Die lustige Witwe en Buenos Aires

Escena de Die lustige Witwe de Franz Lehár en el Teatro Colón de Buenos Aires © Máximo Parpagnoli

Septiembre 28, 2023. El Teatro Colón de Buenos Aires presentó una nueva producción de Die lustige Witwe (La viuda alegre) de Franz Lehár en un una versión anodina en la que, finalmente, nada estuvo muy mal, pero nada demasiado bien.

El elenco vocal cumplió con lo justo. Así, Carla Filipcic-Holm (Hanna Glawari) intentó construir un personaje dentro de esa puesta y actuó y bailó con convicción, pero en lo vocal no se notó cómoda. Brillante en el agudo fue muy poco sonora en el registro medio; su mejor momento resultó “la canción de Vilja”. Mientras tanto, Rafael Fingerlos fue tan anodino en lo actoral como en lo vocal en su Conde Danilo.

Lo mejor del elenco resultaron Valencienne y Camille. Tanto Ruth Iniesta como Galeano Salas evidenciaron compenetración escénica, excelente conjunción y calidad vocal. La soprano, de interesante carrera internacional, evidenció buen volumen, ductilidad interpretativa, timbre agradable, y perfectos agudos. Mientras que el tenor resultó inobjetable como Camille por su belleza vocal, amplitud del registro, buen fraseo y agudos inmaculados.

El bajo alemán Franz Hawlata como el Barón Zeta construyó bien su personaje aportando veteranía escénica. El resto del elenco, en las pequeñas intervenciones que tienen en la partitura, cumplió adecuadamente, al igual que el Coro Estable.

Carla Filipcic-Holm (Hanna Glawari) entona «La canción de Vilja» © Máximo Parpagnoli

Jan Latham-Koenig en la dirección musical pareció totalmente fuera de empatía con la obra. Su lectura fue correcta pero sin brillo, no cuidó el adecuado balance entre el foso y la escena y la respuesta de la Orquesta Estable resultó errática.

No parece haber sido la mejor opción para conocer en Buenos Aires a un gran artista como Damiano Michieletto, la de traer esta coproducción del Teatro La Fenice de Venecia junto a la Fundación Teatro dell’Opera de Roma. La idea de pasar de la belle époque y sus ámbitos parisinos distinguidos a un banco de inicios de 1950 o un salón bailable de provincias de la segunda posguerra, le quitó a la obra todo su encanto.

Con su escenografía, Paolo Fantin ubicó la acción del primer acto en el vestíbulo del Banco ‘Pontevedro’. La casa de Hanna con su jardín es un club con una banda de música y un escenario flanqueado por las imágenes de Fred Astaire y Rita Hayworth; el “Maxim” brilla por su ausencia, y el tercer acto se desarrolla en la oficina de Danilo en el banco. El trabajo de Fantin es correcto y es importante señalar el nivel de detalle del marco escenográfico y sus enseres, pero no ayuda a las voces por ser una escenografía muy abierta.

Carla Teti diseñó un vestuario de los años 50 del siglo pasado que acierta con la reconstrucción. La iluminación, de Alesandro Carletti, es de buena factura y —si se acepta que el vals y las danzas pontevedrinas muten en twist y en rock’n’roll—, es buena la coreografía de Chiara Vecchi, que logró una gran desempeño de los solistas y el coro en las partes danzadas a la par de los bailarines.

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