Les vêpres siciliennes en Palermo

Leonardo Caimi (Henri) y Mattia Olivieri (Monfort) en Les vêpres siciliennes en Palermo © Rosellina Garbo

Enero 23 y 25, 2022. La inauguración de la nueva temporada fue una apuesta de gran calado: la primera vez en el teatro de la versión original francesa de Les vêpres siciliennes de Verdi, muy vinculadas por argumento a la ciudad y a la isla de Sicilia. Solo hubo algunos recortes en el quinto acto y la muy discutible decisión de “repartir” el ballet escrito en principio por el autor para el acto tercero (“las cuatro estaciones”) en los cuatro primeros. Aparte de que en el primero (y en el final del cuarto) se destrozó el instinto teatral de Verdi, la versión del segundo número para acordeón, contrabajo y clarinete como final del primer acto pudo gustar al público por empatía con la música popular local, pero su necesidad no se entendió. 

Un poco pasó lo mismo con el espectáculo, muy esperado, presentado por Emma Dante –también del lugar— y sus habituales colaboradores, que pareció querer situar la acción en una Sicilia donde el enfrentamiento se daría entre bosses mafiosos y la población. Además de algún momento de gran impacto (la aparición de estandartes con las caras de los asesinados por la mafia en 1992) la intención se perdió por el camino y la “recreación” de la escena final de El Padrino III —inadvertida para muchos— no consiguió evitar las fuertes contradicciones con el texto y los personajes, sobre los cuales el trabajo fue mínimo. 

El coro (muy bien preparado por Ciro Visco y muy voluntarioso en la actuación), el fantástico cuerpo de baile y sus solistas, los actores y figurantes estuvieron perfectos. La orquesta también, aunque la dirección de Omer Meir Welber, si bien en conjunto fue buena, tendió a tiempos muy rápidos y a muchos decibelios cada vez que se hacían presentes la percusión y los metales un tanto en detrimento de las partes más líricas y, en los concertantes, de algunas de las voces principales. Son numerosos los papeles comprimarios, todos bien cubiertos, aunque cabe destacar al joven y ascendente bajo Andrea Pellegrini, tanto por su canto como por su buen hacer.

Formar dos elencos con las dificultades de esta ópera, tampoco muy representada y menos en francés, era poco menos que imposible y, teniéndolo en cuenta, más los imprevistos de último momento con el dichoso virus, las cosas salieron relativamente bien. En el primero destacaron las dos voces graves: Mattia Olivieri (Montfort) estuvo magnífico en su tiránico padre desesperado con una emisión dúctil, gran sentido del legato y del fraseo, bello timbre, muy buen francés y buena actuación; y Luca Tittoto (Procida) tiene muy buena línea de canto y es un buen artista salvo alguna exageración en los movimientos de ojos. Selene Zanetti (Hélène) es una soprano lírico muy interesante, pero no todos los momentos le resultaron favorables; destacó por su francés, sus agudos, sus notas filadas, pero no es una belcantista ni tiene un registro grave suficiente. Leonardo Caimi (Henri) conoce la parte y tiene voz bella, pero la técnica y el estilo no son siempre aceptables y la emisión del agudo es muchas veces forzada; ni como fraseador ni como intérprete va más allá de lo elemental. 

En el segundo reparto destacaron Giulio Pelligra, un tenor muy profesional e interesante, y la soprano Maritina Tampakopoulos, que en principio tiene una voz más adecuada para la parte, pero tampoco brilló en el famoso bolero, y su excelente registro central y grave esta vez sonaron opacos, y el agudo, muy seguro, en más de una ocasión exhibió un ligero vibrato metálico (se esforzó en los ‘piani’ que, a una voz como la suya, en principio grande y no muy flexible, no le deben de resultar muy fáciles). Fabrizio Beggi tiene medios importantes de bajo, pero los exagera con mucha frecuencia, lo que en ocasiones le trae problemas de afinación, y lo mismo hace con su interpretación de un personaje que muy agradable no es. Parecido juicio merece la labor del barítono Gezim Myshketa, con mayor experiencia y una voz oscura interesante que lamentablemente sigue en la vieja idea de un Verdi verista, con gritos y declamaciones fuera de estilo, y un agudo explosivo no siempre bien centrado.

Hubo más público en la función del primer reparto que en la del segundo, pero la gente al parecer salió muy satisfecha y, especialmente en el caso del primer elenco, aplaudió con calor.  

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