Porgy and Bess en Nueva York

Eric Owens y Angel Blue en Porgy and Bess en el Met © Evan Zimmermann

Diciembre 7, 2021. Después del gran éxito alcanzado en la apertura de la temporada 2019-2020, el máximo coliseo lírico neoyorquino decidió apostar por seguro reponiendo para esta temporada la bellísima producción de la ópera de George Gershwin firmada por James Robinson. El elenco vocal, salvo contadas excepciones, reunió a los mismos intérpretes del estreno, que dicho sea de paso fueron excelentes del primero al último. 

En lo que respecta a las voces femeninas, Angel Blue tuvo todo lo que se necesita y más para brillar como la sufrida Bess, personaje al que concibió con una timbre seductor y aterciopelado, una línea de canto impoluta y una entrega escénica de primer orden. Asimismo, Janai Brugger fue una Clara de rico lirismo que se anotó el primer éxito de la con una interpretación modélica y expresiva de la famosa canción de cuna ‘Summertime’. 

Como la viuda Serena, Latonia Moore sacó, por un lado, buen partido de su ‘My man gone now’, para lucir una voz spinto de gran calidad sonora, pureza de emisión y tintes dramáticos y, por otro, mostró su versatilidad y ductilidad en la emotiva plegaria por la convaleciente Bess, donde su canto rico en medias voces destacó por su emotiva intencionalidad. La veterana Denyce Graves paseó mucho oficio sobre el escenario dotando al personaje de María, la dueña de la tienda, de una dimensión poco usual. 

De las voces masculinas, la gran estrella de la noche fue Eric Owens, quien en absoluto estado de gracia concibió un inválido Porgy modélico, de voz potente, sólido registro central y una musicalidad a flor de piel. Muy celebrado, Frederick Ballentine acaparó toda la atención en cada una de sus intervenciones como el traficante de drogas Sportin’ Life, personaje al que retrató con excelentes facultades vocales, desbordante carisma e inagotable energía. No se quedó atrás el odioso, marginal y violento Crown de voz caudalosa, ricamente coloreada y homogénea de Alfred Walker. Bien intencionado y solvente, Ryan Speedo Green no pasó nada desapercibido como el pescador Jake.

El público aplaudió a rabiar y en la repartija también se llevaron su porción de la ovación, la vendedora de fresas de Leah Hawkins y el vendedor de cangrejos de Chauncey Packer, quienes demostraron que cuando hay talento no existen roles pequeños. El coro de la casa, reforzado con elementos externos, tuvo un desempeño irreprochable. Al frente de la orquesta del Met, David Robertson obtuvo de sus músicos una lectura dinámica, cromáticamente rica, de buen ritmo y bien matizada. 

El director de escena presentó el vecindario de Catfish Row de un modo muy pintoresco y colorido —muy alejado del ambiente de pobreza y miseria que plantea la novela de DuBose Heyward sobre la que se basa la ópera—, utilizando una gigantesca estructura giratoria que, inteligentemente diseñada por Michael Yeargan, permitió con rapidez y eficacia agilizar los cambios de escena sin detener la continuidad de la acción. La cuidada iluminación de Donald Holder y las proyecciones de Luke Halls hicieron una importante contribución al excelente resultado visual general de la representación. El vestuario de Catherine Zuber también hizo su aporte de calidad dentro de los lineamientos impuestos por el director de escena. 

El único punto discordante de la noche fue la sobreabundancia de bailes, como si la comunidad afroamericana se la pasara de juerga y bailando todo el tiempo y sin sentido. El público, compuesto en su mayoría de habitúes de la casa y muchos emigrados de Broadway, celebró con interminables ovaciones un espectáculo de una calidad y despliegue como pocos pueden verse en la pandémica gran manzana actual.

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