Simon Boccanegra en Filadelfia

Quinn Kelsey (Simon Boccanegra) y Christian Van Horn (Jacopo Fiesco) © Steven Pisano

Octubre 1, 2023. Un rotundo y bien merecido éxito se apuntó la Philadelphia Opera con la reposición de Simon Boccanegra de Giuseppe Verdi dentro de la programación de su Festival O23, en estupenda versión musical y con notable reparto vocal. 

A cargo de la parte protagónica, el barítono hawaiano Quinn Kelsey ofreció una composición de gran profundidad, nobleza y humanidad del Dux de la república de Génova con una voz homogénea, legato perfecto, agudo dúctil y flexible y un canto de enorme expresividad que convinieron a la perfección a su parte. El bajo Christian Van Horn resultó un contrincante de lujo del Dux, delineando con solventes medios vocales y un canto aristocrático un noble Jacopo Feisco oscuro, arrogante y autoritario. El dúo final ‘Piango perchè mi parla’, donde su voz se fundió a la de Kelsey, fue uno de los zénit vocales de la noche y uno de los momentos más conmovedores. 

Richard Trey Smagur (Gabriele Adorno) © Steven Pisano

Imponente de tamaño (¡alrededor de 2 metros de estatura!) y de patrimonio vocal, el tenor Richard Trey Smagur encarnó un aguerrido Gabriele Adorno de magnífico timbre, voz potente, aterciopelada, fresca y de agudos de acero. Si bien la línea, el fraseo y la dicción son puntos a trabajar, el potencial de este joven cantante es inmenso. Aunque algo sobreactuado, el barítono Benjamin Taylor le puso empeño y sacó adelante con oficio y valor la parte del conspirador Paolo Albiani. No pasó desapercibida la labor del bajo Cory McGee, otro intérprete a seguir de cerca, quien con una voz cavernosa, opulenta y de gran calidad, le dio un brillo inusual al personaje secundario del líder popular Pietro. 

La soprano Jennifer Rowley, venida a reemplazar a último momento a una enferma Ana María Martínez, fue una notable y nada frágil Amelia Grimaldi de voz cristalina y bien manejada y de línea de canto cuidada y elegante. Fue en los pasajes líricos donde Rowley alcanzó su mayor lucimiento, siempre matizados y donde, sacando partido de un buen bagaje técnico, ofreció pianísimos, filados y medias voces por doquier para delicia el público. El coro de la casa, al cual su directora Elizabeth Braden ha convertido en uno de los mejores de Norteamérica, destacó por su redondez, homogeneidad y preparación, siendo particularmente cuidadoso de nunca excederse en su volumen. 

El director italiano Corrado Rovaris sacó a relucir toda la belleza de la partitura verdiana en una lectura rica en colores, matizada y detallista, guiando con pulso firme a una orquesta inspiradísima. La producción escénica proveniente de la Opéra Royale de Wallonie, que firmó el británico Laurence Dale, fue muy respetuosa del espíritu del capolavoro verdiano, moviéndose en terreno conocido y —salvo por el hecho de hacer que el fantasma de Maria Boccanegra viniese a buscar al Dux ya moribundo al final de la ópera— nunca se aventuró a relectura alguna. Con sus más y sus menos, las marcaciones de los solistas y los movimientos de las masas corales resultaron convincentes y denotaron un agudo sentido teatral de la parte del director de escena. 

Atemporal, simbólica y minimalista, la escenografía modular de Gary McCann combinó con enorme gusto estético: estilo art-nouveau, enormes ventanales donde el mar fue la figura omnipresente y estatuas monumentales que recordaron a la arquitectura de la Italia prefascista. La estudiada iluminación de cuidadosos claroscuros ofrecida por John Bishop aportó mucha belleza visual y creó las atmósferas ideales para el desarrollo de la acción. El vestuario híbrido diseñado por Fernand Ruiz propuso, por un lado, lujos trajes de época para los solistas y por otro, vestimentas modernas para los miembros del coro. Una vez caído el telón, interminables ovaciones de un público particularmente enfervorizado festejaron a todos y a cada uno de los intérpretes.

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