The Magic Opal en Madrid

Escena de The Magic Opal en Madrid © Javier del Real

Abril 1, 2022. The Magic Opal llegó al Teatro de la Zarzuela con el anzuelo perfecto para ser un éxito: en 2010 se pudo escuchar en el Auditorio Nacional de Música la versión original, es decir en inglés, gracias al trabajo de investigación y recuperación de Borja Mariño. La música de Isaac Albéniz gustó y muchos de los que estuvimos entre el público soñamos con verla un día en escena. El Teatro de la Zarzuela tomó el testigo hace un par de años y por fin, tras 12 de espera en total, se produjo el esperado acontecimiento. Pero a grandes expectativas, enormes decepciones.

Y esta vez no puede achacarse el resultado al compositor ni tampoco al libretista, Arthur Law. La ópera cómica The Magic Opal, estrenada en 1893 en el Lyric Theatre de Londres con éxito, no es lo que ha llegado ahora al Teatro de la Zarzuela, en cuyo escenario ya había sido estrenada en 1894 con el título La sortija, con traducción al castellano de Eugenio Sierra. En aquella ocasión pasó con más pena que gloria. Los críticos se cebaron con la música y el libreto. 

En esta ocasión el naufragio fue causado por una adaptación teatral tan banal como aburrida. El director de escena y escenógrafo Paco Azorín condujo a su equipo creativo a una encerrona en la que la huída hacia adelante solo hizo alargar el suplicio que varios asistentes, al igual que yo, sentimos en esta noche de estreno. Todo empezó con la necedad de utilizar el título original en inglés cuando la traducción a la lengua de Cervantes de las partes cantables fue tan libre que a veces llevaron el mensaje del original en otra vía. Ya sabemos aquello de “traduttore: traditore”, pero lo que no esperábamos era que el libreto, al que críticos madrileños de 1894 catalogaron como “insulso y pesado” o “falto de sentido de la proporción”, llegará a superarse en esta misma dirección gracias a la adaptación realizada por Azorín y Carlos Martos de la Vega, quien también firma el movimiento escénico de esta puesta en escena pretenciosa y desnortada. Y la sorpresa fue mayor después de leer el artículo del propio Azorín sentenciando al libreto original de Arthur Law como “inconsistente y ñoño” y en otras declaraciones a la prensa describiéndolo como “extenso y complejo … decía cosas impensables en un escenario del siglo XXI”.

Impensable pero real ha sido presenciar cómo esta adaptación a nuestros días se alarga al crear un personaje, Eros XXI, que habla y habla soltando comentarios xenófobos como “las rumanas roban”. O el añadido gracioso, ¿o burlón?, con el que la pareja protagonista, Lolika y Alzaga, aclaran que no tienen nada en contra del colectivo LGTBIQ+ABCDXZ y el desencanto escatológico con el que se refieren a los productos “Made in China”.

La escenografía buscó y logró sorprender los primeros diez minutos y el arranque de la función tuvo punch, rápidamente diluído al presentarnos al actor que se encargó de dar vida a Eros XXI (Fernando Albizu) con voz amplificada sobre la música de la obertura. Los demás artistas cantan y hablan sin necesidad del micrófono adherido a la cara. ¿Era difícil encontrar en Madrid a un actor/cantante que no necesitara amplificación? Lo de los ruidos, voces y gritos sobre la música de Albéniz fue repetido en demasiadas ocasiones a lo largo del espectáculo. Así las cosas, queda en entredicho el respeto a la música del que hace gala Azorín en el mencionado artículo que aparece en el estupendo libro preparado por el Teatro de la Zarzuela.

También parece que los cantantes importaron poco en esta propuesta, vista la frenética actividad física a la que son sometidos. Del original conservan los nombres y poco más. Todos son chavales atrapados en las aplicaciones de los móviles y entran en un juego al estilo “escape room” guiados por Eros XXI, en plan maestro de ceremonias de un cabaret. Hay más personajes nuevos en esta adaptación, “los opalines”, interpretados por bailarines y acróbatas, todos estupendos en sus cometidos pero que con su excesiva presencia e  incesante movimiento dejan de ser interesantes a la vista. Hablan e interactúan con los personajes de Law y con los de Azorín-Martos. Un despropósito caro y fatuo. 

La iluminación de Pedro Yagüe y los audiovisuales de Pedro Chamizo destacaron por la limpia ejecución técnica, aunque repetir hasta tres veces el recurso de “sorprender” al público con luces móviles en la sala consiguió enfadar a más de un espectador. Esta vez hasta la escenografía, el origen de Azorín, jugó en contra de los solistas. Una caja en la que escucharse a sí mismos debió haber sido muy difícil. 

Con todo, la música de Albéniz sí brilló, demostrando la pericia del compositor para desenvolverse en el género cómico, como es esta opereta, que logra ambientar fantásticamente una historia (la original) donde se cuentan las peripecias de unos piratas y otros ciudadanos de un imaginaria isla de Grecia, todo esto en la versión original, en enredos amorosos que desean poseer el anillo con un ópalo mágico para lograr sus objetivos y con el consabido “happy ending”. 

En el foso, el maestro Guillermo García Calvo hizo evidente la rica orquestación de la obra, con dinámicas bien administradas y sacando un sonido estupendo a la Orquesta de la Comunidad de Madrid. Fue atento con los solistas, conjugando con ellos el volumen sonoro. La soprano Ruth Iniesta cantó con gusto exquisito su parte, Lolika, luciendo especialmente en el vals (‘Amor en su lecho de rosas’ / ‘Love sprang from his couch’). El tenor Santiago Ballerini fue un juvenil y bien timbrado, a veces un tanto nasal, Alzaga. El barítono Luis Cansino volvió a mostrarse como un bufo de lujo, actuando y cantando a tono con su papel, Carambollas. 

El barítono Damián del Castillo dibujó al malo de la historia, Trabucos, con buena prestancia canora y escénica. La mezzosoprano Carmen Artaza fue una Martina comprometida con la escena y discreta pero efectiva en el plano vocal. El bajo Jeroboán Tejera (Aristippus), la mezzosoprano Helena Ressurreiçao (Olympia), la soprano Alba Chantar (Zoe), el tenor Gerardo López (Pekito) y el barítono Tomeu Bibiloni (Curro) completaron el reparto de diez solistas en un buen nivel. El Coro Titular del Teatro de la Zarzuela estuvo a la altura de las circunstancias, cantando y actuando con gran profesionalismo.  

Azorín anunció un espectáculo que dejaría al espectador enganchado a la butaca. Lo consiguió porque no hubo pausa a lo largo de las más de dos horas que duró esto que sería mejor llamarlo de cualquier otra manera antes que The Magic Opal. En cuanto bajó el telón hubo desbandada, algo que nunca he visto en un estreno de este teatro, y llegaron los aplausos a cada uno de los cantantes, al coro, a los figurantes y al director musical. Al comparecer Azorín y su equipo llegó el abucheo y los aplausos de cortesía. Siempre voy al teatro sin el menor de los prejuicios, con la intención de pasarla bien y divertirme. Nada de eso encontré en esta función. Se repitió el error cometido con Doña Francisquita, al llamarla con el nombre original —en el caso que nos ocupa hasta en inglés— cuando de aquel texto original no quedó mucho. 

El Teatro de la Zarzuela debería detener la banalización cuando de recuperar el patrimonio lírico se trata. Una versión de concierto es preferible a un argumento inventado que desvirtúa el marco artístico en el que fue creada la obra, que ya sabemos son hijas de su tiempo.

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