La bohème en León

Escena de La bohème en el Teatro Bicentenario de León © Naza PF

Junio 24, 2022. El Teatro del Bicentenario Roberto Plasencia Saldaña ha cosechado un éxito más en sus casi 12 años de historia, y lo hizo con su producción propia número 16: La bohème, de Giacomo Puccini, una de las óperas más representadas en el mundo desde hace más de un siglo.

Esta nueva propuesta, estrenada el pasado miércoles 22 de junio y con una función más el domingo 26, obtuvo un buen recibimiento del público gracias a la interpretación conmovedora del joven elenco y a una puesta en escena tradicional, sin extrapolaciones temporales o ambientales, pero apoyada en la tecnología digital.

Philippe Amand es el creador de la iluminación y escenografía en esta nueva versión de La Bohème, tras sus aclamadas colaboraciones previas en el Teatro del Bicentenario: en Tosca, de Puccini (en 2014 y 2019), y en Lucia di Lammermoor, de Gaetano Donizetti (en 2016). Como en sus anteriores aportaciones, el diseñador mexicano vuelve a hacer uso del video mapping para recrear locaciones y ambientes con gran realismo y poesía visual. 

Pero lo que más ha distinguido al escenógrafo es su capacidad de sorprender, lo cual demostró desde poco antes de iniciar la función, al proyectar sobre el telón las portadas de varios periódicos parisinos de finales del siglo XIX, como Le Figaro y L’aurore, para ubicar a los asistentes en la época y el lugar en que transcurre la ópera.

Tras el primer compás, las planas informativas dieron paso al primer cuadro: la sencilla buhardilla de los cuatro jóvenes bohemios, con tan solo unos cuantos muebles y un ventanal al fondo, con vista a la Torre Eiffel, apenas a la mitad de su construcción. Amand completó el montaje del primer acto con unas enormes vigas atravesadas en el escenario, las cuales otorgaron una característica expresionista a la puesta en escena. El único detalle cuestionable de la decisión de colocar estos paneles rectangulares fue que taparon parte de la panorámica de la ciudad proyectada en video.

En el segundo acto, el video mapping consiguió un efecto artístico sorprendente, al recrear la plazoleta del Barrio Latino de París, con sus tiendas y restaurantes. Sin embargo, quizás si se hubieran retirado las mamparas centrales, el gentío parisino no se habría visto tan apretujado y la banda militar no habría tocado fuera de escena.

La dificultad de reproducir la caída de nieve del tercer acto fue resuelta de manera brillante y hermosa gracias a la proyección de video; mientras que el último acto volvió a transcurrir en la casa de los artistas. También hay que destacar el buen uso de la iluminación y los recursos visuales para representar el paso de la tarde a la noche.

El montaje se redondeó con el diseño de vestuario de Libertad Mardel, basado en la moda de finales del siglo XIX. Todos los vestidos eran hermosos, aunque tal vez demasiado impecables para los bohemios de escasos recursos. Asimismo, fue correcta la dirección escénica de Jorge Arturo Vargas Cortez, quien contribuyó a que las escenas fueran verosímiles y acordes con el tono de la obra, en algunos momentos melodramático y, en otros, humorístico.

Juan Carlos Villalobos (Colline), Marcela Chacón (Mimì), Alejandro Luévanos (Rodolfo) y Carolina Herrera (Musetta) © Naza PF

Un canto desgarrador
Otro de los grandes aciertos en esta nueva producción de La bohème fue la participación del elenco de jóvenes cantantes mexicanos, en su mayoría guanajuatenses. Vocalmente, el tenor Alejandro Luévanos sobresalió en el papel protagónico del poeta Rodolfo por su bello timbre, clara dicción, impecable línea de canto y gran proyección de su voz. Una muestra de su sólida técnica fue su interpretación de la famosa aria ‘Che gelida manina’, en la que cantó el Do agudo con enorme seguridad y brillantez. El artista residente de la Lyric Opera de Chicago también ofreció una actuación creíble y conmovedora, sobre todo en la escena final, en la que rompe en llanto al ver a su amada muerta.

En la segunda función del viernes 24, la soprano Marcela Chacón encarnó a Mimì con buenos resultados: para empezar, encantó por su cálido timbre, así como por su elegante fraseo. Además, su voz, profundamente lírica, fue perfecta para el personaje. Otro aspecto distintivo de su canto fue la manera de entonar las partes más sutiles de la partitura con el volumen y la claridad suficientes para hacer audible hasta el más pequeño lamento. Solo se le podría reprochar la falta de un mayor control de la respiración para poder cantar sin demasiado vibrato esas frases largas y apasionadas en las famosas arias ‘Sì, mi chiamano Mimì’ y ‘Donde lieta uscì’. [Nota del editor: En las funciones del 22 y 26 de junio el rol de Mimì fue cantado por la soprano Fernanda Allande.]

La elección de las voces para los papeles secundarios fue más que correcta. En primer lugar, el barítono Eduardo Martínez como el pintor Marcello estuvo a la altura de sus compañeros gracias a la gran potencia y amplio registro de su voz, de timbre brillante. Carolina Herrera cumplió con las cualidades del personaje de la sensual e irreverente Musetta, pues su voz de soprano ligera se complementa con su hermosa presencia. Desde su primera aparición en el vals del segundo acto, conquistó a la audiencia con sus asombrosas escalas y, más aún, con su entrega en el escenario.

Sin duda, uno de los cantantes que más llamaron la atención por su voz fue el bajo-barítono Juan Carlos Villalobos, en el papel del filósofo Colline, cuyo manejo del legato y sensibilidad arrancaron una ovación al final de la lúgubre aria ‘Vecchia zimarra’. El barítono Daniel Pérez Urquieta, en el papel de Schaunard, y el bajo cantante Alberto Watty, como Benoît y Alcindoro, completaron el reparto con solvencia.

La puesta en escena contó con la participación de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG), bajo la batuta de Roberto Beltrán-Zavala, cuya lectura de la partitura resultó enérgica y apasionada. El director hizo un manejo flexible del tempo y lo extendió demasiado en las partes más románticas de la obra, lo que representó una gran desafío para los cantantes. La ejecución de la OSUG fue equilibrada y todas las partes se escucharon con claridad. De la sección de metales, solo se hubiera deseado un sonido más brillante, mientras que las cuerdas y vientos brindaron momentos llenos de lirismo.

Por último, el Coro del Teatro del Bicentenario y el Coro de Niños del Valle de Señora, ambos dirigidos por el maestro Jaime Castro Pineda, ofrecieron una efusiva interpretación de la multitud de vendedores, estudiantes y niños en el Barrio Latino, frente al Café Momus. Aunque el inicio de su intervención fue un tanto caótico, las voces de los más de 60 cantantes se lograron equilibrar y cerraron el final del segundo acto con fuerza y alegría.

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