El matrimonio secreto en Miami

Vanessa Becerra (Carolina) y Joseph McBrayer (Paolino) en El matrimonio secreto en la Gran Ópera de Florida © Eduardo Schneider

Noviembre 15, 2022. Esta nueva producción de Crystal Manich para la Gran Ópera de Florida contó con dirección escénica de Elena Araoz y rinde tributo al corazón latino de la ciudad. La idea inicial de Manich era situar la acción en la famosa Calle Ocho, núcleo de la comunidad cubana en Miami, pero finalmente la trasladó al Miami Beach de hace cuatro décadas, con Geronimo convertido en un exitoso empresario cubano que regentea el Hotel Paraíso con ayuda de sus dos hijas, y está deseoso de ascender socialmente aún más gracias al matrimonio convenientemente concertado de éstas. 

La escenografía de Lindsay Fuori recrea con abundantes detalles y atrezo el Miami Beach de los 80, su estilo de vida, sus vicios —con un guiño al consumo de estupefacientes en el segundo acto— y su icónica arquitectura Art Déco. El colorido vestuario de Darío Almirón y la luminosidad con la que Jeff Adelberg inunda la escena nos recuerda vivamente —no sin cierta nostalgia por parte de algunos— una de las no tan lejanas épocas doradas de la ciudad.

Lógicamente, la música de Domenico Cimarosa (1749-1801), contemporáneo de Mozart, nada tiene que ver con la ambientación escénica. Se trata, en efecto, de una versión no apta para puristas del género, empezando por el idioma en el que se canta. En un legítimo intento por acercarlo al público latino, el texto italiano del libreto original de Giovanni Bertati ha sido traducido al español para esta producción por el director musical, Darwin Aquino, y su esposa, la mezzo italiana Benedetta Orsi. Concretamente, al español “caribeño”, o “espanenglish” (sic), como señala el propio Aquino. 

Más allá de la inevitable extrañeza producida al escuchar ópera de finales del siglo XVIII en español, la traducción presentó, a mi juicio, varios problemas. Y no me refiero a errores en el subtitulado, fácilmente solventables con una revisión más detallada del mismo, ni tampoco al uso de giros o expresiones más o menos forzados en castellano, sino a problemas de fondo derivados de los rasgos fonéticos y fonológicos de dos idiomas muy próximos, pero con diferencias en medida rítmica y acentuación natural del discurso. Las palabras en italiano acaban en vocal en un altísimo porcentaje, algo que no ocurre en español, y el italiano muestra una tendencia al desplazamiento del acento hacia el comienzo de la palabra, pero el español lo tiende a desplazar hacia el final de la misma. Estos dos rasgos otorgan unas características de musicalidad, ligereza y ondulación al texto cantado en el idioma para el que se ha compuesto la música que se pierden en la traducción.

La familia acusa a Carolina de coquetear con el Conde Robinson © Eduardo Schneider

El aspecto musical y vocal fue, desde mi punto de vista, la principal fortaleza de esta versión. La pareja formada por la soprano Vanessa Becerra en el papel de Carolina y el tenor Joseph McBrayer como Paolino funcionó con complicidad escénica y sus timbres cálidos y de generoso vibrato empastaron muy bien. Por exigencias de la dirección, McBrayer cantó parte de la primera escena en una posición poco cómoda, tumbado en una cama con la cabeza más baja que el pecho y con su “secreta” esposa sobre él. 

La dirección escénica sería también responsable de una cierta sobreactuación por parte del barítono Michael Pandolfo en su papel de Conde Robinson, caracterizado aquí como un joven y apuesto americano ricachón que hace su entrada en escena en un descapotable y más tarde no tiene reparos en mostrar su buena forma física haciendo flexiones sobre el escenario, que fueron coreadas por parte del público. Vocalmente comenzó algo justo, pero fue a más y resolvió bien su aria del segundo acto ‘Soy lunático, bilioso’, donde enumera a Elisetta sus malas cualidades para intentar alejarse de ella y casarse con la hermana menor. 

Catalina Cuervo estuvo resuelta en escena y muy solvente vocalmente en ese papel de hermana mayor. La mezzo Erin Alford fue una excelente Fidalma y Phillip López fue un notable Geronimo. Los finales de acto, tan deudores de los concertantes mozartianos, resultaron espléndidos. En el foso, el maestro Darwin Aquino, vinculado a la Gran Ópera de Florida desde hace varias temporadas como director asistente, dirigió a la orquesta de la casa con resolución, respeto por las voces y generosa gestualidad. 

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