Lohengrin en el Met

Piotr Beczala (Lohengrin) y Elena Stikhina (Elsa de Brabante) en el Met

Marzo 28, 2023. Lohengrin, de Richard Wagner, no subía a la escena del Metropolitan Opera de Nueva York desde hace poco menos de dos décadas, por lo que su reposición —que incluía nueva producción— fue anunciada por la compañía neoyorquina con bombos y platillos en una temporada avara de grandes acontecimientos. Mucho ruido y pocas nueces. 

En las antípodas de la minimalista producción de su antecesor, el afamado Robert Wilson, el director de escena y cineasta canadiense François Girard firmó en esta ocasión un espectáculo de gran simbolismo y grandiosa hechura que muy coherente consigo mismo y en la misma línea de sus anteriores incursiones wagnerianas en la casa —Parsifal (2013) y Der fliegende Holländer (2020)— ofreció una visión demasiado “particular” del clásico wagneriano que, lejos de lograr algún tipo de unanimidad, se prestó todo tipo de controversias.

La trama fue traslada de la Alemania medieval del siglo X a un universo posapocalíptico indeterminado cuyo futuro parecía estar en peligro. Toda la acción transcurrió en una caverna rocosa subterránea llena de ramas secas, en lo que suponemos un pasaje desértico, con una enorme abertura desde donde pudo verse un cielo estrellado, galaxias y de vez en cuando, la Luna. Un árbol seco en el centro de la escena sirvió como trono para rey Heinrich y centro político de la comunidad subterránea. 

Las marcaciones tanto de los solistas como de las masas corales, aunque un poco estáticas, resultaron teatralmente bien resueltas. Visualmente, el toque más creativo lo dio el modista chino Tim Yip, quien diseñó un vestuario de inspiración medieval a través de un sistema de capas que, al abrirse y cerrarse, cambiaban de color, permitiendo individualizar fácilmente a las facciones rivales, asociadas aquí cada una a un color determinado. Este recurso en una ópera de casi cuatro horas podría resultar original en su inicio, pero a medida que avanzó la noche terminó resultando reiterativo y aburrido… cuando no gracioso. 

Solo escapó a esta explosión de color el protagonista, quien vestido con inmaculada camisa blanca y pantalón negro —al igual que los caballeros del Grial de la producción de 2013—, recordó que es el hijo de Parsifal y, por lo tanto, él también un caballero del Grial, vinculando así ambos trabajos del director canadiense. 

La cuidada iluminación de David Finn rescató con gran habilidad de la oscuridad general a los personajes solistas y aportó calidad a la propuesta visual. No debe pasarse por alto la labor de Peter Flaherty, cuyas proyecciones cósmicas fueron perfectamente funcionales a la requerimientos de Girard. Finalmente, la idea de escenificar los preludios distrajo la atención y agregó poco al resultado general del espectáculo.

Principal atractivo de esta reposición, el elenco resultó excepcional del primero al último. En su primera incursión en repertorio alemán en la casa, Piotr Beczała demostró por qué es considerado uno de los mejores intérpretes de la parte de Lohengrin de la actualidad. Con una voy lírica de gran solidez, proyectada sin la menor dificultad, homogénea en todo el registro y muy segura en los agudos, el tenor polaco concibió un caballero del cisne magnífico, de corte más romántico que heroico, con el que se anotó un merecido triunfo personal. Su relato del tercer acto, ‘In Fernem Land’, cantado con una descomunal fuerza emotiva, un supremo buen gusto y un fraseo soñado, resultó conmovedor y uno de los mejores momentos vocales de la noche. 

No se quedó atrás Elena Stikhina, a quien la parte de la princesa de Brabante le calzó a la perfección y le permitió lucir su bellísima voz lírica, de timbre brillante, aterciopelado y seductor que condujo con una técnica muy segura. Su sueño ‘Einsam in trüben Tagen’ de línea inmaculada, canto emotivo, delicado y lleno de matices, si bien le sirvió para meterse al público en el bolsillo, fue solo el punto de partida de una interpretación sin fisuras que iría siempre creciendo en intensidad a medida que fue avanzando la ópera.

Christine Goerke (Ortrud), Thomas Hall (Telramund) y Brian Mulligan (Heraldo)

Con una voz de bello esmalte, robusta y amplia a la que cinceló con cuidados acentos expresivos, el barítono americano Thomas Hall encarnó con gran convicción al rencoroso y vengativo Friedrich von Telramund en reemplazo de un indispuesto Evgeny Nikitin. Por su parte, la soprano americana Christine Goerke presentó una composición muy lograda de la maléfica y conspiradora Ortrud con una voz amplia que destacó por la belleza de su registro central y sus graves rotundos y sonoros. Su vigoroso temperamento dramático le sacó chispas al ‘Entweihte Götter’, lo que le aseguró, en buena ley, su parte en las interminables ovaciones finales. 

Si bien el bajo austríaco Günther Groissböck no pareció estar en su mejor noche, campeó con más altos que bajos su cometido y logró llevar a buen puerto una caracterización muy digna del rey Heinrich. Con una voz ostentosa, sonora y de buena calidad, el talentoso barítono americano Brian Mulligan fue todo un lujo a cargo de la parte del Heraldo real. 

Memorable desempeño del coro de la casa bajo la dirección de Donald Palumbo, cuya labor ha puesto a este cuerpo entre los mejores del mundo. A cargo de la orquesta, el director suizo Patrick Furrer quien asumió la dirección musical en reemplazo de Yannick Nézet-Seguin, seguramente heredando de su predecesor mucho de la construcción orquestal que pudo escucharse esta noche, coordinó con energía una lectura modélica de sonoridades cuidadas y suntuosas, prestando particular atención en no ahogar a los cantantes y en que la tensión dramática no decayera en ningún momento. 

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