Werther en Houston

Matthew Polenzani (Werther) e Isabel Leonard (Charlotte) debutaron en Houston © Michael Bishop

Febrero 10, 2023. Werther, el drama-lyrique en cuatro actos de Jules Massenet (1841-1912), con libreto de Édouard Blau, Paul Milliet y Henri Grémont, nunca ha podido afianzarse en el gusto del público de la Houston Grand Opera ni en la programación de las temporadas de los teatros estadounidenses. 

Haciendo un breve recuento, considerando únicamente los escenarios más importantes de este país, encontramos que el Metropolitan de Nueva York la programó en el 2014, y las funciones de la temporada 2019-2020 fueron canceladas a causa de la pandemia de COVID 10; en San Francisco se vio por última vez en septiembre de 2010; en Los Ángeles en septiembre de 1998; y en Chicago en noviembre del 2012, curiosamente con el mismo protagonista de esta producción. Aquí mismo, en Houston, las funciones de este título se consideran una rareza y un descubrimiento para muchos miembros del público si se considera que aquí solo se escenificó una vez anterior, en la temporada 1978-1979. 

Es motivo de especulación el por qué la obra no se ve con más frecuencia en los Estados Unidos, pero en mi personal opinión —después de haber presenciado tantos títulos y producciones (algunas polémicas) en teatros de este país— quizás la temática de la ópera es un tema sensible, y la decisión políticamente correcta es no polemizar con el público, que suele ser conservador en su gusto.

Lo cierto es que Werther es un título que vale la pena ver siempre que sea posible, por el valor musical y vocal que contiene. Desde el punto de vista escénico, todo estuvo bien cubierto, y la compañía no escatimó recursos para importar el montaje perteneciente a la Opéra de Paris y a la Royal Opera House de Londres, dirigida por el cineasta francés Benoît Jacquot, con sencillos pero elegantes decorados de Charles Edwards y admirables vestuarios de época de Christian Gasc.

Las escenas en la mayoría de los actos se realizan dentro de un cambiante juego de colores en la iluminación, ideados por el propio Edwards, de acuerdo a los sentimientos expresados por la música y los personajes en cada momento. Un brillante cielo azul con muros que delimitaban el fondo del escenario, ligeramente inclinados hacia los lados, crearon una perspectiva atractiva para el público, con claroscuros que causaban sensaciones de zozobra e incertidumbre. El diseño del salón de un palacio donde se lleva a cabo el tercer acto es de una belleza francamente admirable. 

Los papeles principales fueron cantados por dos artistas estadounidenses que hacían su debut en este teatro. El papel de Werther fue cantado por el tenor Matthew Polenzani, cuya voz ha adquirido cuerpo, sin perder textura vocal y elegancia, para comunicar e impregnar en su canto la tristeza y pasión que requiere su parte. Con buena dicción y acentuación, su actuación fue adecuada y sobre todo creíble. Lo acompañó la mezzosoprano Isabel Leonard, cuyo timbre oscuro y profundo se adaptó tanto al dramatismo como al sentimiento que requiere su papel, exhibiendo un atractivo y sugerente magnetismo. Ambos artistas lucieron compenetrados vocal y actoralmente en escena, recordándonos que este es un teatro de primer orden, a pesar de que sus objetivos se han enfocado en otra dirección y la presencia de cantantes consagrados es siempre más escasa. 

Gratas sensaciones dejó la soprano Jasmine Habersham por su delicada y frágil Sophie, como por su sobresaliente despliegue vocal, así como el barítono Sean Michael Plumb como un seguro y autoritario Albert, poseedor de un potente instrumento que supo modular y armonizar acorde con su desempeño actoral. Buena fue la caracterización del bajo-barítono Patrick Carfizzi como Le Bailli, y correcta estuvo el resto de la compañía de canto, por la juventud y disposición mostrada por el tenor Richard García (Schmidt), la mezzosoprano Emily Triegle (Katchen), el barítono Luke Sutcliff (Bruhlmann) y el bajo Cory McGee (Johann).

Una mención también para el coro de niños dirigido por Karen Reeves. Al frente de la orquesta estuvo el veterano y experimentado maestro Robert Spano, más conocido por su posición a cargo de la Atlanta Symphony Orchestra, que supo extraer los matices, colores y sentimientos contenidos en la partitura, pero cuya aproximación —más sinfónica que operística— pareció por momentos ir en la dirección opuesta a encontrar un balance en la escena. Al final, fueron detalles que no le restaron valor, ni el gusto de poder presenciar con esta obra uno de los montajes más meritorios presenciados en Houston en diversas temporadas. 

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