Gianni Schicchi en la UNAM

Escena de la producción de Juliana Vanscoit de Gianni Schicchi de Giacomo Puccini en la Sala Miguel Covarrubias de la UNAM

“No soy mala. Es solo
que así me dibujaron”
Jessica Rabbit

Octubre 8, 2023. Si algo caracteriza como agrupación a Solistas Ensamble del INBAL es la versatilidad del repertorio que interpreta (desde óperas y música de cámara, a ciclos de canciones, títulos sacros y más: todo de diversos periodos y compositores); su flexibilidad y disposición para colaborar con múltiples grupos e instituciones (OJUEM, Tempus Fugit, OSEM, OSN, IPN, varias más y en diversos recintos); y la conciencia del lugar que ocupa en el ambiente musical clásico de nuestro país (alejada por completo de la pretensión y la impostada vanidad).

Estas tres particularidades suelen reflejarse en los escenarios con resultados apreciables y, en no pocas ocasiones, divertidos. En esta última vertiente puede contarse la presentación de la ópera Gianni Schicchi perteneciente Il trittico (1918) de Giacomo Puccini, en dos funciones realizadas el pasado 8 de octubre en la Sala Miguel Covarrubias del Centro Cultural Universitario.

La primera en el marco del Festival CulturaUNAM que se realiza del 30 de septiembre al 22 de octubre de este año; y la segunda como parte de la programación de la Orquesta Juvenil Eduardo Mata (OJUEM), agrupación que acompañó el montaje, bajo la dirección concertadora de su titular Gustavo Rivero Weber.

Esta producción, con puesta en escena, escenografía y vestuario de Juliana Vanscoit, estrenada en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque en diciembre de 2021, se trata de una adaptación contemporánea que sintoniza con el espíritu de la obra, cuyo libreto de Giovacchino Forzano se basa en el Canto XXX del Infierno de La divina comedia de Dante Aligheri.

La ambiciosa degradación de los personajes de la ópera, retratada en una familia florentina del siglo XIII, es presentada por Vanscoit con múltiples caracterizaciones arquetípicas de lo que hoy en día se conoce como crimen organizado: proxenetas, sicarios, falsificadores, narcotraficantes, cocineros de drogas químicas, buchonas, cantantes de tugurio, apostadores y, por supuesto, consumidores de toda esa vida de aparentes riquezas y gozos fáciles que tienen el dinero, el sometimiento y el poder no solo como puntos cardinales, sino como dioses.

Ricardo Estrada (Rinnuccio) Edgar Gil (Gianni Schicchi) y Penélope Luna (Lauretta)

La escena se desarrolló al interior de La casa de Firenze, suerte de centro nocturno, casino, bar, antro y cabaret, y se ambienta con mesitas de consumo, armas, paquetes bien forrados con cinta canela, drogas, alcohol, fajos de billetes, vestuario que resalta la hombría, la sensualidad femenina, la intimidación a los demás y la presunción con pierneras, botitas y otras ropas de diseñador. Además, se contó con una serie de proyecciones que no solo dieron marco a la actividades ilícitas desarrolladas por los personajes, sino que dieron un gran dinamismo que acompañó el embalaje armónico y rítmico de Puccini. Los elementos estilísticos Art Déco fueron la combinación perfecta.

Todo ello, más allá de los detalles, funcionó para mostrar que la ambición y la decadencia, el humor negro y la sátira, en realidad son atemporales. En la parte vocal se ofreció una interpretación digna y, en momentos, hilarantes, aun cuando es sabido que diversas calidades hay entre los instrumentos de los integrantes de Solistas Ensamble, cuyo titular artístico, Christian Gohmer, esta vez dejó la concertación en manos de Rivero Weber.

Desde luego, pueden resaltarse actuaciones destacadas como la del barítono Édgar Gil en el rol protagónico, ya que su voz se proyectó con certeza entre la férrea actitud del ladrón que roba al ladrón y la guasonería gandalla, aun cuando su personalidad escénica es más bien seria. 

La mezzosoprano Itia Domínguez como Ciesca dio vida a una jefa de apuestas decidida a imponer su voluntad sí o sí, aun si debe echar mano de sus armas a la vista: su belleza o las pistolas, que desenfunda sin miramientos, en todo caso ambas de fuego. Su voz lució en los números de conjunto y su entrega histriónica resultó muy meritoria. La soprano Penélope Luna encarnó también a una voluptuosa cantante, con un timbre grato y expresivo, cuyo ‘O mio babbino caro’ convence a su padre —y no solo a él— a través de la seducción explícita frente a su micrófono, enfundada en un ceñido vestido rojo, al estilo de Jessica Rabbit.

Itia Domínguez (Ciesca)

Lástima de algunas imprecisiones de la orquesta comandada por Rivero Weber, ya que en esos momentos marcaba sus propios tiempos, sin atender las particularidades y el fraseo que llevaba la Lauretta. Aunque, en general, la concertación del titular artístico de la OJUEM fue solvente y no presentó mayores incidencias.

En el elenco también pudo disfrutarse de las intervenciones de los tenores Ricardo Estrada (Rinuccio) y Ángel Ruz (Gherardo); la mezzoprano Gabriela Thierry (Zita) y el bajo Luis Rodarte (Simone), entre otros intérpretes.

Los méritos mayores de todo el montaje, así como de sus participantes, podrían resumirse en dos: primero, ese mundo de mafiosos que no tienen llenadera se sintió próximo y por tanto vigente al contexto mexicano, lo cual sin duda generó reflexiones. El segundo, la risa y diversión que provocaron en el público asistente. Porque es claro que temas profundos y que nos reflejan a veces requieren de tomarse con buen humor.

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