Tosca en Nueva York

Sondra Radvanovsky y Brian Jagde protagonizaron Tosca en el Met © Ken Howard

Diciembre 11, 2021. De gran mérito resultó la reposición que de la ópera Tosca de Giacomo Puccini llevó a cabo el Met en la primera parte de una temporada que aún no ha logra despertar gran entusiasmo. Vocalmente, el elenco resultó convincente y en un alto nivel general. 

A cargo de la parte protagónica, la soprano americana Sondra Ravdanovsky confirmó una vez más por qué puede ser considerada una Tosca de referencia de la lírica actual. De voz opulenta, extraordinaria proyección y una técnica sin macula, convirtió en oro cuanta nota tocó y fue la gran estrella de la noche. En la escena supo ser una intérprete entregada y sensible a la hora de transmitir las emociones de su personaje. Su ‘Vissi d’arte’, de tocante emoción, fue una dejado de virtuosismo vocal, en el cual su potente voz supo doblegarse y prodigar medias voces y pianissimi de exquisita hechura que pusieron el teatro a sus pies. 

No le fue en zaga, y dio buena réplica, Brian Jagde, quien le sacó crispas a la parte del revolucionario pintor Cavaradossi con una voz bien timbrada, robusta y dúctil que condujo con solvencia y buen bagaje técnico. Sus agudos fáciles, seguros y brillantes, así como su gran presencia escénica, le permitieron llevar mucha agua a su molino y hacerse del favor público del que arrancó fuertes ovaciones y suspiros a raudales. Los amantes de los agudos fueron servidos en abundancia tanto en ‘Recondita armonia’ como ‘Vittoria! Vittoria!’, momentos en los cuales el tenor americano mostró lo mejor cosecha vocal. Cantante poco dado a las sutilizas e intencionalmente avaro, su ‘E lucevan le stelle’ supo a poco, cantado todo igual y con anodino fraseo que dejó dudas de su desesperación y mucho menos de que ‘E non ho amato mai tanto la vita!’.

El experimentado George Gagnidze aportó sólidos medios vocales y gran contundencia escénica en su caracterización del Barón Scarpia. De voz flexible, homogénea y de genuino color barítonal, su jefe de la policía secreta romana tuvo bien merecidos los ruidosos vítores que le propinó el público una vez caído el telón. Como el cascarrabias sacristán, Patrick Carfizzi si bien cumplió sobradamente en lo vocal, su composición escénica resultó sobreactuada en demasía, abusiva de tics y más payasezca que caricatural. 

Kevin Short fue un lujo desmedido como el fugitivo Cesare Angelotti. Como los funestos esbirros Spoletta y Sciarrone, tanto Tony Stevenson como Christopher Job resultaron solventes y oficiosos en cada una de sus intervenciones. En el ‘Te Deum’ que cerró el primer acto, el coro de la casa hizo alarde de buena salud y de una sólida preparación musical bajo la siempre atenta mirada de Donald Palumbo. A cargo de la vertiente orquestal, Yannick Nézet-Séguin supo aprovechar tanto los momentos sinfónicos como los de mayor lirismo de la partitura para hacer gala de una dirección vibrante, controlada y de gran refinamiento. Asimismo, de la labor del director de orquesta canadiense merece destacarse su constante atención por sostener y extraer lo mejor de cada uno de los intérpretes vocales.

La ultraconservadora puesta en escena de suntuosos decorados, rico vestuario y cuidadas marcaciones escénicas que firmó el director escocés David McVicar hace cuatro años atrás para la casa, dio un marco de excelencia a la acción, siguiendo estrictamente la tradición, permitiendo el lucimiento de los cantantes y el disfrute sin sobresaltos del conservador público del Met.

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