tiene otro vínculo con las festividades nacionales: nació en el 2000, en conmemoración del 500 aniversario del descubrimiento de Brasil por los portugueses. En esa época, el Centro Cultural Banco do Brasil de Río de Janeiro encomendó el proyecto Palavras brasileiras al director escénico André Heller-Lopes, quien invitó a algunos compositores a crear ciclos de canciones a partir de documentos históricos. Uno de estos compositores fue Ripper, quien se encargó de la correspondencia entre don Pedro I y Domitila. Así, a través de sus personajes, la ópera se vincula a la colonización de Brasil por Portugal.

El 7 de septiembre se presentaron simultáneamente dos producciones de la ópera en dos ciudades. En Santos, en el Museo del Café, cuyo edificio fue erigido hace cien años, en conmemoración del centenario de la independencia, para albergar la Bolsa do Café, el papel principal recayó en la soprano Maria Sole Gallevi. En Río de Janeiro, la ciudad donde Pedro y Domitila vivieron sus amores, fue Gabriella Pace, bajo la dirección musical del propio compositor y Heller-Lopes, el padrino de la obra, quien encarnó a Domitila en la hermosa escalinata del Theatro Municipal. Afortunadamente, la producción de Heller-Lopes y Pace no tardó en llegar también a las escaleras del Municipal de São Paulo, donde se presentó la noche del pasado 13 de septiembre.

Domitila de Castro Canto y Melo (1797-1867)

Don Pedro I de Brasil 1798-1834

La ópera no es una lección de historia, ni cuenta de manera directa y lineal una historia de amor. Se reduce, como acertadamente definió Ripper en la serie, “al viaje interior del personaje hacia el corazón de sus pasiones”. Se trata de un monólogo, en el que Domitila, desde el principio, revive su romance recién terminado con don Pedro a través de la lectura de extractos de las cartas que este le envió. Algunas cartas las lee completas; en otros casos, solo una parte; de otro grupo, solo el principio y el final; después de todo, a veces le basta recordar que la llamaba “mi hija”, “mi querida”, o «mi querida de mi corazón» o que la carta la firmaba como «Fogo, Foguinho”.

Si Domitila conservó todas las cartas del emperador, de Domitila a Pedro solo hay una —de cuando ya habían terminado—, que nos ha llegado, y es con ella que termina la ópera. Aparte de esa carta, en los pocos momentos en que el texto no proviene de la correspondencia entre ambos, como es el caso de la bella aria ‘Diga em quantas linhas te enredaste antes de me revelar’ [‘Dime en cuántos versos te enredaste antes de desvelarme’], uno de los momentos más dramáticos de la obra fue escrita por el propio Ripper.

A través de la ópera poco se sabe de la historia de ambos: a través de las cartas sólo se informa que fue el emperador y que la relación, que duró siete años, pasó por un momento inicial en el que Pedro escribía apasionadamente, cuando firmó con nombres como Demonão [“el Diablo”] o “Fogo, Foguinho” [“Fuego, Fuego pequeño”]. Con el tiempo, llegaron momentos de crisis y, finalmente, llegó la separación. 

“Te amo y amo aún más mi reputación”, incluso escribió Pedro en una de sus cartas. Y esa reputación lo terminó obligando a alejarse de Domitila y a enviarla de regreso a São Paulo, lejos de Río de Janeiro.

Una vez en São Paulo, ya con el título de marquesa de Santos (aunque nunca tuvo relación alguna con la ciudad de Santos) y con buena fortuna, Domitila se casó con el brigadier Rafael Tobias de Aguiar. Si en Río de Janeiro su fama fue de cortesana, en São Paulo acabó ganando la de santa y caritativa. En la ópera de Ripper, Domitila no es ni una ni otra: es una mujer que se somete a un hombre poderoso, que sabe que miente, pero una mujer fuerte, que siente, que ama, que revive activamente su pasado y sale con la cabeza erguida. Ripper ni canoniza ni condena a Domitila, solo le da una voz, y esta voz se revela justamente enredada por las líneas trazadas por Pedro. Domitila se expresa principalmente a través de Pedro y éste se convierte en personaje a través de la voz de Domitila.

