Eurydice en Nueva York

Jakub Józef Orliński, Joshua Hopkins y Erin Morley en Eurydice de Matthew Aucoin © Marty Sohl

Diciembre 7, 2021. Definitivamente audaz fue la decisión de la dirección del Metropolitan Opera de Nueva York de programar dos óperas contemporáneas en un momento en el cual atraer público al teatro resulta poco menos que una hazaña homérica. Después de dar inicio a su temporada con Fire Shut Up in My Bones de Terence Blanchard, ahora le tocó el turno a la ópera Eurydice del americano Matthew Aucoin, considerado por la crítica como uno de los compositores más interesantes y prometedores de su generación. 

Estrenada en la Ópera de Los Ángeles en 2020, tal como puede intuirse en su título, no es más que una nueva incursión sobre el tema del mito de Euridice, pero esta vez fue presentado a través de la heroína y donde la mirada moderna y feminista de su libretista, Sarah Ruhl, jugó un rol esencial para llevar a buen puerto esta nueva reescritura de un tema que ya ha dado mucha tela que cortar en la historia de la ópera. 

En su partitura, Aucoin plantó una escritura musical que, si bien es original y es innegable su propia impronta, denotó en sus melodías una marcada influencia ya sea de otros compositores actuales como los americanos John Adams, Philip Glass o el inglés Thomas Adès; de otros del pasado, como los impresionistas franceses Claude Debussy y Maurice Ravel; e incluso se puede hablar de ciertas evocaciones a la música barroca y al pop. 

Para su escritura vocal, Aucoin no asumió grandes riesgos recurriendo a arias, dúos, tercetos y escenas de conjuntos que poco se alejaron de lo tradicional y en lo que a exigencias vocales refiere, no colocó a ningún cantante en grandes aprietos. El elenco vocal funcionó a la perfección. La soprano Erin Morley fue una Eurydice de voz cristalina, bien timbrada y de línea de canto cuidadísima. Con las emociones a flor de piel, ofreció en la escena de su carta a la futura esposa de Orfeo uno de los momentos más emotivos de la noche. 

Barry Banks como Hades © Marty Sohl

Cantante de enorme sensibilidad y refinamiento, el barítono canadiense Joshua Hopkins delineó un Orfeo muy cercano a la perfección, con un canto refinado, expresivo y siempre matizado. El tenor Barry Banks tuvo a su favor que contó con la parte de mejor escritura vocal de la partitura: la del villano Hades, personaje que concibió con una voz de ricos y variados colores y una técnica inmaculada con la que pudo presumir de precisión y agilidad a la hora de desplegar la batería de agudos que le encomendó él compositor. Sus dos monólogos fueron celebradísimos por el público. 

En su debut en la casa, no pasaron nada desapercibidos: el contratenor polaco Jakub Józef Orliński, quien interpretó al doble de Orfeo con solvencia vocal y un gran magnetismo escénico; y el bajo-barítono canadiense Nathan Berg, quien como el padre de Eurydice conmovió por la humanidad, sentimiento y nobleza que imprimió a su canto. 

El trío de piedras, compuesto por Stacy Tappan (piedra pequeña), Ronnita Miller (piedra grande) y Chad Shelton (piedra ruidosa) completaron, con buen canto, un elenco vocalmente sin fisuras. El coro de la casa hizo su habitual aparte de calidad. La directora de orquesta Daniela Candillari condujo con firmeza a los músicos de la orquesta, buscando con uñas y dientes resaltar la variedad melódica de la partitura de Aucoin. 

A la ingeniosa Mary Zimmerman las temáticas fantásticas le van como anillo al dedo y Eurydice no fue la excepción, aunque en esta ocasión ofreció un producto mucho más minimalista del habitual. La directora de escena americana trasladó la acción a la actualidad y concibió una producción escénica visualmente atractiva, dinámica y con una producción bien resuelta que hizo que las dos horas y media que duró el espectáculo se pasaran en un abrir y cerrar de ojos. 

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