Para piano, violonchelo y clarinete, la música de Ripper tiene sus momentos de ironía, humor (especialmente en la línea del clarinete, que ganó protagonismo con la interpretación de Ovair Buosi), hostilidad, pero es predominantemente sensible, poética, como lo demostraron el violonchelo de Rafael Cesario y el piano de Luisa Aquino. Aunque hay momentos de tonalidad, no se puede decir que la primera parte sea perfectamente tonal, sino que la armonía se vuelve claramente más árida, según el tono de las correspondencias. El universo rítmico está poblado por ritmos que sacudieron la música brasileña en el siglo XIX y principios del XX, ya sea de origen africano o europeo, con cambios rítmicos constantes y nada simples.

En São Paulo, como ya se mencionó, la presentación tuvo lugar en el vestíbulo del Teatro Municipal, en las escalinatas. El punto positivo fue que, como explicaré más adelante, las escaleras quedaron muy bien como telón de fondo. En el lado negativo, algunos ruidos externos y cierta reverberación dificultaron hasta cierto punto la comprensión del texto. Además, el espacio disponible para colocar sillas era pequeño y con una sola función, las entradas se agotaron rápidamente, y aunque São Paulo cuenta con un numeroso público de ópera, hacía mucho tiempo que no teníamos la oportunidad de escuchar aquí a Gabriella Pace, una joya del canto lírico paulista.

La escenografía fue el vestíbulo del teatro

Domitila releyó las cartas de Pedro en la escalera principal, entre las musas que iluminaban, al fondo, y con una pareja de ninfas y un sátiro al fondo, simbolizando las fiestas dionisiacas, el nacimiento del teatro, la música y la danza: también los ciclos de la vida, el principio fértil y el final de embriaguez. Mientras tanto, las ninfas y el sátiro lanzaban su mirada traviesa sobre Domitila, pero esa mirada parecía más presente cuando, al final de una carta, ella leyó: “Assinado: o Demonão!”[«¡Firmado: el Demonio!»]

 Belleza y delicadeza definen la ambientación y la puesta en escena. Además del “escenario” natural del teatro, las luces lilas marcaron la pauta. Una alfombra de flores, que al comienzo de la ópera estaba enrollada en lo alto de las escaleras, fue extendida por la propia Pace sobre la alfombra roja de las escaleras. En la carta, “La rosa que te ofrezco acepta como prenda / De la amistad más sincera / Y del amor más perfecto”.

En la concepción de Heller-Lopes, fue desde lo alto de las escaleras que Pace emergió como Domitila, esparciendo algunas cartas que tenía en sus manos. Fue también encima que la marquesa de Santos abandonó la escena, tras ser destituida por el emperador. Durante los casi 50 minutos de duración de la ópera, Pace actuó en las escaleras. Las subió y bajó con pompa y prestigio, pero también ofrecían peligro, inestabilidad, donde cualquier paso en falso podría significar la caída y la ruina. En esa empinada escalera, donde no es cómodo acostarse, se acostó sobre las flores enviadas por Pedro. En la escalera más lejana, al fondo, cantaba el lundu: “Distancia, añoranza, mentiras / Promesas que nunca creí”. En ese momento, la reverberación del ambiente fue un aliado. Con una postura dramática, concentrada, totalmente entregada, Pace añadió profundidad al personaje.

El desafío de Pace, sin embargo, iba más allá de la calidad escénica y musical: como en todo monólogo, era necesario ese carisma capaz de mantener la atención del público durante todo el espectáculo. Y lo hizo: durante 50 minutos todos los ojos y oídos estuvieron pegados a ella.

Compartir: